Los castillos en el aire de Mauricio: no hay nada peor que creerse el propio engaño. Si fueran el presidente de un empobrecido terruño populista, de caras a elecciones 2019, qué priorizarían: ¿empleo o desinflación?, con una curva de Phillips golpeándonos la puerta. Desde que Macri asumió como presidente, el no plan económico de Durán tiene como principal objetivo generar en la población la sensación de que todo está OK, cuando en realidad, nada está OK. Después de una década de saqueo, esta nación está en absoluta bancarrota, pero nadie se atreve a decirlo y de esta forma, los argentinos decidimos vivir otra mentira más, de las tantas que hemos sido capaces de construir gracias a nuestra peligrosa y nociva imaginación. Pero lo sublime y trágico de la economía es que en el mediano plazo no sabe mentir y nos está enseñando que el gradualismo, un himno a la falta de audacia, condena a todas las variables económicas a un sendero de dolorosa y costosísima anestesia, estamos todo el tiempo empantanados en el miserable estado estacionario de siempre. La política monetaria lamentablemente, no puede ser una excepción al principio de letargo generalizado al que nos condenan las múltiples loterías del duranomics. El BCRA cometió un solo pero severo error: subestimar las consecuencias del “no plan M” y ahora quedó atrapado en una dinámica de tasas altas que no logran nada y un tipo de cambio atrasado que exacerba el déficit de cuenta corriente, estrangulándonos con implacable lentitud y retroalimentando perversamente a las expectativas de inflación, variable sagrada para el inflation targeting. Lamentablemente, el BCRA quedó a un paso atrás del mercado y se metió sólo en un nudo que no puede desarmar. Somos una mentira de país y la economía nos está mostrando a su primera gran víctima: una desinflación que no puede ser, y habrá muchas más. Por momentos, queremos creer que hacemos política monetaria como en USA o Europa hasta que nos pegamos la trucha contra el vidrio y nos damos cuenta de golpe que vivimos en Peronia, un principado infectado de múltiples inconsistencias que nadie se anima a corregir. Todo el plan económico del presidente Macri es un gigantesco castillo en al aire y me preocupa que al igual que en los tiempos K, los argentinos hayamos comprado otro relato más de patas muy cortas, otra sanata que empieza a no cerrar. Estamos llegando al punto en donde, o aceptamos una inflación más alta relegando a la política monetaria y lo hacemos público, o vamos por la ortodoxia fiscal relegando el rebote y también lo hacemos público. Este gobierno va necesitando un shock de sinceridad consigo mismo y hacia toda la sociedad, no podemos seguir enroscados en esta mentira eterna.
La primera gran víctima del gradualismo: desinflación lenta. En esta coyuntura amarilla, parecería que no existe estrategia monetaria capaz de sobrevivir a una política fiscal que se llevaría puesto hasta al mismísimo Alan Greenspan. Si se decidió ser tibio en todos los frentes me permito decirle al BCRA: bienvenido entonces al club de los perdedores, la mediocridad impide la excepción. Bajo el esquema del relato M, las dos cosas juntas, rebote y desinflación rápida, son imposibles, intentarlo resulta en una costosísima pérdida de tiempo. Algo tendrá que ceder, obviamente, solucionar lo fiscal es tan costoso que todo el espectro político simplemente decidió ni intentarlo con el auspicio de un gran cómplice: los argentinos aplaudidores, excluyo a ovejas. ¡Es el déficit lo que nos está inflacionando!, hasta doña Rosa se daría cuenta. Nuestra insensata utopía criolla radica en un paradigma muy básico: con los mismos políticos de siempre pretendemos un cambio y como lo dice el gran Bilardo: “es como en el fútbol, todos opinan, pero pocos comprenden”, lo cual explica lo mal que votamos y el formidable error que tenemos a la hora de anticipar senderos económicos. En el fulbo, criticamos a Messi, en economía hacemos lo propio con el equipo a cargo del BCRA. Parece que tenemos la costumbre de pegarle a lo mejor que tenemos aun cuando la autoridad monetaria pecó al subestimar lo difícil que sería desinflacionar frente a un gobierno que bate récords olímpicos de inacción en todos los otros frentes. Si la política fiscal no acompaña, desinflacionar rápido desde un 40% y a bajo costo, se convierte en una mera expresión de deseo y no sirve porque tritura la reputación del BCRA. Los argentinos deberemos comprender de una vez que el gradualismo es infinitamente más costoso de lo que nos están contando y si le decimos al mundo que el BCRA es una entidad independiente, pues bien, déjenla ser o sincérense de una vez. Alguien debería aconsejar técnicamente a nuestro presidente y hacerle saber que, para un país quebrado, todo no se puede a la vez porque al intentarlo arriesgas a quedarte con nada.
Messi no come vidrio y por lo tanto no juega de arquero. Cambiemos es el campeón olímpico de lo no importante, “The New Nothing”, y en este contexto, el BCRA le chingueó muy feo al “gamma” de la desinflación, letra griega que en finanzas significa aceleración y ese error le costó una enorme pérdida de credibilidad. Como el resto de las variables, el equipo monetario terminó siendo presa también del socialismo cloacal del oficialismo. Tarde o temprano el BCRA deberá dejar de vivir en esta testaruda realidad virtual con la que intenta convencerse y convencernos, lamentablemente para el populismo de Cambiemos, un metrobús en PBA vale mucho más que la desinflación. Entonces, el discurso del BCRA se contradice con el genial “no plan de Durán”, en algún momento alguien tendrá que tomar la pérdida. De esta forma, bajo la lógica gris y mediocre del duranomics parecería que todo se piensa en equilibrio parcial, cada uno cuida su quintita pretendiendo que lo que hace el otro no importa y, por lo tanto, nadie mira la historia consolidada porque al verla, asusta y Durán le viene contando al presidente que está prohibido dar malas noticias, con una sola excepción: la raza ovina absorbe todo el embate.
