El cepo, ese mito urbano como alguna vez lo llamó Cristina, ya es historia. La unificación del tipo de cambio discurrió hasta ahora sin zozobra. Pero el mercado aún funciona a medias y el verdadero partido todavía está por jugarse.
«Ningún economista serio puede estar hablando de cepo. Es muy impactante como título mediático, es fantástico, pero no tiene nada que ver con la realidad». Cristina se enojaba ya en 2012, a poco del debut de las restricciones cambiarias, por la malintencionada presentación de lo que no era más que un régimen que venía a poner fin a la «jauja cambiaria». El cepo ?ese mito urbano como supo llamarlo? nunca existió. Pero en 2015 fue desmantelado. El cepo, ahora sí, es una anécdota más en la atribulada historia económica de los argentinos.
Todavía estamos en proceso de ajuste. Fueron cuatro años de gimnasia mental para aprender a moverse nuevamente entre un surtido de cotizaciones que reactivaron además la necesidad de perfeccionar algunas bicicletas. Desde el tarjetazo para consumir afuera a un dólar «recargado» pero menos oneroso que el blue hasta el «peregrinaje» mensual por la ración de dólar ahorro que permitía hacer una diferencia al revender en el paralelo. El famoso y ya perimido «puré» en su versión temporada 2014-2015. Todo parte de una liturgia que ya corría el riesgo de naturalizarse y que quedará asociada a los estertores de la era K.
Basta mirar la foto del cepo al momento de las elecciones presidenciales para entender el fiasco. Y la magnitud de los parches a los que debió recurrirse. El último informe oficial sobre el mercado cambiario en época de cepo mostró que en el tercer trimestre del año el Banco Central vendió divisas por unos u$s 3.800 millones pese al ahogo impuesto a la demanda en todos los frentes. Así y todo, las reservas sólo acusaron una caída de u$s 600 millones, gracias a la activación del último tramo del préstamo de los chinos.
Así llegó el Central al 10 de diciembre con reservas netas negativas (sin reservas propias) y un 40% del total en yuanes prestados.
El triunfo macrista no tardó en cristalizar la expectativa que había recorrido todo el año electoral. A una semana de asumir, el cepo se había terminado.
Hubo vértigo ante la unificación del tipo de cambio. Fueron después de todo muchos años de un mercado pisado, artificial, encogido. Pero todo discurrió en calma. El dólar se ubicó más cerca de los $ 13 que de los $ 14 y la inquietud por una sobrerreacción inicial no encontró argumentos. Pero el nuevo mercado cambiario todavía está lejos de estar plenamente operativo. Este partido todavía está por jugarse, dicen los economistas. Por ahora, el aporte comprometido por las cerealeras está abasteciendo de oferta abundante a un mercado en el que el acceso de los importadores a los dólares, aunque liberado, lo fue de tal forma que todavía no supone una presión del lado de la demanda.
Pero la épica por delante no se agota en el manejo del dólar. De poco servirá, de hecho, la corrección sin un plan sólido y convincente en lo fiscal. Entre 2012 y 2015 el déficit primario se agrandó en casi 5 puntos del PBI, incluso con suba de presión tributaria. Las definiciones en este frente -realistas frente a la proporción del desequilibrio pero firmes en la dirección propuesta- evitarán que la inflación se acelere y vuelva intrascendente cualquier suba nominal del tipo de cambio. Para diciembre, el mercado ya espera una aceleración de la inflación hasta el 4%. Recordemos el 2014. A cinco meses de la devaluación, el tipo de cambio acumulaba una suba del 35% y los precios, del 20%. Al año ambos ya estaban casi empatados arriba del 40%.
En todo caso, culmina para los argentinos un año histórico. Y no porque el cepo, que para algunos nunca existió, ya no existe. Parecemos estar frente a una Argentina que ya no está dispuesta a disfrazar lo que le pasa.