Ya se sabía que el país está entre el top 14 de los países con tasas de inflación de dos dígitos al año, si bien el 30% que miden las consultoras privadas y el 19% que calcula el Indec, lo ubican lejos del primer puesto que ostenta sólido Venezuela con 97% -ya cerca de los tres dígitos-, y se mantiene por debajo del 33,5% de Ucrania, mientras que Rusia también participa en este lote con 17,9%. Aunque dicho de otra manera, la Argentina se afirma más allá de la posición 170 entre los que acusan menor suba de los precios al consumidor.
No es un proceso nuevo, sino que se ve claramente cómo del ciclo virtuoso de alta tasa de reactivación e inflación cercana al rango de un dígito entre 2003 y 2007, se pasó a otro muy distinto rápidamente, en el tramo 2008 a 2011, con un PBI que creció a la mitad de la tasa del período previo y una suba de los precios al consumidor que se duplicó. Con ese precedente, en lugar de introducir correcciones de política macroeconómica, el segundo mandato de la presidente Cristina Kirchner, bajo la conducción de la economía por Axel Kicillof, se caracteriza por acelerar la inflación al rango del 30% y la actividad ingresó en una nueva etapa contractiva.
Y a pesar de que se argumenta que «el mundo se nos vino encima», por la baja de los precios internacionales de los productos de exportación y la obstinada presión de los holdouts por cobrar pleno, más intereses y costos por la deuda impaga desde el default de fines de 2001, lo cierto es que la tabla internacional volvió a encasillar a la Argentina entre los 17 de menor crecimiento, con una tasa que el FMI ubicó en apenas menos 0,3%, pero los cálculos privados indican que la caída del PBI se proyecta a un rango de 2 y hasta 4,5%. Una vez más, la peor nota se la lleva Venezuela con una depresión de 7%, seguida por Ucrania con 5,5% y Rusia con 3,8% de caída.
Un poco mejor, pero no mucho, porque se encuentra entre los 40 sobre una lista más amplia de 220 países en los que se registra déficit fiscal total superior a 5% del PBI, aunque como en los otros dos indicadores relevantes, el desequilibrio de las finanzas públicas continúa bien distanciado del tope de 29,4% que anota Venezuela.
Con semejante desempeño, no sorprende que las autoridades económicas se resistan a medir la pobreza e indigencia, aunque de acuerdo a las estadísticas del Indec de Distribución del Ingreso y su relación con el salario mínimo vital y móvil, se puede estimar que se ubica arriba del 28% de los hogares.
Ajuste o encuadramiento, la tarea que se avecina
De ahí que si bien la persistencia del default selectivo o acotado puede constituir una limitación al acceso al financiamiento internacional, no se puede negar que si un próximo Gobierno accede a cerrar el pleito de la mejor manera, podrá superar ese escollo, pero difícilmente pueda obtener crédito a tasas y plazos similares a las que pactan la mayoría de los países que crecen, tienen inflación de un dígito y menores desequilibrios fiscales.
Sólo con una política clara y contundente, que muestre objetivos ambiciosos pero congruentes destinados a reencuadrar la economía más temprano que tarde, principalmente bajar el déficit fiscal, sanear las cuentas externas y reducir rápidamente la inflación a un dígito porcentual al año, el país podrá volver a crecer y tender a alinearse con los mejores de la tabla mundial.