Gradualismo M: ¿el cuento chino más enorme de la historia económica argentina? Desinflacionar desde acá, sin corrección fiscal previa, no es imposible, pero resulta tan lento y costoso que lo convierte en un proceso utópico y más aun con un entorno político que solo espera resultados rápidos. Ante la no corrección fiscal, el BCRA no dispone de un elemento básico y elemental: paciencia. Se necesitará muchísimo más que fe y esperanza para solucionar las formidables distorsiones de la economía argentina y parecería que al presidente le están contando una historia al revés. El gasto público y el déficit son tan enormes que distorsionan a toda la economía, pretender solucionar al resto sin atacar la raíz primera será una costosa pérdida de tiempo tal como la realidad nos lo está indicando. No terminás nunca de desinflacionar y tampoco de rebotar, lo cual evidencia la obvia ineficacia del gradualismo, realidad paralela que convenientemente compramos todos los argentinos, pero esta mentira que hoy aplaudimos tiene vida finita y patas muy cortas. Si la posibilidad de endeudarnos fuera ilimitada, no habría drama, pero lo cierto es que no disponemos de mas de un lustro para resolver el drama fiscal que tenemos.
Cuatro palabras grises: inacción, gasto, déficit y endeudamiento. En esta coyuntura populistamente expansiva ninguna estrategia antiinflacionaria funcionaría, dejemos de mentirnos unos a los otros, desinflacionar desde el 40% con cierta velocidad aceptable requiere inexorablemente de ortodoxia fiscal, un tema absolutamente ajeno a la órbita del BCRA. Mucho se está hablando de lo que hace o deja de hacer la entidad monetaria, también se lo critica por haber decidido ir por inflation targeting en lugar de agregados monetarios, algunos incluso lo cuestionan por decir que las metas son demasiado ambiciosas y, por lo tanto, sub-realistas. Estas discusiones, sin embargo, sólo miran el segundo orden porque con excepción de un minúsculo puñado de economistas, los liberalotes, nadie quiere avivar a los argentinos de que el desastre lo tenemos un nivel más arriba: political fiscal. Nada de lo que hagamos tendrá sentido si no decidimos asumir los costos que implicaría quebrar de una vez la formidable dominancia fiscal que padece este país desde hace setenta años. Macri que es ingeniero, debería comprender que en economía siempre a la larga, prevalecen las restricciones. Y desde el inicio de su gestión se viola la principal de todas: gastamos mucho más de lo que tenemos. Este ciclo tuvo a dos ministros de hacienda y ambos no pudieron solucionar la madre de todos los problemas, es muy fácil desde esa óptica criticar al BCRA, sería muy útil en cambio, mirarse también el ombligo propio. El BCRA también tendría que comprender que expandiendo monetariamente al 30% anual se hace tortuoso desinflacionar rápido aun cuando pongas la tasa en 60%. De esta forma el BCRA enfrenta dos niveles de inconsistencia. El primero es exógeno y se refiere al déficit de Hacienda. El segundo es endógeno y radica en que el BCRA financia con emisión monetaria parte de esta fiesta lo cual describe a lo sumo una “independencia acotada”. De esta forma, el BCRA también debería aprender que en economía no se puede todo y lo digo con el mayor de los respetos.
La meta inflacionaria del 2017 probablemente se pierda por unos 8 puntos porcentuales. El panorama para el 2018 tampoco parecería benévolo por lo que dicha meta podría también perderse por muchos puntos. Existe un conflicto evidente entre la política fiscal y monetaria que exacerbará lo que se viene observando desde inicios de año, claramente la agenda económica parecería tener más objetivos que herramientas. Por un lado, Hacienda debe lograr un fuerte rebote económico, esta es la única carta de póker para la convergencia de mediano plazo. Al mismo tiempo, el BCRA intentará seguir firme en su quijotezca y solitaria cruzada de tasas altas para al menos conseguir una reducción en el margen de error entre meta y realidad. Parecería que a esta altura, el objetivo ya no es alcanzar la meta sino reducir el margen de error en torno a la misma o sea, mutamos una condición de primer orden a una de segundo. Moraleja: el “no plan M” devalúa todo lo que tiene enfrente, hasta la política monetaria. Una cosa es el dulce carry de un portfolio lleno de lebacs y otra muy distinta es la evolución dinámica de un equilibrio general que está comenzando a mostrarnos claras inconsistencias internas, el alto carry es el síntoma de una enorme enfermedad subyacente. Los déficits gemelos nos indican un desequilibrio general que permanece alimentado por un gasto que, por el momento, se decidió no corregir. Los argentinos deberíamos dejar de creer en esta mentira que avalamos todos y comprender que hasta que no lo intentemos, nada funcionará. Tenemos un gran equipo a cargo del BCRA pero no son omnipotentes.