El país necesita una hoja de ruta para poder atraer inversiones y recuperar el valor de la moneda
Por Roberto Cachanosky
No causa ninguna sorpresa escuchar al Presidente decir que no cree en los planes económicos. Desde un primer momento, se notaba que con el nuevo gobierno no había una hoja de ruta o, en todo caso, el plan inicial cuando asumió era emitir moneda para “ponerle plata en el bolsillo a la gente”, por eso el cambio en la forma de valuar las Letras Intransferibles del Tesoro que tiene el BCRA que, mágicamente, le generó una utilidad de 2 billones de pesos dándole margen para “emitir utilidades”, dado que el cupo de expansión por el lado de los adelantos transitorios ya estaba cubierto.
El plan inicial era reactivar, vía el consumo interno, emitiendo, suponiendo que la Argentina tiene moneda para poder hacer política monetaria expansiva. Muy precaria la estrategia. De todas formas, esa política quedó descartada con la aparición del COVID-19 y la cuarentena que impuso el Gobierno desde el 20 de marzo, matando la actividad económica. A partir de ese momento el Central usó esas utilidades inventadas para emitir y financiar un déficit fiscal que se disparó.
En rigor, el Gobierno de Alberto Fernández continúa con la estrategia de Cambiemos que tampoco quiso tener un plan económico, su estrategia era el “no plan”.
Condimentos básicos
Para que un plan económico funcione, en particular para el caso de Argentina que está en las diez de última, debe cumplir, al menos, con los siguientes requisitos:
1) Ser intrínsecamente consistente;
2) El ministro de Economía debe ser alguien de trayectoria, con prestigio y que sepa comunicar bien el plan al común de la gente para generar confianza; y
3) Debe contar con un claro apoyo político.
En el caso de Mauricio Macri no quiso tener un ministro de Economía con trayectoria y prestigio, vaya a uno a saber por qué. Nunca tuvo un plan económico. Su lema era: todos los días un poquitito mejor. Creía que las inversiones iban a llover por el solo hecho de que había llegado al sillón de Rivadavia y no hacía falta nada más. Grosero error que pagó muy caro. Nunca quiso escuchar a quienes proponían un plan consistente. Esos eran tratados de “liberalotes y plateistas” por parte del Jefe de Gabinete, Marcos Peña, que si entraban a la cancha quedaban desgarrados en el primer corner. La realidad es que terminaron ellos todos desgarrados y pidiéndole la hora al referí.
En el caso de Alberto Fernández y sus aliados no solo parecen no tener interés en un plan económico sino que, lo que es más complicado, nadie con prestigio y trayectoria que genere confianza en los agentes económicos va a aceptar sentarse en el sillón de ministro de Economía teniendo como respaldo una coalición política que espanta a cualquier inversor. Solo basta con ver el proyecto del diputado Carlos Heller de impuesto a las “grandes” fortunas; o el intento de expropiación e intervención de la empresa Vicentín.
En la década del 80 el gasto público consolidado estuvo en un promedio del 30% del PBI, actualmente está en el orden del 46% del PBI. Si en la década del 80 ese gasto público fue infinanciable y se pasó de alta inflación, a megainflación, hiperinflación, confiscación de los depósitos con el plan Bonex a fines de los 80 y default a comienzos del 2000, es de imaginar que con este nivel de gasto público se va a terminar peor que en los 80 porque, encima, ni siquiera hay perspectivas de “viento de cola” en el precio de las materias primas, como la soja.
Necesidad de reformas profundas
Bajar el gasto público a niveles pagables por el sector privado es imperioso y eso requiere de un plan económico. Sin embargo el Presidente dijo el fin de semana que no cree en eso.
La actual carga tributaria es ideal para espantar inversiones; la legislación laboral impide que las empresas contraten personal; no existe moneda, sino cuasimonedas únicamente para hacer transacciones de corto plazo. Además, el BCRA emitió $2 billones de Leliq y Pases que no va a poder pagar, ya que no genera ingresos genuinos para honrar los intereses y devolver el capital, Pero Alberto Fernández le comunicó al mundo de los negocios que no cree en los planes económicos.
Solo para desarmar la estructura del gasto público se necesita un plan económico. A eso hay que sumarle una imperiosa reforma tributaria que no espante las inversiones; una reforma monetaria que permita recrear la moneda para poder hacer cálculo económico y transacciones de largo plazo.
La Argentina necesita desesperadamente de un plan económico que marque el rumbo de reformas que todos saben que se necesitan para poder empezar a generar algo de confianza. Se van a requerir muchos años de buena conducta para demostrar que se volvió a ser un país serio como lo fue a fines del siglo XIX y principios del XX. Por eso se crecía y la gente venía a radicarse a la Argentina. Porque tenía un horizonte de progreso si trabaja y se esforzaba.
Olvido de las premisas fundacionales
El país dejó de ser un desierto y se transformó en una nación próspera gracias a que hubo previsibilidad en las reglas de juego por la existencia de una dirigencia política muy superior intelectualmente a las de las últimas décadas y, sobre todo, porque cumplió con el plan económico que estaba implícito en la Constitución de 1853/60 y Juan Bautista Alberdi se encargó de explicitarlo claramente en el Sistema Económico y Rentístico de la Confederación de la República Argentina (título de ese libro de Alberdi de 1854).
Cualquier país que se analice cómo salió de la decadencia y entró una senda de crecimiento, tuvo un plan económico: Irlanda, Corea del Sur, Taiwán, la Alemania de postguerra con Ludwig Erhard, Nueva Zelanda con las reformas de Ruth Richardson a principios de la década del 90, y los ejemplos pueden seguir. Ninguno de esos países improvisó. Tuvieron un claro objetivo de crecimiento, un plan económico que incluía la apertura al mundo y las reformas económicas necesarias para ser competitivos.
Como está hoy la Argentina hoy, a punto de estallar económicamente, no se puede improvisar. Economistas con trayectoria, prestigio que generen confianza y sepan qué hay que hacer, también hay. Lo que no hay es una dirigencia política ni un gobierno capaz de generar la confianza necesaria para atraer inversiones.
Y, cabe insistir, ningún economista con prestigio se va a sentar en el sillón de ministro para decir que emitiendo para ponerle plata en el bolsillo a la gente se va lograr un crecimiento sustentable, y menos con un Presidente con inclinaciones expropiatorias.