Los técnicos de la autoridad monetaria observaron que en momentos de deterioro de las condiciones internacionales la tasa de desocupación aumentó más en las economías con dólar fijo que en las que es libre. El rol de los sindicatos
El brusco giro del ciclo económico en la Argentina en el inicio del segundo trimestre, luego de un primero en que el Indec estimó que el PBI había aumentado 3,6%, por efecto del cambio del escenario internacional, junto con la crisis que la sequía provocó en el agro, y que se manifestaron en tensiones en el mercado cambiario y en la brusca aceleración de la tasa de inflación, disparó la reacción de algunos sindicatos, más preocupados por no perder capacidad de compra que por preservar las fuentes de trabajo.
Frente a ese escenario, las nuevas autoridades en el Banco Central se abocaron a echar mano a todo el instrumental de política monetaria para detener la alta volatilidad del tipo de cambio que se había disparado más del 40% en dos meses, pero sin abandonar el régimen de flotación, para no repetir experiencias anteriores de fuerte escalada de la tasa de desempleo.
El más recordado salto de la tasa de desocupación es el que tuvo lugar bajo la primera presidencia de Carlos Menem, a fines del primer lustro de los 90, cuando la crisis del Tequila, como se definió al efecto propagación de la devaluación del peso mejicano, cuando pasó del 9,6% al 17,5% del total de la oferta laboral.
De ahí que en su último Informe de Política Monetaria los técnicos del Banco Central dedicaron un apartado al «mercado laboral y los shocks externos», porque consideraron que la corrida cambiaria que se observó entre el 25 de abril y el 15 de junio últimos, donde el tipo de cambio de pesos por dólar de venta al público pasó de $20,56 a $28,85 y las reservas en divisas se derrumbaron de USD 60.791 millones a USD 48.467 millones, había «encendido los temores a una aceleración de la inflación, lo que reavivó el debate acerca de la conveniencia de recurrir al tipo de cambio como un ancla nominal o de continuar bajo un régimen de flotación cambiaria; y cómo repercutiría sobre la dinámica del mercado laboral», a la luz de la experiencia de la anterior crisis externa de 2008/2009 que provocó en septiembre de 2008 la caída de Lehman Brothers.
Los efectos de esa crisis se reflejaron seis meses después de manera muy diferente en los mercados de trabajo en economías vulnerables de Europa y América latina, según el régimen de cambio que tenían, fijo o flotante; porque en los primeros la «inflexibilidad a la baja de los salarios en moneda extranjera» frente a shocks externos determinó que el ajuste recayera sobre la fuerza laboral ocupada y aumentara violentamente el desempleo; mientras que en los segundos, por el contrario, el efecto recayó preponderantemente sobre los ingresos en el equivalente en divisas, y se preservó la fuente de trabajo.
El esquema elegido en la Argentina
La necesidad de recuperar la capacidad de generar divisas a través de las exportaciones de bienes, agro e industria, y también de servicios, como los del turismo internacional que se ha convertido con el atraso cambiario entre 2017 y comienzos de 2018 en una ventana de salida de dólares, más que en una puerta de entrada, llevó a las nuevas autoridades del Banco Central a preservar el régimen adoptado desde diciembre de 2015 de tipo de cambio flexible, sin trabas ni cepos al comercio exterior como a la venta de moneda extranjera.
La explicación que dieron es que ese esquema cambiario «permite minimizar la pérdida de puestos de trabajo y engendra, en el aumento de la competitividad externa, las semillas de una posterior recuperación económica. A lo anterior debe añadirse que evita los efectos nocivos que el desempleo acarrea en el largo plazo para una economía».
Sin embargo, imponer esa experiencia no será sencilla en un país más acostumbrado al tipo de cambio fijo que al flotante y preocupación dominante de los sindicatos por no perder adquisitivo de sus salarios que por fomentar el crecimiento de la economía y del empleo productivo.
Hay experiencias locales recientes, y también internacionales en la que flexibilización a la baja de los salarios en tiempos de crisis ha permitido superar el receso sin afectar la fuente de trabajo general y salir fortalecido con la llegada posterior de la bonanza.
Ahora en la Argentina se intenta revertir la historia a través de la política cambiaria, pero su éxito no será tal si no es acompañado por una política que conduzca a la reducción de la excesiva presión tributaria, sin postergaciones.