Por Daniel Sticco
El disparador de esa idea fue una reflexión del principal asesor de la Casa Blanca. Las dificultades por estabilizar el valor del peso y quebrar ciclos recurrentes de crisis económica tornaron verosímil esa posibilidad. Convertir todos los pesos a la vista y a plazo fijo exigiría una paridad de $86 por dólar
Larry Kudlow, reconocido como el principal asesor económico de la Casa Blanca, aseguró en una entrevista el último fin de semana a la cadena de noticias Fox News que «el Tesoro de Estados Unidos analiza la posibilidad de emplear un nuevo plan de convertibilidad de la moneda argentina», y que «la posibilidad de dolarizar la moneda argentina podría ser la clave para que la economía nacional pueda resurgir».
Más allá de que la idea pueda resultar verosímil, por las severas y crecientes dificultades que enfrentan los gobernantes de turno en la Argentina para estabilizar la economía, excepto acudiendo a atajos, como el exceso de regulaciones, cepos, default, endeudamiento del sector público, pero por plazos cortos, no cabe duda que un giro hacia la dolarización plena generaría inicialmente bajar la inflación, reducir al mínimo las tasas de interés y revertir las expectativas negativas, y, en caso de crisis, potenciar el desempleo.
Muchos países han transitado en su historia procesos de alta inflación y ciclos de de depresión de la economía, pero pocos han adoptado un régimen como la convertibilidad, como se implementó en la Argentina en los 90, o la dolarización plena, como hoy mantienen muy pocos países: Panamá, El Salvador y Ecuador.
En el caso de este último que lleva 18 años con ese régimen, ha logrado estabilizar la economía, la inflación es de un dígito bajo al año, menos de 3%, pero no ha podido elevar sustancialmente el ingreso medio por habitante, es de apenas USD 11.000 al año, y mantiene una tasa de pobreza de más del 20% de la población.
Ventajas de la pérdida de la soberanía monetaria
En diciembre de 2000, en «Temas de Economía» los economistas del FMI Andrew Berg y Eduardo Borensztein, escribieron el documento «Plena dolarización: ventajas e inconvenientes», de pasar de un régimen bimonetario como el argentino, en el que la divisa se usa fundamentalmente en las operaciones financieras e inmobiliarias y como reserva de valor, al abandono total de la soberanía monetaria para optar por una moneda dura y más estable, aunque no fija, como el dólar.
La motivación principal que observaron los técnicos es que ese régimen pleno:
- Elimina el riesgo de devaluación fuerte o repentina, aunque estará asociada a la flotación del dólar en el mundo;
- Puede llevar a que el país pague una prima de riesgo menor en sus bonos de deuda; y quizá gocen de un nivel de confianza más elevado entre los inversores internacionales;
- Tasas de interés más bajas para el crédito internacional;
- Menores costos fiscales; y
- Niveles más elevados de inversión y de crecimiento de la economía.
- Posible integración más estrecha de los mercados financieros del mundo. Uno de los efectos más profundos de la dolarización de Panamá ha sido la estrecha integración de su sistema bancario con el de Estados Unidos y, de hecho, con el resto del mundo, sobre todo después de la importante liberalización de 1969–70.
Costos del abandono del peso
Berg y Borensztein alertan sobre diversos costos de la pérdida de soberanía monetaria:
- «La dolarización no elimina el riesgo de una crisis externa, pues los inversores podrían huir debido a deficiencias en la posición fiscal del país o a la debilidad del sistema financiero. Este tipo de crisis de la deuda puede ser tan perjudicial como cualquier otro y, de hecho, Panamá ha sufrido más de una.
- Las grandes oscilaciones de las corrientes internacionales de capital causan fuertes fluctuaciones del ciclo económico en las economías con mercado emergente incluso en ausencia de una crisis de la balanza de pagos.
- El país cede completamente el control sobre la política monetaria y cambiaria. Esta situación podría parecer idéntica a la modalidad de caja de conversión, pues un país que adopte esa modalidad no puede devaluar. Sin embargo, y aunque sólo sea en circunstancias excepcionales, el sistema de caja de conversión ofrece un resquicio para abandonar el tipo de cambio vinculado. La experiencia de la Argentina fue extremadamente costosa en lo social, económico y político.
- Al perder el país la potestad de emitir la moneda le quita al fisco los ingresos de señoreaje, que aparecen como utilidades del Banco Central, por las ganancias que genera la diferencia de cambio sobre el nivel de reservas en divisas.
- En el caso de una baja generalizada de los precios de exportación se produce una contracción monetaria que presiona un alza en las tasas de interés, y desestimula la inversión productiva.
