La moneda es una mercancía que sirve como medio general de intercambio y, por ende, su utilización penetra en todo el sistema económico. A su vez, como toda mercancía, tiene su propio mercado y su poder adquisitivo viene dado por cuatro factores: la demanda de bienes, la oferta de bienes, la demanda de dinero y la oferta de dinero. Así, estos cuatro factores se combinan para determinar el poder adquisitivo del dinero. De este modo, cuanto mayor sean los precios monetarios de los bienes, menor será el poder adquisitivo del dinero.
Esto es, el dinero; al igual que cualquier otro bien de la economía, cuando la oferta sube, su precio (poder adquisitivo) cae. De ahí, la naturaleza monetaria de la inflación, ya que el continuo aumento de la cantidad de dinero (tasa de emisión) por sobre su demanda deriva en una persistente caída en el poder adquisitivo del dinero, es decir, inflación.
Naturalmente, cuando aumenta (baja) la demanda de dinero, ello implica una menor (mayor) demanda del resto de bienes, por lo que al caer (subir) sus precios, el poder adquisitivo del dinero sube (cae). Por último, cuando aumenta (cae) la oferta del resto de bienes de la economía, sus precios deben caer (subir), por lo que el poder adquisitivo del dinero aumenta (cae).
En función de lo anterior, resulta evidente que la cantidad real de dinero dentro de la economía está dada por los deseos de los individuos y todo lo que intente hacer un Banco Central con la política monetaria no sólo que su efecto se diluirá por su impacto en precios, sino que además producirá efectos redistributivos entre los distintos agentes. A su vez, ello implicará cambios de precios relativos y en la asignación de recursos con efectos negativos tanto en el presente como en el futuro.
Sin lugar a dudas, a juzgar por los resultados en materia de inflación a lo largo de la historia del país, el desempeño del BCRA está muy lejos de ser materia de orgullo. Previo a su creación en 1935, la base monetaria crecía a una tasa anual promedio del 6,1%, mientras que la inflación y el tipo de cambio subían a un ritmo del 3,4% y 3,5% respectivamente.
A su vez, en los primeros diez años de operación, cuando era mixto, la cantidad de dinero pasó a crecer a un ritmo promedio del 13,6% anual, mientras que la inflación y el tipo de cambio lo hicieron al 6% y 2,2%. Nótese además que en éste período se produce un desacople entre la tasa de inflación y el tipo de cambio fruto de la imposición de controles que impactaban ya sea de modo directo y/o indirecto en el mercado de divisas para usar al tipo de cambio como ancla anti-inflacionaria.
Sin embargo, lo peor estaba por venir. Luego de la estatización del «Órgano de descontrol Monetario» en 1946, se pueden diferenciar tres períodos. El primer período va desde la estatización del BCRA hasta 1991, donde la cantidad de dinero creció a un ritmo promedio del 176% anual, al tiempo que los precios y el tipo de cambio lo hicieron al 225% y 205%. Dentro de los logros monetarios del BCRA en dicho período se registran momentos de alta y muy alta inflación, dos hiperinflaciones y la destrucción de cinco signos monetarios. Por ello, a lo largo de los años, los agentes, para preservar su poder adquisitivo demandaron menos moneda local, amplificando así los efectos inflacionarios de la emisión monetaria.
Luego de semejante catástrofe, se terminó repudiando al dinero doméstico y en abril de 1991 se implementó el Plan de Convertibilidad, el que, mediante una ley, establecía que el BCRA sólo podría emitir contra dólares a una paridad 1 a 1. Al mono salvaje se le quitaba la navaja y el resultado fue contundente. La tasa de emisión promedio entre 1991 y 2001 se ubicó en el 16% anual, mientras que la inflación y la variación del tipo de cambio se fueron del 9% anual. Sin embargo, en 2002, bajo promesa de que esta vez sería diferente, el salvaje primate recuperó la navaja y su resultado no sorprendió. Desde 2002 a 2016 la tasa de emisión promedio trepó al 28% anual y con ello la inflación y la devaluación ascendieron al 21%.
Dicho desastre en términos histórico no ha sido gratis. La diferencia en la tasa de crecimiento de la economía por pasar de una inflación superior al 20% anual a una menor al 5% es de 1,58% por año. Esto es, los más de 80 años del BCRA nos ha privado de tener un PIB 3,5 veces mayor al presente.
Por lo tanto, habiendo visto que la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario y los costos que ha implicado para el país, la pregunta es ¿por qué no podemos parar la máquina de imprimir billetes? Y ahí, como todas las pestes que azotan a éste país desde hace más de 70 años, la respuesta está en John Maynard Keynes quien señalara: «Un gobierno puede vivir largo tiempo imprimiendo dinero. Por este medio puede obtener el control sobre recursos reales, los que son tan reales como los obtenidos por la tributación. Lo que se recauda emitiendo billetes se toma del público del mismo modo que a través de un impuesto a la cerveza o un impuesto al ingreso. El público paga lo que el gobierno gasta. No existe déficit que no se cubra».
En definitiva, la historia monetaria argentina no es más que la contracara del despilfarro fiscal, por lo cual, ello nos indica que el Banco Central es un mecanismo por el cual la corporación política estafa a los individuos de bien creadores de riqueza y que no es un acto de locura intentar eliminar al Banco Central, sino que la verdadera locura es tenerlo.