Si bien el dólar blue es tomado como termómetro, poco puede aportar la propia lógica de controles, allanamientos y castigos a la hora de mensurar el horizonte de la cotización del billete. Mayor cantidad de pesos y límites para las divisas han forjado un mercado volátil que a menudo convalida un piso más alto
Para saber qué pasará con el dólar no hay que mirar al dólar: hay que mirar lo que el Banco Central hace con los pesos. La esencia de esta proposición, que mueve a muchos ahorristas a anticiparse a los movimientos del “billete”, no es menos cierta por más volatilidad que asuma la cotización y por más noticias de allanamientos, controles y nuevas estructuras de inteligencia para control se erijan para monitorearlo. La pregunta que cabe hacerse es: ¿cuánto pueden cambiar los fundamentos de los que se vale el dólar informal para trepar por la noticia sobre un mayor control?
A lo largo de los últimos años, el dólar blue ha tenido dos combustibles, indiferentes a las razzias y sanciones: el primero es, la inflación “que convalida un valor base para el billete que no puede estar por debajo de lo que marca el resto de los bienes y servicios de la economía nominados en pesos”. Una segunda parte de esta primera alternativa la dan los propios pesos que circulan por la economía y que, de a ratos, (principalmente cuando se emiten pesos por encima de lo que demanda el mercado), no encuentran su destino ni en las tasas de los plazos fijos, ni en la inversión en la economía real y tampoco en el consumo.
Conviene tener a mano los datos del desempeño del déficit fiscal, que entre enero y abril del corriente le sacó casi 20 puntos de diferencia entre gasto e ingreso. El dato es que el Gobierno financia 1 de cada 2 pesos que gasta con emisión monetaria y deuda del Tesoro. El otro dato es que mientras en 2014 la cantidad de dinero creció por debajo de lo que marcaba la inflación y esto ayudó a bajar la tensión inflacionaria, en 2015 esa relación se revirtió con una masa de dinero que avanza al 37% y precios que desaceleran hasta el 24%. Eso implica que la cantidad de dinero crece en términos reales.
La receta del BCRA es conocida: a diferencia de lo que había acontecido en años previos donde la emisión terminaba financiando al Tesoro, ahora el ministro Kicillof eligió “por fuerza mayor” endeudarse vía bonos.
El segundo de los combustibles puede considerarse a la escasez de dólares que sufre la economía local y que, a través de mecanismos que implican un menor desembolso de las divisas necesarias para financiar insumos generan un recorte de determinadas actividades económicas cuyo impacto puede llegar a la vida cotidiana, pero sobre todo, que apuntala el funcionamiento de la plaza informal. En la traducción, como queda en evidencia por lo acontecido en años previos, mayores controles pueden recortar los grandes montos operados en el dólar informal y transformarlos en pequeños negocios, e incluso puede hasta prevenir que aquellos jugadores de peso busquen hacer “olas” que sirvan de argumento para que otros desprevenidos se suban a corridas cambiarias, pero es poco probable que puedan moldear una cotización que escape a las generalidades que enfrenta cualquier bien o servicio nominado en pesos que está sometido a la oferta y demanda del propio activo y de los pesos que se utilizan para comprarlos.
Si el objetivo es acortar la distancia y que el dólar regrese a un valor que le sirva a la economía, habrá que crecer sin inflación, ajustar gradualmente “más bien lento” el tipo de cambio para poder abrir los cepos (importaciones, para crecer; dividendos, para que llegue inversión extranjera) y que, por último, normalizar la posibilidad de atesorar, para que se desinfle el mercado paralelo y ya no sea susceptible de manipulaciones.