Hay dos formas de hacer las cosas bien: por convencimiento o porque no queda otra. Argentina es un claro ejemplo de la segunda.
Primero fue el sinceramiento de las estadísticas oficiales, con la introducción del nuevo índice de precios y el arreglo en el cálculo del PBI. Luego fue el turno del acuerdo con Repsol en concepto de indemnización por la estatización de YPF. Y, finalmente, esta semana se logró el acuerdo con el Club de París.
Todos estos eventos han sido muy bien recibidos por la comunidad financiera. Es cierto, podrá discutirse largo y tendido con cuánta exactitud mide la inflación real el IPCNU, si la tasación de YPF es correcta, si el monto adeudado al Club de París era 9.700 millones de dólares (según una estadística oficial de diciembre 2013 el monto adeudado ascendía a 6.089 millones de dólares), si es lógico trasladarle al siguiente gobierno el 90% del pago al Club de París, etcétera, etcétera.
Pero que estos puntos no nos enceguezcan y nos priven de ver la magnitud de los mismos. El reciente acuerdo con el Club de París consolida el cambio de rumbo económico del país. Axel Kicillof ha logrado el convenio que no pudieron (o no quisieron) terminar Lavagna, Boudou y Lorenzino.
Argentina ha encarado 2014 con una actitud pro-mercado al entender que más temprano que tarde deberá recurrir a los mercados financieros internacionales para aliviar sus alicaídas reservas. El problema radica en que el costo del endeudamiento argentino es muy alto: hoy la deuda soberana cotiza a yields del 11% promedio.
Si uno observa la curva de bonos soberanos argentinos rápidamente se da cuenta de que es una curva horizontal. No importa la duration del bono, éstos siempre cotizan a igual yield. Dicho de otro modo, la curva es todo riesgo de crédito y el concepto de valor tiempo del dinero no tiene ninguna importancia.
Ante este panorama, reducir el costo de financiación es imprescindible para salir nuevamente a tomar deuda externa. La compresión de yields es un proceso largo y Argentina ha tomado ya decisiones en esa dirección. Sin embargo, hay un último escollo: los holdouts. El próximo 12 de junio la Corte Suprema de los Estados Unidos debe definir si toma o no el caso de los fondos buitres. Argentina se enfrenta básicamente a tres escenarios.
En primer lugar, la Corte puede aceptar revisar la validez de los fallos de los tribunales inferiores. En segundo lugar, la Corte puede solicitar un dictamen al Procurador del Tesoro de Estados Unidos para que dé su opinión al respecto. Por último, la Corte puede rechazar el expediente y dejar en firme los fallos de primera instancia.
Cualquiera de los dos primeros escenarios serían muy favorables para Argentina, ya que implicaría patear el conflicto para 2015. ¿Por qué es esto tan importante? Porque el 31 de diciembre vence una cláusula incluida en los canjes de 2005 y 2010 llamada Rights Upon Future Offers (RUFO). Según esta cláusula, quienes aceptaron ingresar en dichos canjes pueden reclamar que se les igualen los pagos en el caso de que la Argentina realice una oferta mejor posterior. Como esta cláusula vence a fin de año, si Argentina logra cruzar el 2014 luego podrá negociar directamente con los buitres.
Si la Corte rechazara revisar el caso, Argentina no solamente tendría que hacer frente a los 1.300 millones de dólares reclamados por los fondos buitres, sino que además se abrirían las puertas a nuevas demandas de bonistas que entraron en los anteriores canjes, por hasta 15.000 millones de dólares.
La semana del 12 de junio será clave para el devenir de la economía argentina. Queda por superar el último y más difícil obstáculo para lograr la normalización financiera y el retorno al mercado voluntario de deuda. Hasta ahora se han hecho bien los deberes, ojalá la Corte Suprema de Estados Unidos le dé un guiño al país.
El autor es Lic. en Ciencias Empresariales y tiene un Master en Banca y Regulación Financiera. Actualmente se desempeña como Analista de bolsa en TSA Bursátil, una empresa del Grupo Transatlántica