Por Luis Secco
En mi columna de principios de abril me preguntaba si el fin justifica los medios. Porque no hay que dar muchas vueltas para que nos pongamos de acuerdo en que tanto la salud como la economía deben preservarse sanas y que, por lo tanto, no es cuestión de tomar cualquier medida económica por más que se las piense como «transitorias» y «so pretexto» de las urgencias. Sin ánimo de parafrasear al presidente norteamericano Donald Trump, el remedio no puede ser peor que la enfermedad.
Sin embargo, el éxito en materia sanitaria hace que la sociedad comience, tal como puede verse en las últimas encuestas, a preocuparse por las consecuencias del aislamiento obligatorio y por su presente y futuro económico, más que por su estado de salud o por la pandemia misma.
Los puntos más salientes en términos de lo que la «coronacrisis» significará para la Argentina estarán dados por una caída histórica de la actividad económica, por un déficit fiscal también histórico y totalmente financiado por el BCRA, por la inflación que esa emisión monetaria terminará generando, por una brecha cambiaria también creciente (más allá de los esfuerzos del Gobierno por tapar el sol con las manos) y por un nuevo salto de la pobreza, la marginalidad y el hambre.
En un documento -hasta el martes de esta semana de carácter confidencial- que circuló entre los acreedores privados, el Ministerio de Economía estima para este año una caída del PBI de 6,5%. Según nuestras estimaciones la baja podría ser incluso mayor. Es muy probable que en el segundo trimestre del año, la magnitud del frenazo compita con el que tuvimos en los últimos dos de 2001 y el primero de 2002 (la actividad cayó -14.5% acumulado en tres trimestres, con una media de -5.1% por cuarto). De cumplirse estas previsiones, el PBI de 2020 sería similar al de 2008. Es decir, ¡el mismo de 12 años atrás!.
Una forma alternativa de verla magnitud del derrape productivo es tomando las proyecciones del Ministerio que figuran en dicho documento, las que –por cierto– debemos considerar entre «realistas» y optimistas. De cumplirse dichas estimaciones, recién en 2025 volveríamos a tener el PBI de 2011. Sería otra «década perdida», similar a la que tuvimos entre 1975 y 1990 (hablamos de década, pero fueron y serían otros quince años de estancamiento). O sea que en cincuenta años habremos tenido ¡dos períodos de quince años sin crecimiento alguno! Un lujo que prácticamente ningún país del mundo habrá osado darse.
Al mismo tiempo, las previsiones oficiales de déficit fiscal ubican el resultado primario de 2020 en un -3.1% del PBI. Según nuestras estimaciones, el déficit primario sería como mínimo más del doble de lo sugerido por las autoridades. En el documento que mencionamos antes, el Gobierno prevé que la totalidad del déficit (más los pagos de la deuda en pesos)será financiado por el BCRA. Si bien los últimos datos de inflación alientan interpretaciones trasnochadas sobre la irrelevancia de la emisión sobre la inflación, está claro que los mercados más eficientes y menos regulados de todos (los mercados libres del dólar) ya reflejan la formidable inconsistencia de política económica que acompaña las respuestas del Gobierno frente al frenazo de la actividad.
Porque la inflación no ha sido una prioridad para esta administración, y la idea de gastar todo lo que haga falta y la de emitir todo lo que haga falta, tal como lo han dicho las máximas autoridades de la Argentina, así lo reflejan. En cuanto a los instrumentos para contenerla suba de precios, el Presidente y el ministro de Economía se recostaban antes de la pandemia, y vuelven a hacerlo ahora, en un tipo de cambio oficial lo más planchado posible y en los controles y el congelamiento de precios y tarifas.
Herramientas cuya efectividad no necesita ser cuestionada con argumentos técnicos, porque alcanza con una lectura a vuelo de pájaro de innumerables episodios de nuestra historia reciente para que ella quede por completo desestimada.
En este marco, la combinación de un frenazo de actividad histórico y una tasa de inflación que promete regresar con fuerza cuando el aislamiento obligatorio deje de ser tal, dejarán su huella sobre la pobreza. El Presidente parece consciente de esta situación cuando tribuneramente plantea que prefiere 10% más de pobres que 100.000 muertos. Porque, según sostiene, de la muerte no se vuelve pero de la pobreza sí. Sin embargo, la historia reciente de la Argentina nos plantea una visión un tanto diferente.
De acuerdo con una serie de datos compilados por la UCA (que recrea la serie histórica de pobreza simulando la nueva metodología del Indec), la crisis de principios de los años ’80 (crisis de la deuda y Malvinas) llevó la pobreza al 27.5% de la población urbana en 1983; bajó luego a un mínimo de 22%, pero nunca regresó a los niveles del 10% preexistentes a la crisis. Ese 22% de 1986 no se pudo sostener y la hiperinflación sobrevino cuando la pobreza ya era del orden del 30%, para llevarla a niveles del 68%. Disminuyó luego a un 24% (2 puntos por encima del «piso» previo) en 1993, pero tampoco pudo sostenerse en esos niveles por mucho tiempo y fue creciendo hasta llegar a niveles del 40% justo antes de la crisis de 2001/2002, cuando la cantidad de pobres alcanzó al 78% de la población urbana.
A partir de allí comenzó a caer, pero hasta un escalón algo más elevado de 26% en 2012. Pero, de nuevo, solo fue posible mantener ese nivel por dos años. Más recientemente, y si bien hubo algunos años positivos en materia de reducción de la pobreza, la crisis del primer trimestre de 2018 volvió a acelerar su crecimiento hasta el 40.8% de fines de 2019.
La «coronacrisis» nos sorprende entonces con una pobreza que es casi el doble de la que teníamos cuando volvía la democracia después de la crisis de principios de los ’80, y similar a la que había antes de la de 2001/2002. Resulta muy difícil estimar a qué niveles podría llegar ahora, pero este breve repaso de nuestra historia reciente muestra lo difícil que se ha tornado lidiar con un problema de características que son ya estructurales o endémicas. Vale la pena tener presente que de la mano de la pobreza vienen enfermedades y muertes por otras causas, con una sustancial reducción de la expectativa de vida de los que la sufren en carne propia.
La Argentina de las últimas décadas es un laboratorio con un resultado poco alentador: no es fácil volver de la pobreza. Y va quedando claro que la usual receta de «más Estado» no es la indicada para derrotarla.
Fuente: https://www.cronista.com/columnistas/Coronacrisis-de-la-pobreza-se-vuelve-20200506-0077.html