El Central tuvo que liberar reservas para contener las presiones de las empresas y le puso más ritmo a la suba del tipo de cambio oficial. Nuevas señales del Gobierno a favor de un acuerdo con el FMI
Ni Guillermo Moreno se había animado a tanto. La escasez de divisas provocó un cerrojo casi total de las importaciones durante octubre, tras la decisión del Central de exigir el “despacho a plaza” para ingresar mercadería. La situación se volvió tan compleja para la producción que de la noche a la mañana el BCRA salió a vender casi USD 290 millones en la última jornada del mes, buscando calmar los duros reclamos de las empresas ante las serias restricciones para acceder a insumos básicos.
En el Gobierno creen que la nueva suba del tipo de cambio financiero, que esta semana llegó a casi $ 210 en el “contado con liquidación”, está relacionada con el frenazo a las importaciones. Sucede que las empresas se quedaron con demasiados pesos que no pudieron aplicar a la compra de mercadería y optaron por dolarizarse de cualquier manera.
Se trata de la comprobación más brutal de un principio básico de la economía: no es posible controlar al mismo tiempo precio y cantidades. El Central optó en este último mes por cuidar lo segundo, en este caso el stock de reservas, pero se le disparó el tipo de cambio. Ahora, faltando sólo dos semanas para las elecciones, todo indica que la elección irá por el lado de evitar un fuerte salto de la cotización del dólar y para eso será necesario sacrificar reservas. Eso fue lo que sucedió el viernes.
El frente cambiario cambia los planes que venía manejando el Gobierno. El objetivo de llegar a las elecciones haciendo la plancha y casi exclusivamente volcando “platita” en la economía encontró su límite en el comportamiento del dólar y amenaza con infectar al resto de las variables. La idea de pasar el verano sin hacer mayores correcciones y apostando todo al acuerdo con el Fondo para marzo luce hoy como algo imposible.
Olla a presión
Se trata de una olla que tiene presión por todos lados. El balance cambiario de septiembre, por ejemplo, arrojó que más de 746.000 personas compraron USD 140 millones del “dólar solidario” (50.000 personas más que el mes anterior). Se trata de una suerte de subsidio que no está claro quién lo recibe para comprar divisas baratas. En principio, la mayoría de los “afortunados” serían del sector público. ¿Tiene sentido mantener esa posibilidad de compra de USD 200 mensuales ante semejante descalabro del frente cambiario?.
También hay un aumento de los gastos de los argentinos en el exterior, aun cuando todavía no se habían liberado los viajes. Solo el mes pasado se perdió un neto entre compra de pasajes, hoteles y gastos con tarjeta de U$S 228 millones y todo indica que para el verano esta cifra podría multiplicarse por dos y hasta por tres.
La brecha cambiaria volvió a superar el 100% y el titular del Central, Miguel Pesce, decidió responder con extrema tibieza: aceleró en la última semana el ritmo de devaluación del dólar oficial a un 21% anual, cuando venía siendo de apenas el 12%. Pero no alcanza en lo más mínimo. Por eso, todas las miradas están centradas en lo que sucederá las semanas posteriores a las elecciones. Si algo tiene claro todo el mundo a esta altura es que el escenario actual es totalmente insostenible: ni la gigantesca brecha ni la suba en cámara lenta del dólar oficial. Algo tendrá que suceder más temprano que tarde para salir de este verdadero círculo vicioso de cepo-atraso del dólar-brecha cambiaria, que se va volviendo una bola de nieve.
Las elecciones legislativas no cambiarán sustancialmente el panorama. Una nueva derrota electoral del Gobierno podría generar nuevamente algún efecto favorable en las expectativas y suavizar la presión cambiaria. Pero los desequilibrios que acumula la economía son tan grandes que no habrá otro remedio que será imprescindible encarar los ajustes.
Sin plan
La reunión en el marco del G-20 con Kristalina Georgieva resultó una señal del Presidente. Los discursos y actos que instan a “no ponernos de rodillas” ante las supuestas exigencias del FMI se chocan con las necesidades del Gobierno de refinanciar los millonarios vencimientos que habrá que enfrentar con el organismo en 2022 y 2023. Sin embargo, la número uno del Fondo sigue exigiendo lo mismo que el primer día desde que asumió Alberto Fernández: un plan económico.
Ni el congelamiento de precios, ni los múltiples tipos de cambio ni el financiamiento con emisión monetaria forman parte de las recetas históricas del FMI. Pero tampoco son parte del menú que precisa cualquier país normal para crecer. En estas condiciones, sólo cabe esperar que aumente la desconfianza y se acelere la sangría de dólares.
El Gobierno insiste con la necesidad de cambiar las condiciones que tendría un futuro acuerdo, en relación a los sobrecargos que cobra el organismo por refinanciar a diez años. Se trata de una tasa adicional de 2 puntos porcentuales cuando el préstamo excede el 187% de la cuota y otro punto porcentual cuando la refinanciación se realiza a más de 51 meses. El pedido argentino es razonable: una tasa de 4,5% anual que cobra el FMI por un préstamo normal se volvería casi del 8% anual por estas cláusulas. Los países que integran el G-20 ya se habían manifestado favorables a este pedido y es probable que sea incluido en el comunicado que divulgarán hoy. En ese caso, quedaría mucho más cerca un posible cambio por parte del Fondo y la posibilidad de un acuerdo en el primer trimestre de 2022.
Incertidumbre, zozobra y dudas
Este clima de incertidumbre, zozobra y dudas por lo que ocurrirá dentro del Gobierno tras las elecciones coincide con una reactivación notoria de la economía. Las consultoras económicas tuvieron que modificar fuertemente las estimaciones para este año: de un 6,5% a 7% de mejora pasaron ahora al 9%, a partir de la reapertura de actividades, una mejora de los salarios (que lograron igualar la inflación) y fuerte inyección monetaria por parte del Central.
Sin embargo, no se trata de una mejora sostenible si no se encaran rápidamente los problemas cambiarios y financieros que enfrenta la economía argentina. El objetivo inmediato luego de las elecciones será evitar una nueva crisis generada por un desborde del tipo de cambio y un nuevo salto inflacionario.
No hay en absoluto garantías de que lo puedan lograr, luego de una cantidad de medidas equivocadas y “mala praxis” que se fueron sucediendo a lo largo de toda la gestión. Acertar la receta que se deberá aplicar a partir del 15 de noviembre marcará no sólo el rumbo que adopte la economía, sino posiblemente el nivel de gobernabilidad de los próximos dos años, considerando que existe una elevada probabilidad de una nueva derrota electoral para el oficialismo en dos semanas.