Pasaron dos años pero las cosas no cambiaron tanto. Si miramos la previa electoral que parió al cepo allá por 2011, la dinámica de esta víspera no es tan distinta pese a que ahora calculamos el dólar tarjeta y Florida volvió a ser dominio de arbolitos.
El escándalo de aquellos primeros días cedió. El acostumbramiento es una inercia tan básica como peligrosa. Pero acá estamos, resignados a no poder comprar dólares y con un Banco Central que terminará el año como vendedor neto de divisas y la peor caída de reservas desde el 2002.
En septiembre del 2011, justo antes de las elecciones, la entidad monetaria vendió u$s 1.500 millones, mientras que en septiembre de este año debió desprenderse de un monto bastante similar, de u$s 1.160 millones, para ralentizar un poco la suba del dólar de cara a los comicios. En las primeras dos semanas de octubre de aquel año, vendió u$s 684 millones (aunque terminó desprendiéndose de u$s 2.000 millones en todo el mes). En los primeros quince días de este mes, vendió incluso algo más: u$s 718 millones. Y esto pese a la prohibición de atesorar dólares y al hecho de que la fuga de capitales –que en septiembre del 2011 había sido de u$s 3.500 millones– se redujo a cero, tal como aclaran en M&S Consultores.
Los analistas calculan que este año el Central terminará con un saldo negativo de al menos u$s 2.000 millones en sus intervenciones cambiarias, mientras que las reservas caerán unos u$s 10.000 millones (una sangría apenas disimulada por la llegada de líneas de crédito externo).
¿Por qué el descalabro pese al cepo? Básicamente, el déficit de divisas del turismo, que este año “se llevará puesto” el superávit comercial. ¿Cuánto más podrá sostener el Gobierno esta dinámica, aún con menores vencimientos de deuda sobre los hombros? Es la sombra que pesa sobre la Argentina post-electoral.