Los inversores se ven atrapados en el intento de transitar un año de una manera defensiva a la espera de poder arribar a una etapa de mayor claridad con las carteras lo más protegidas e intactas posible.
Aún con un largo calendario electoral por delante, los inversores no tienen más remedio que acostumbrarse a transitar esta etapa de creciente incertidumbre política con una estrategia cautelosa ya que la volatilidad seguirá a la orden del día, y así es que el 2019 aún se presenta como otro año desafiante.
Ocurre que los ruidos políticos vienen en ascenso al ritmo del agitado ¨fixture¨ de comicios provinciales -potenciado por los múltiples desdoblamientos- que despiertan sucesivas y diversas lecturas, pero que al final posiblemente sólo aporten confusión y mucho ruido en busca de anticipar las elecciones presidenciales.
También, como era de prever, crece la intensidad de las encuestas privadas que aportan apenas lineamientos generales en términos de intención de voto e imagen positiva/negativa, pero que resultan absolutamente preliminares antes de junio, mes en el cual se cerrarán las alianzas y se conocerán los candidatos definitivos.
Dentro de dicho mar de incertidumbre política, los inversores se ven atrapados en el intento de transitar un año de una manera defensiva a la espera de poder arribar a una etapa de mayor claridad con las carteras lo más protegidas e intactas posible, toda vez que la relación riesgo-rendimiento no resultaría favorable.
Ello queda claro no sólo por la elevada volatilidad sino también por los pobres retornos que exhiben en lo que va del año tanto por los bonos como las acciones, así como las colocaciones en pesos, ya que el dólar continúa prevaleciendo como el vehículo de preferencia por parte de los operadores para este período.
De dicha manera es que el continuo deterioro en las cotizaciones, tal como refleja un riesgo país ya por encima de los 800 pb., no deja espacio para que ni siquiera aquellos posicionamientos en renta fija en dólares de corto plazo puedan resultar refugios eficientes para transitar este sinuoso camino hacia las elecciones.
Sucede que no sólo los rendimientos de los títulos públicos se han disparado, sino que además se ha invertido la curva post-2019, lo cual refleja que los operadores asignan crecientes probabilidades a una reestructuración de la deuda en algunos de los posibles escenarios electorales.
Se reconoce que el país necesita recuperar el acceso al crédito externo voluntario, toda vez que hacia el año próximo se estarían agotando los recursos aportados por el FMI, por lo cual será necesario complementar el financiamiento doméstico (Letes, Lecaps, Lecer) al cual actualmente se está recurriendo activamente.
El elevado nivel de endeudamiento, combinado con una fuerte exposición de dichos pasivos a moneda extranjera, despiertan preocupaciones en un escenario donde un competitivo tipo de cambio real -necesario para continuar mejorando el desequilibrio externo- complica aún más la sustentabilidad de la deuda.
Ello se complementa con una economía que transita una recesión con una elevada inflación, y que enfrenta además aún importantes desafíos desde el frente fiscal y cuasi-fiscal, así como desde la política monetaria cuya elevada tasa de interés no contribuye a generar positivas expectativas en la actividad y el empleo.
Con dicho ¨combo¨ desde la política y la economía es que los inversores transitan una crisis de confianza, la cual se ve potenciada por el desarme de apuestas desde participantes del exterior, que acentúan la dinámica y posición técnica desfavorable de los activos financieros ante la ausencia de profundidad del mercado local.
Asimismo, el proceso de dolarización sigue su marcha -aún cuando pueda ser amortiguado transitoriamente por una mayor oferta de divisas desde el agro y el Tesoro- e incluso con ahorristas de plazos fijos que podrían sumarse ante los ruidos y así volver a impulsarse una escalada del dólar, visualizado como el natural refugio.
Ante dicho panorama, los inversores deberían continuar transitando el año con prudencia y selectividad, priorizando la preservación del capital más que buscando elevados retornos en un ambiente volátil, tanto local como externo. El incierto clima político y económico aún no permite vislumbrar -más cuando los flujos desplazan a fundamentals- un mayor apetito para la recuperación de las castigadas valuaciones domésticas.