- Al ser la Argentina un productor eficiente de materias primas, y podría serlo también de energía en diversas formas, un escenario de caída de los precios internacionales que redujera el valor de las exportaciones, sin poder ajustar el tipo de cambio, todo el ajuste contractivo sería por cantidades, es decir muy recesivo, como pasó durante el final de la Convertibilidad.
- Transformar la Base Monetaria amplia en dólares implicaría una tasa de conversión de $86 por dólar, teniendo en cuenta las reservas netas de los depósitos en dólares que no fueron prestados al sector exportador, en comparación con la cotización actual de $40. Llevaría el ingreso medio por habitante a menos de USD 6.000 al año, en contraste con USD 14.500 del último año, e implicaría un severo shock inicial, tanto por parte del sector privado como del público, habida cuenta de que el grueso de la deuda pública está denominada en dólares.
- Exigiría un súper gran acuerdo con el FMI y el Tesoro Americano, para que financie no sólo la dolarización a $86; aunque otras estimaciones más acotadas de conversión de los agregados monetarios reducen esa paridad a $75; sino también los abultados vencimientos de la deuda pública; además de una reforma bancaria para tener un prestamista de última instancia en dólares, lo que implica una acuerdo amplio con la Reserva Federal o similar. O directamente sólo operar con la banca extranjera, con extensión de jurisdicción.
- Como los principales socios comerciales de la Argentina, básicamente, Brasil y China, «flotan administradamente» contra el dólar lo que implica que ante un shock real, el ajuste sería brutal en actividad local. (Cómo también pasó, en alguna medida, con al devaluación brasileña de principios del 99, y en el país en los 90).
- La diferencia de productividad con los EEUU es enorme, salvo en el caso de agroindustria y relativamente energía y algunos servicios sofisticados, por infraestructura, leyes laborales, etc. Esto implica que, en escenarios de dólar fuerte, como el actual, la actividad interna se desplomaría por imposibilidad de ajustar con tipo de cambio, y saltaría la tasa de desempleo.
- En caso de recesión, por múltiples causas reales, externas, o internas, como las climáticas de este año, debilitaría el flanco fiscal, exigiría colocar deuda pública en dólares, en un contexto en que pocos o nadie prestaría si no se cuenta con solvencia fiscal previa, con lo cual, la presión por salir de la dolarización o algo parecido sería enorme, y sus costos aún mayores.
La mejor recomendación
Frente a semejante desbalance negativo entre ventajas y desventajas de optar por un régimen de renunciamiento a la soberanía monetaria, y con la memoria fresca sobre los elevados costos que generó la salida de la convertibilidad, a la que se ingresó luego de dos hiperinflaciones y previa conversión de depósitos a 7 días por bonos en dólares a 10 años de plazo; no son pocos los economistas que aconsejan avanzar hacia la disciplina fiscal, la flexibilización del mercado de trabajo y los incentivos a la exportación y la inversión.
Además, recomiendan convivir de la mejor manera posible con una economía «bimonetaria», en la que la mayor parte de las transacciones se hacen en pesos, y las grandes, como las inmobiliarias y el ahorro se concentran en dólares; mientras se mejoran los marcos regulatorios, la infraestructura, la seguridad jurídica, para inducir hacia crecientes índices de monetización.
Desde el punto de vista monetario, el Banco Central aceleró el corte de todo el financiamiento al Tesoro; y comenzó a reducir los pasivos remunerados, como las Lebac.
En ese contexto, como han logrado la mayoría de los países, incluso los del vecindario, no hay razones objetivas para alentar un régimen de dolarización o de convertibilidad del peso por el dólar como piensa Larry Kudlow a la distancia, y sin haber ponderado el costo inicial de un severo empobrecimiento del conjunto de los residentes en la Argentina.
Además, las conclusiones de Berg y Borensztein al que arribaron casi dos décadas atrás sobre ¿Cuál es el resultado neto de las ventajas y los inconvenientes de la dolarización?, no dejó de ser frustrante: «la respuesta es ambigua. Es inevitable debido a la complejidad del tema y a los escasos conocimientos que se tienen actualmente».
Casi 20 años después ningún país del tamaño de la Argentina ha renunciado a su capacidad de superarse, con apoyo externo, pero más con el de su gente, y, en particular de la dirigencia política. Aunque esta piensa más en qué impuesto inventar que en bajar el gasto público y aumentar la productividad del Estado, en todos los ámbitos: nacional, provincial y municipal. Parece imposible, pero es imprescindible revertir esa lógica.