El cometido de la economía no es la futurología, pero se le parece. La lógica prometida por el Gobierno el viernes pasado, de que al llegarse a un precio “razonable” del dólar oficial utilizado como referencia en la economía real y lícita, era innecesario proseguir con las restricciones a la compra de moneda extranjera para ahorro y capitalización, no es lógica cartesiana definitiva e inapelable. Y mucho menos lo es, que como consecuencia el dólar blue deba bajar.
Si bien aún no se conocerán hasta mañana (mínimamente) los pormenores de la vuelta atrás en el mal llamado “cepo cambiario” (esta es la típica nota escrita un domingo en el que uno no tiene voluntad de leer diarios), hay ciertos indicadores universales que no pueden cambiarse de la noche a la mañana ni siquiera por un gobierno que cree que puede con todo.
El dólar blue nació como alternativa a la compra de dólares cuando esta operatoria dejo de ser un simple trámite bancario en el que uno veía en pizarra el precio y dividía por esta variable la cantidad de pesos que tenía para ahorrar. El dólar blue existió desde antes de que se instaure la primera parte del cepo que hoy teóricamente recuperamos: cuando se hizo necesario presentar el número de dni en los bancos, ya mucha gente se volcó a las entidades que no lo requerían, pagando un sobreprecio por el resguardo de datos. Así es que, antes de que haga estragos la moda de ponerle nombre cromático a las diferentes cotizaciones, la costumbre se adelantaba, como siempre, a la sistematización lingüística.
Nadie es ajeno a que el que compra 300 dólares no hace mover la aguja del manómetro que mide la presión del dólar sobre la economía. Y la medida a punto de efectivizarse está armada para que se puedan comprar cantidades pequeñas por personas físicas que argumenten con respaldo real que poseen capacidad de ahorro para acumular moneda extranjera. Al precio de cierre más el 20% de anticipo de ganancias, el dólar a comprar superará los 10 pesos, y el resultado sobre los precios en pesos será visible en góndolas. A continuación, un par de refutaciones personales a los paradigmas que deberían dar 4 a la suma de 2 + 2:
Comercio exterior: se marca desde el gobierno que esta medida repercutirá de manera favorable sobre los exportadores que deben liquidar divisas. Lo que no se dice es que (dejando de lado ciertos casos con atisbos monopólicos como los de los productos agrícolas) existen barreras no arancelarias en el resto del mundo para la compra de nuestros productos, y la principal es la inseguridad que les da comercializar con un país con proceso inflacionario retenido. Ni que hablar de que los productos importados (algunos tan básicos como los combustibles) se encarecerán con la suba del dólar oficial y se trasladarán directamente a los precios.
Cuando algo deja de ser prohibido, se pierde el interés: el error principal es considerar que deja de ser prohibido. Si a esto le sumamos que la compra de dólares se realiza (aunque sea de manera especulativa) para contrarrestar los efectos de la inflación que deprecia la moneda nacional, y sabiendo que el proceso inflacionario ahora va a estar respaldado por un dólar legal un 25% más caro que hace un mes, el mercado del dólar blue lejos de desaparecer, encuentra un nuevo cluster.
¿Qué hace pensar que una economía que en 2011 decidió restringir la compra de divisas debido a la merma en las reservas, va a volver a cero luego de haber acumulado una pérdida de miles y miles de millones de éstas?. En criollo, el Estado no podía hacer frente hace unos años a una dolarización de la economía (triste costumbre argentina), y mucho menos puede hacerlo ahora.
A fin de mes opera el vencimiento de $17,5 mil millones de Bonar 2014. Ya se ha comunicado que no se hará el pago en efectivo sino con una serie 2019 del mismo título. Al ser los casi excluyentes tomadores Anses y las diferentes entidades bancarias, la “aceptación voluntaria” no refleja de ninguna manera un voto de confianza. Es muy largo para explicar en un domingo de incertidumbre, pero la medida afectará al llamado “contado con liqui” y al riesgo país que determina la calificación de los papeles de Estado.
Los fantasmas del pasado sacuden el polvo de sus sábanas blancas y empiezan a deambular por los pasillos. Muchos hablan de corralito, de rodrigazo, de sigotazo.
Comenzando por lo más reciente (y desde un análisis 100% básico), no hay posibilidades de un corralito tal y como lo conocimos en el 2001, ya que a diferencia de lo que ocurría en esa época, los depósitos no están garantizados en dólares, y es imposible restringir el uso de la moneda de curso legal. Sin embargo, nos vamos a encontrar con muchas prácticas similares a las que vimos durante los meses anteriores a tan fatídica crisis y que cegaron a la clase media: cuando a partir del lunes uno quiera sacar el dinero de un plazo fijo vencido pensando en convertirlos oficialmente al dólar (cosa que no será aritmética, ya que aunque ese dinero esté blanqueado la AFIP no le autorizará transformarlo en moneda extranjera si no demuestra ingresos actuales acordes, aunque usted venga guardando desde hace años esos pesos) los bancos le ofrecerán tasas del 23%, argumentando que ahora que el dólar está “frenado”, nunca va a llegar a una rentabilidad superior.
El “rodrigazo” representó una devaluación del 150% de la moneda argentina en relación al dólar comercial (ya en esa época existía más de un dólar) y una suba entre el 100 y 200% de los servicios y combustibles. En 1975 la economía “declarada” llevaba 11 años de crecimiento constante, mayormente ayudada por los precios agropecuarios internacionales. La medida comenzó con el aumento del precio de los pasajes al extranjero, “el que viaja no produce, pero si gasta”. Es lógico que la gente que lo vivió, vea la vaca y llore.
Sigaut también tuvo su frase célebre en 1981, “el que apuesta al dólar pierde”, poco antes de la gran devaluación. Y los que apostaron, triplicaron su poder adquisitivo en poco tiempo. La base del crack fue la convivencia de dos dólares diferentes: el financiero (libre) y el comercial (regulado).
En la época de Rodriguez y Sigaut, se le echaba la culpa a los comunistas, en la época del corralito, a los ineptos, y en la era Kichillof, a la oligarquía desestabilizadora. El “pueblo” parece no tener la culpa de nada, pero paga una vez más la especulación, real o inversa, comunista u oligárquica, nacional o internacional, en dólares o en pesos, como siempre, con su salario mínimo y móvil, pero cada vez más lejano a lo vital.
La autora es titutal de VP Consultora