Un análisis sobre los cambios que se observan en el BCRA.
Por Hernán de Goñi
La política monetaria pasará a tener un sesgo menos dogmático. La entidad que conduce Luis Caputo plasmó ayer un giro visible y dejó atrás algunas reglas moldeadas por su antecesor, Federico Stuzenegger. El principal cambio es el abandono de la tasa de interés como instrumento central para alcanzar las metas de inflación, y la adopción de un control de agregados monetarios (la cantidad de dinero en circulación) como método complementario.
Las metas de inflación no desaparecen, pero es probable que tengan un esquema distinto. El objetivo principal pasa a ser el número de 2019, y es probable que hasta que se acerque a esa cifra (una variación de 17% punta a punta, o sea de enero a diciembre) la estrategia del Central se resuelva con mayor plasticidad y menos ortodoxia.
Varios analistas habían marcado que si la base monetaria crecía por arriba de la inflación (algo que sucedió en los meses previos a la corrida cambiaria), la meta iba a ser muy difícil de alcanzar. Ahora, con la estampida de precios que disparó la devaluación, la curva se invirtió. La cantidad de dinero está por abajo, acentuando el sesgo contractivo, algo que hoy el Central desea destacar.
En sus proyecciones, la entidad remarca que junio fue el pico inflacionario y julio ya muestra desaceleración. También apuesta a una recuperación en el cuarto trimestre, pero dejando la puerta abierta a que la estanflación siga un poco más.
En su comunicado, el organismo monetario transmitió la idea de que será más importante su intervención en el mercado secundario de Lebac, donde se formará la verdadera tasa de referencia, que la reunión (ahora mensual) del Comité de Política Monetaria. El dato político es que al revalorizar el rol del directorio, que ahora votará en serio, le dio más relevancia a la integración de los cargos vacantes, un frente más de negociación entre el Gobierno y la oposición.