Si nos les gusta lo que hace este Gobierno, armen un partido político y ganen las elecciones. Parafraseando a una ex mandataria local, a ese pequeño rebaño de argentinos productivos a quienes este gobierno decidió gravar ferozmente, los convoco a que organicemos “el partido ovejero” del cual me autoproclamo presidente fundador. Intentaremos llegar al Congreso y sancionar el Impuesto a la Renta Piquetera en defensa de este hostigado rebaño de ovejas y comienzo entonces con esta pregunta: ¿el presidente Mauricio Macri, apoyaría semejante medida o se opondría debido a que resultaría políticamente incorrecta?
La Argentina de Macri se resume en cinco números rojos. Primero, déficit fiscal primario 4.30% del PBI. Segundo, déficit por intereses de deuda externa 2.30% del PBI. Tercero, déficit provincial 1.00% del PBI. Cuarto, déficit cuasifiscal por intereses de Lebacs 1.70% del PBI (calculados como la diferencia entre stock inicial y final en dólares). Sumando estos cuatro componentes llegamos a un formidable déficit consolidado de 9.30% del PBI, lo que representa 46.500 millones de dólares, ni los K fueron capaces de tanto, podríamos incluso agregar un quinto rojo con un 4% de déficit de cuenta corriente. Esta es precisamente una de las preguntas que no pudo responder el gobierno en su reciente viaje a New York, ¿qué piensan hacer con tantos déficits? No es casualidad que la parte larga de los bonos argentinos haya estado operando muy pesada en estas últimas semanas en especial, el viernes pasado, en donde quedó en evidencia lo vulnerable que somos como país a shocks externos. La decisión del equipo económico fue dejar constante el gasto en términos reales y esperar a que el rebote de la economía genere dos efectos virtuosos. Primero, un mayor PBI a lo largo del tiempo significaría incremento en recaudación impositiva, aspecto que reduciría el déficit fiscal actual. Segundo, un PBI expandiéndose a lo largo de los años aumentaría el denominador de la economía y contribuiría, por lo tanto, a la licuación del déficit global como porcentaje del producto. Por el momento el rebote se hizo esperar y se decidió por lo tanto acudir a un masivo endeudamiento externo a los efectos de cubrir el gap de caja y esperar a que la positiva dinámica del PBI haga su trabajo digamos, durante el próximo lustro. El endeudamiento externo ha sido el amigable lazo que permitió a este gobierno absorber el despilfarro K e intentar converger a algo razonable en unos diez años. Sin embargo, la filosofía de Cambiemos se resume en un paradigma sumamente sencillo y preocupante a la vez: “el gasto del estado no se toca”, sólo iremos por jubilados y ovejas en un claro ejemplo de lo cruel y despiadado que suele ser el socialismo de Peronia para con ciertos sectores de la sociedad, los mismos tontos de siempre que financian la fiesta del estado recurrentemente una y otra vez. En esta nación tan especial, si no hacés quilombo y cortas calles, te esquilan vorazmente y encima te cuentan que es en favor de un sistema tributario más equitativo y justo destinado entre otras cosas a subsidiar piquetes, con bono navideño incluido. Si el presidente Macri sigue negando el drama y no decide asumir costos alterando el perverso sistema estatal y político que viene saqueando a esta república, todo lo actuado será en vano y culminará solamente en un slogan amarillo y efímero. El cambio genuino necesariamente debe desafiar al sistema, sino es todo verso y parecería que los bonos argentinos comenzaron a recibir descontar el mensaje.
¿Puerta doce?: la peor alternativa. En finanzas uno se acostumbra a convivir con dos escenarios: a) el más probable, definido como “base” y b) el peor posible, entendido como “puerta doce”. A diferencia de lo que el gobierno y gran parte de la prensa le está contando a los argentinos sería útil por un momento preguntarnos: ¿qué pasaría si nuestro país no pudiese rebotar por varios años seguidos como viene suponiendo Hacienda? ¿Qué ocurriría si un shock externo le pegase al mercado de commodities? ¿Qué pasaría si el proceso de normalización de tasas internacionales ya iniciado por la Fed se acelera más de lo esperado? Suponer que el contexto internacional va a quedar inalterado por cinco o diez años al menos, es muy fuerte y al subestimar dicho evento, nos arriesgamos a quedar atrapados en la utopía del socialismo populista. Tengo la preocupante sensación de que este gobierno se convenció de su propio relato, que no tiene plan B y que sólo le cuenta a los argentinos las bondades de un plan keynesiano apalancado a escala en deuda externa que ante la falta de audacia para achicar el gasto y absorber el costo político que dicha decisión implique pretende convertir a un país quebrado como el actual, en algo sostenible y creciente a largo plazo. Cambiemos no nos está contando acerca del enorme riesgo que se corre con esta política aplicando recetas que vienen fracasando desde hace setenta años. ¿Qué viene haciendo este gobierno que no haya hecho otro en el pasado? ¿Si antes esta política no funcionó, por qué debería hacerlo ahora? ¿Serán la buena onda y los globos amarillos tan poderosos como para que este grupo de pibes buenos pueda desafiar leyes básicas de economía emergente? Me preocupa escuchar a un gobierno que nos cuenta convencido y orgulloso, que con aumento de gasto se genera crecimiento y riqueza, eso no es cierto, la Argentina con 30% de pobres se gestó precisamente a partir de un estado enorme que no hizo otra cosa que empobrecernos y aquí nos subimos otra vez al mismo caballo perdedor de siempre, otro gobierno socialista que no desafía al sistema, que nos distrae con condiciones de segundo orden y los argentinos confundidos vuelven a aplaudir sin chistar y con suma obsecuencia, ovejas obviamente excluidas.
