Parece que se cumple nomás aquel viejo precepto de Keynes según el cual, en economía, se puede hacer todo menos evitar las consecuencias. Consciente del efecto que tendrá el resultado electoral de fines de octubre, y descontando que esos números obligarán a la Casa Rosada a seguir proponiendo reformas que acompañen los últimos dos años de Gobierno, quienes integran el equipo económico ya no dudan que habrá que imprimirle mayor velocidad a la devaluación en marcha. En las últimas semanas, el Gobierno pasó a devaluar a un ritmo del 35% anual, prácticamente el doble de la velocidad que traía a comienzos de año. En este sentido, señalan que esa velocidad podría seguir incrementándose no sólo en función del avance del dólar en el mundo, sino también de las necesidades vernáculas del Gobierno.
Desde el Banco Central se afirma que el fuerte avance que muestra la devaluación del peso por estos días se debe a la debilidad que evidencia el real brasileño. Pero desde comienzos de año, mientras el real se debilitó 7%, el peso lo hizo al 20%.
El plan –el término es excesivo– que manejan en el Palacio de Hacienda (con anuencia de la Casa Rosada) es no desdoblar aún más y sí, en cambio, acelerar la debilidad del peso frente al dólar (amén de otras medidas como recortar los subsidios al transporte y los servicios). En esta nada sutil ingeniería, la hipótesis es que si se cierra la brecha que existe hoy entre el dólar oficial y el blue, entonces se suavizarán las presiones de distintos sectores de la economía y eventualmente hasta podría levantarse el cepo.
Pero la estrategia involucra dos puntos centrales. Por un lado, como se dijo, devaluar aún más rápido la moneda oficial –hoy en $ 5,72– lo que indudablemente traerá mayor margen de alivio al sector exportador que sobre ese valor por dólar paga 35% de retenciones lo que desincentiva las ventas y por ende reduce la liquidación de las exportaciones y el ingreso de dólares frescos. Por otro, el secretario Guillermo Moreno deberá seguir utilizando sus polémicos métodos para mantener intervenido el mercado informal del dólar, hoy en $ 9,15 pero con posibilidades de reducir aún más esta marca de aquí a fines de octubre. De todas formas resulta inminente una modificación que clausure la salida de dólares que implica el déficit externo por turismo, una cifra que podría resultar similar a los u$s 15.000 millones anuales que se pagan por la importación de energía.
En resumen, si en algún momento el Gobierno propuso un debate donde la pregunta sobre la devaluación estuvo en agenda, hoy es el pragmatismo el que gobierna y la respuesta se materializará en función de las necesidades que experimente la economía toda. Con un esquema de corto alcance, y con la propuesta de ‘socializar’ la decisión de devaluar que ha lanzado la mesa de “Diálogo Social”, la discusión sobre la conveniencia de seguir aplicando la devaluación como sortilegio para ganar mágicamente competitividad aparece, de nuevo, extemporánea. Hablamos de un debate que hasta no hace poco dividió, incluso, al propio oficialismo. Hubo un tiempo donde las reservas ideológicas de algunos militantes tejieron un dogma del desprestigio de la devaluación. Atrás ha quedado el visado honorable que implicaba considerar la devaluación como un mecanismo que disminuye el poder adquisitivo del asalariado o aseverar que hoy una devaluación “no es lo mismo que en 2003”, ya que si la Argentina devaluara en términos reales, es decir, más allá de lo que marca la inflación, la economía podría no beneficiarse directamente con un aumento de las exportaciones porque la recesión de los países centrales busca precisamente reemplazar sus importaciones con producción local.
Del otro lado, existen algunas razones objetivas que podrían hacer pensar en una devaluación como “necesaria”: el deterioro del tipo de cambio real producto del elevado incremento de precios que sufre la economía argentina y la restricción externa que comprime las exportaciones y, por ende obliga a un control más ajustado de las importaciones, todo eso implica un escaso saldo (cuando hay) de balanza comercial. En rigor, la novedad es que, ahora, se buscaría frenar la inflación con una baja en la emisión monetaria… que llegaría después de octubre. Superada la presión a negociar paritarias y con acuerdos de precios que no dan los resultados esperados, el marco para llevar adelante un cambio en la política cambiaria asume varios riesgos como el de retroalimentar la inflación.
Sin embargo, se está devaluando la moneda. Y se hace a distinto ritmo, según se trate de la divisa que maneja el agro, el turismo, la industria o los ahorristas. La historia es conocida: para afrontar la pérdida de competitividad que supuso la inflación acumulada y, por ende, para poner un paliativo al atraso cambiario, se atacó a las consecuencias: se sumaron medidas restrictivas. Nadie pudo ya comprar un dólar. Devaluar es, ante todo, haber perdido en ese desafío que es ser eficiente. No es grave, pero sí genera un desgaste en la confianza. Pone remedio, si, a la falta de productividad y potencia la actividad económica a pesar de no contar con una alta inversión. Salva empleos. Pero a la vez, implica recortar los ingresos reales de quienes cobran un salario. Transfiere riqueza, de aquellos cuyos salarios se achican, a aquellos que optaron por ahorrar en dólares o producen los productos que se van a exportar con mayor facilidad. Se empequeñece el consumo en el mercado doméstico para generar una supuesta salida más rápida de la exportación. Eso genera dólares. Y con dólares…
El Gobierno devalúa en forma espasmódica, repentina. Y después reniega de ello. Reta a los mismos que observa especular. Los amenaza pero después los deja hacer. Pero en el inconsciente colectivo, queda la sensación que cuando el dólar sube… no baja. Va de nuevo: por un lado, sin un criterio homogéneo se cierran las compuertas de acceso en el mercado cambiario y, por ende, se consolida una plaza informal. Al subir la presión de la demanda, el precio sube. Ese valor comienza a ser poco a poco la referencia para los distintos mercados, el inmobiliario, el financiero, el de consumo, el de turismo, el del agro. En algunos casos es por dedicación exclusiva; en otros por omisión. No sólo se devalúa; también se desdobla el tipo de cambio. Esto conlleva un riesgo: cada vez que se hace, es más difícil controlarlo.