Los principales referentes del gabinete económico coincidieron en distintos encuentros en la última semana que el principal objetivo, de corto plazo, es bajar la inflación a una zona del 2% mensual. Para eso, en los próximos días, se redoblarán los esfuerzos que se vienen haciendo.
La decisión está tomada. El Gobierno está dispuesto a redoblar la estrategia para rebajar la inflación. Conscientes de que el avance de los precios constituye el principal escollo para bajar los niveles de pobreza en el país y ponderando además que, tratándose de un año electoral, ese derrotero marcará, en gran medida, el resultado en las urnas, los principales referentes del gabinete económico coincidieron en distintos encuentros en la última semana en que el principal objetivo, de corto plazo, es bajar la inflación a una zona del 2% mensual. Para eso, en los próximos días, se profundizarán los enfoques y políticas que se vienen aplicando. Sabido es que el Banco Central ha aminorado el ritmo al cual se desliza el tipo de cambio oficial. Como anticipó este medio en los últimos días, la definición atraviesa todos los estamentos del Gobierno. La entidad que dirige Miguel Pesce busca resultados concretos.
En ese sentido, decidió hace algunas semanas llevar del 4% promedio mensual de deslizamiento del tipo de cambio que marcó en enero, al 2,5% en el mes de marzo. En esa línea, y de acuerdo a los objetivos planteados, la entidad llevaría aún por debajo de esa marca la estrategia. Hipotéticamente, una velocidad del 2% mensual (o incluso menos) para las próximas semanas, podría contribuir a una descompresión adicional de las expectativas de inflación, con la finalidad primera de enviar un mensaje contundente a las mesas de negociación paritaria, a las cuales ya les llegó un tiro por elevación cuando el Gobierno decidió echar freno de mano a la política de actualización tarifaria. De mantenerse a ese ritmo, se llegaría con un dólar mayorista en $101 (julio) y $103 (agosto). Una rápida mirada, arroja que en la tierra del Rofex, el arranque del año descontaba una devaluación cercana al 60%, si bien ahora no llega al 45% y podría descender más.
Si bien existe un dato promisorio, los miedos anidan a la vuelta de la esquina. El elemento positivo es que en las últimas horas, en los despachos oficiales, los números de recuperación económica dan por encima de las estimaciones presupuestarias, en algunos casos tocando un 8% anual proyectado. Como se mencionó oportunamente, esto plantea un segundo escenario a analizar: por cada punto de crecimiento se estima un incremento de tres puntos en las importaciones. Ergo, a cada paso de reactivación, surge asociada una demanda (muchas veces no satisfecha) de dólares para pagar importaciones, que podría mitigar esa expansión de actividad. Nota al pie, en los pasillos de la entidad que conduce Miguel Pesce aseguran que los próximos meses se seguirá de la misma manera: habrá una administración celosa de las divisas para el comercio exterior, bajo la consigna de que sólo habrá dólares para aquellos actores económicos que deban ingresar una mercadería y algunas deudas que deban cancelarse. No hay dólares para pagar nada más. A favor están los precios internacionales del agro, e incluso el ingreso de dólares para pagar el impuesto a la riqueza que en el BCRA monitorean de cerca.
Antes de hablar de los miedos que también habitan los pasillos del Palacio de Hacienda, conviene hablar de tasas. Serán también parte de las herramientas.
Desde que Alberto Fernández entró en la Casa Rosada, el Central se dedicó a bajar las tasas de interés. Con la Leliq en el 60% anual, el camino dibujado fue en descenso hasta un 38%. También la tasa de pases, que pasó del 50% anual al 12%. La pandemia interrumpió esa marcha y, en cambio, la entidad empezó a dar a luz un conjunto de líneas de crédito a tasas preferenciales, al tiempo que puso topes a la tenencia de Leliq. En ese momento, la sumatoria de la emisión monetaria junto a las tasas de interés más bajas y el tope a la tenencia de Leliq, decantó en un recorte de la tasa de interés que pagan los plazos fijos, lo que terminó estirando la brecha cambiaria. Sin embargo, evaluación mediante, colocó nuevos topes más altos a la tenencia de Leliq para los bancos (absorbió más pesos emitidos) mientras que también subió la de los pases a 32%. Con respecto a los plazos fijos, la idea es que ese instrumento permita desalentar la dolarización y “quedarse en pesos”. Para eso, no sólo puso un piso a la tasa de plazo fijo que pagan los bancos, sino que además, buscó -y busca- difundir las bondades del plazo fijo uva, que paga por encima de la inflación. Los plazos fijos uva tocaron un récord en febrero al traspasar el stock de los $100.000 millones, un salto de 141% desde septiembre pasado que muestra cómo la inflación y la ralentización en la velocidad de la devaluación es percibida como algo que va a durar todo el año. Es probable que así sea.
Ahora sí. Los miedos. Los temores. Aquello que también sopesan el ministro Martín Guzmán y el resto de las autoridades. Por un lado, la estrategia de enfriar la evolución del tipo de cambio oficial atada a la política de baja intensidad en materia de actualización tarifaria y, eventualmente, cierto acotamiento de las expectativas en paritarias, podrían no ser suficientes. Incluso los controles de precios de alimentos se han mostrado como una política que sólo tuvo alto impacto en momentos de pandemia, pero que ahora, encuentra mayor resistencia del ámbito empresario. Esto podría deparar una tasa de inflación que, en los próximos meses, registraría niveles superiores a los del tipo de cambio oficial. Algunos sectores del Gobierno (pero también de consultoras privadas) ven que la inercia inflacionaria derivada de lo que se denomina “incrementos de segunda ronda” podrían impulsar otros segmentos. Para pensar, el Gobierno mira de reojo la brecha cambiaria, que si bien se encuentra en niveles mínimos para los últimos meses, siempre es materia de precaución. En este punto, conviene pensar cómo ha logrado el BCRA controlar esa instancia hasta el momento. En un contexto de cepo financiero y restricciones a las importaciones, el Banco Central ha ganado numerosos grados de autonomía para encorsetar a la cotización del dólar contado con liqui. A eso se sumaría ahora el ingreso de dólares producto de la liquidación de la cosecha, lo que proyectaría un panorama sin alteraciones hasta el mes de julio. La pregunta que hicimos la última semana puede repetirse: qué destino podrían tener los pesos que se obtengan producto de la liquidación de esos dólares. Habrá que preguntarse también si las tasas de interés apenas positivas contra la inflación (uva) serán suficientemente atractivas para que no se quiera buscar cobijo en el dólar contado con liqui. Una expansión de esa brecha, aunque fuese menor, podría impulsar el costo de reposición de los insumos importados, y así subir la expectativa inflacionaria. También habrá que ponderar cuestiones relativas al BCRA, por ejemplo, el grado de expansión monetaria (si fuese necesario) o el incremento en la velocidad de circulación del dinero.
Para lo último, también habrá que sumar la posibilidad que no se llegue a un acuerdo rápido con el Fondo, ya que si bien se esperan los u$s4.350 millones por la ampliación de DEG del organismo que conduce Kristalina Georgieva, el ritmo de las negociaciones podría buscar un escenario con acuerdo cerrado para fin de año. En ese sentido, es dable pensar que el Gobierno empezaría nuevamente las gestiones, esta vez, a partir de un pedido de prórroga con el CLub de París, algo que podría incluso pavimentar las próximas conversaciones con el FMI.