El gobierno debería inmunizar su escenario atacando hoy mismo el gasto y dejar de depender de la suerte. Hace tiempo aprendí que un gobierno se conoce verdaderamente cuando tiene mayoría electoral. Así me di cuenta de lo que el menemismo y el kirchnerismo significaban. Cambiemos ha tenido una fenomenal elección, y frente a este caudal político en vez de dirigirse hacia la ortodoxia fiscal para inmunizarnos lo antes posible, decidió arremeter con una receta que viene fracasando desde 1945: “el gasto no se toca, tranquilos que rebotamos y resolvemos todo”. El acentuado keynesianismo de Hacienda parecería haber tomado como único posible a su escenario base definido como una Argentina rebotando muy fuerte por varios años de manera tal que dicho proceso licúe la madre de todos nuestros dilemas: descontrolado gasto público. Sin embargo, ningún profesional en finanzas trabaja con un solo escenario, estos lujos sólo pueden dárselo los políticos. Siempre se hace necesario contemplar lo peor que puede ocurrir e intentar con anticipación sentar las bases para mitigar dicho evento si se llegase a dar. La forma en la que este gobierno debería hacerlo es encarar hoy mismo una sustancial reforma del fisco y dejar de comunicarle a la sociedad un relato recurrente: “el estado no se puede achicar”, por supuesto que se puede, y en esta negación me pregunto si no estaremos subestimando un formidable estrangulamiento de deuda y gasto a cinco o diez años vista. El oficialismo decidió arrematar otra vez mas contra el sector privado a costa de un despilfarro público que sigue siendo tan inaceptable como en los tiempos K. Para un gobierno que vino a cambiar la república de raíz, respetuosamente le contesto que hasta ahora sólo se concentró en condiciones de segundo orden y, por lo tanto, irrelevantes. ¿Tendrán lo que hay que tener para ir por los ñoquis del estado desactivando costos de un sistema político que confisca perversamente a los pocos argentinos que producen? Parecería que se viene pergeñando, sin embargo, una secuencia de reformas que le pegan precisamente a los dos grupos más indefensos: los jubilados y el pequeño rebaño de ovejas productivas.
No es lo mismo rebotar que crecer. Resulta relevante diferenciar entre “rebote” y “crecimiento”. Para que una expansión económica implique crecimiento, debe ser sostenida a lo largo de mucho tiempo, de hecho, éste es el mayor desafío de todo sistema económico. Por el contrario, rebotar no significa crecer, en particular si dicho evento ocurre en el contexto de un país agobiado por gasto y déficit. Podemos decir que en estos últimos setenta años nuestro país se pasó todo el tiempo rebotando efímeramente sin poder consolidar una tendencia sostenible de largo plazo y cayendo por lo tanto en las tan recurrentes crisis: a veces explotamos por el lado de la inflación, otras veces por el lado de la deuda externa, lo que nunca nos atrevemos a atacar es el gasto del estado. El aspecto común a nuestra interminable secuencia de derrotas ha sido el exuberante tamaño de un fisco que no ha parado de crecer y absorber recursos del sector privado. Las economías normales fomentan su crecimiento con esta secuencia de eventos: a) se ahorra primero, b) dicho ahorro se transforma en inversión, c) la inversión sienta las bases de un potencial generador de producto y empleo a largo plazo, d) el crecimiento se transforma en mayor consumo. Obviamente que toda nación quiere consumir más, el problema es si dicho salto puede mantenerse a largo plazo. El populismo social argentino en un permanente intento de ganar votos ha revertido esta delicada secuencia de eventos a la siguiente: a) primero, se incentiva el consumo, b) segundo, se pretende un rebote de la economía, c) se espera un derrame generador de mayor ahorro, d) finalmente, la inversión cerraría la ecuación. Claramente, el gobierno actual como todos los anteriores, pretende desafiar una ley básica en economía: en vez de comenzar por el ahorro, incentivamos el cortoplacismo encarnado en shocks de consumo y gasto público. La enorme diferencia entre demanda por inversión y demanda por consumo, es que la primera se orienta a bienes de capital no efímeros que al adquirirse generan la capacidad de producir a lo largo del tiempo, o sea: no es lo mismo que un argentino compre una cosechadora (inversión), que una licuadora (consumo). La Argentina de hoy sigue siendo una economía de licuadoras y corremos el grave riesgo de negar el problema y, por lo tanto, subestimarlo.