Detrás del debate sobre el nivel de las tasas, que subieron por impulso del BCRA, está el interés oficial por reanimar a la economía. Pero ese objetivo esta atado a otra variable clave, el nivel de precios, cuyo resortes están en manos de Kicillof
Nunca como hasta ahora se ha puesto tanto el foco en el futuro de la tasa de interés. Mal que les pese a algunos, el costo del dinero (en 30% anual) es hoy el epicentro de una pulseada entre el Palacio de Hacienda y el Banco Central. Y es que en un contexto donde el dólar blue ya se ubica en los $ 10,80 y amenaza con cruzar nuevamente la barrera de los $ 11, cualquier decisión reúne pros y contras que habrá que considerar.
El dato es el siguiente: el Banco Central pasó de “absorber” pesos en el mercado financiero para evitar la inflación y el impulso del dólar informal, a volcar billetes a una velocidad del 19% anual que amenaza con estirarse rápidamente en función de las necesidades del Gobierno.
Cuando el BCRA saca pesos de circulación, el dólar blue duerme; cuando suma pesos, el dólar blue despierta.
El veranito que tuvo el dólar informal es producto de un ejercicio aprendido hasta el hartazgo por propios y extraños: cuando las tasas de interés están por las nubes y el tipo de cambio permanece congelado, esa tasa tiene un correlato en dólares, es decir, aquél que vende sus dólares, compra pesos y los pone a tasa de interés se hace de una rentabilidad que, al final del ciclo inversor, puede volver a convertirse a dólares sin haber sufrido un contratiempo en la cotización del billete porque la evolución del tipo de cambio no se movió.
Para ello es necesario tener la garantía de que no habrá cambios bruscos, algo como lo que vino teniendo lugar en los últimos 100 días.
En rigor, si todo les sale bien para estos amantes del “ciclismo financiero”, los pesos producto de la inversión en plazo fijo bien pueden adoptar la virtud de comprar más dólares de los que se tenían al comienzo del ejercicio.
En un primer momento, y bajo una tormenta de presiones generada por la fuerte devaluación de enero, en el Banco Central parecían convencidos de que había llegado el momento de subir la tasa de interés por encima de la inflación, es decir, que en términos reales se tornara positiva.
Después, la ambición fue cediendo lugar a un guarismo que compensara, por lo menos en gran medida, la pérdida del poder adquisitivo. Como se dijo, la idea era que si se pagaba una mejor tasa, la gente dejaba de comprar dólares y los precios de la economía subían menos.
Sin embargo, al ministro Axel Kicillof no le gustaron los prontos resultados que obtuvo, una economía desacelerándose, la entrada en recesión, los problemas del desempleo golpeando la puerta, el fuerte derrumbe del consumo que tendrá un correlato en la recaudación. Fue así que decidió ’suavizar’ los efectos poniendo la lupa sobre precios y tasas.
De los Precios Cuidados y la acusación a los supermercadistas a la regulación de las tasas y la imputación a los banqueros hay un mismo hilo conductor. Es cierto que supermercadistas y banqueros no tienen quien los defienda y, acaso, ellos pueden hacerlo por sus propios medios. Sin embargo, la responsabilidad del Gobierno brilla por su ausencia.
Señalar a los bancos como los responsables de haber subido las tasas de interés por encima de lo que indicaba el concepto de “rentabilidad solidaria” que buscan imponer desde el Palacio de Hacienda no parece un argumento que se sostenga en el tiempo. En el Gobierno lo saben. Por eso es muy probable que en los próximos días el Banco Central de a conocer un nuevo marco regulatorio selectivo y focalizado, probablemente, en tarjetas de crédito y líneas productivas.
De fondo, se esconde una pulseada de poder. Habrá que evaluar si la musculatura política de Axel Kicillof puede doblegar al implacable oficio de Juan Carlos Fábrega, el titular del Banco Central.
La pelea por las tasas de interés y, por ende, por el futuro de la actividad económica y el empleo, están en juego y, a no dudarlo, son una parte fundamental de él.
La posición de Kicillof, que en noviembre pasado pensó en implementar el desdoblamiento y crear un dólar turista pero después desistió, sigue siendo la de cualquier neokeynesiano para quien el mercado”es un actor secundario. Piensa Kicillof: “el riesgo es aplastar una economía que en 2014 apenas si podrá mantenerse con crecimiento”.
Desde el sciolismo lo miran hacer: ¿acaso le conviene al gobernador de Buenos Aires que la economía llegue a 2015 con un poco menos de déficit pero con caída en la actividad económica, un nivel creciente de desempleo y una inflación del 30%? Probablemente no. Por eso, otra de las batallas la dará seguramente Daniel Scioli con aquellos que adhieren a la “causa Fábrega”, hoy, el niño mimado del establishment financiero, aunque con una cotización en baja.
Alguien que está cercano al plan de acción de Fábrega es el ex BCRA Aldo Pignanelli, asesor de Sergio Massa, quien ya ha repetido en varias oportunidades que el problema no es la tasa de interés sino la inflación, lo que constituyó un tiro por elevación a Kicillof. En rigor, el economista del Frente Renovador fue más allá y en tono irónico señaló que “seguramente Kicillof estará contento de tener tanta inflación”.
El presidente del BCRA cree que la suba en la tasa de devaluación que seguramente deberá volver a encarar el Gobierno producto de la fuerte inercia en la suba de precios, provocará nuevas subas en los valores de bienes y servicios que implicarán un deterioro en términos reales del salario. Para que eso no suceda, la clave es que Economía se concentre en desplegar un ‘cepo’ sobre la inflación.
De fondo, se esconde una solución temporal: el Club de París. Las recientes gestiones para que un pago en efectivo de u$s 1000 millones destraben las negociaciones pueden abrir una puerta impensada hasta hace algunas semanas.
Por un lado, el pago ayudará a cancelar una de las deudas de mayor peso que tiene el país; por otro, abrirá de forma concluyente el frente externo y, por ende, la posibilidad de tomar préstamos en el exterior.