Este indicador, usado como referencia para invertir y para medir el atraso cambiario, ahora muestra que el precio del billete debería ser más bajo que el valor oficial. No obstante, expertos advierten que esconde «problemas», como el fuerte endeudamiento externo y la excesiva emisión de Lebac
¿El dólar tiene que bajar o debe subir? Es una de las eternas discusiones en la Argentina, con más opinantes vocacionales que los que aparecen en los debates futbolísticos sobre la Selección Nacional.
Las visiones son profusamente variadas. Están desde aquellos que defienden un tipo de cambio estable -por no decir casi fijo- hasta quienes se muestran preocupados por la pérdida de competitividad (que cuentan con la inesperada ayuda argumental de Cristina Kirchner, que ya hace meses afirmaba que debería valer $20).
Lo extraño de este momento en particular es que un «termómetro» del atraso cambiario -como lo es el llamado «dólar de convertibilidad»- está marcando mediciones raras.
¿Qué significa este concepto? Es la relación entre el total de dinero que circula en la economía (en pesos), respecto del nivel de reservas del Banco Central (en dólares). Si, por ejemplo, esa relación es 10, significa que cada dólar en manos del BCRA «respalda» esa cantidad de moneda nacional.
El dólar de convertibilidad se constituyó en una referencia a la que ya echaban mano muchos que, en épocas de cepo cambiario, querían mostrar que el precio del billete oficial no reflejaba la realidad.
No sólo era utilizado en el plano teórico. En la city porteña, los inversores lo tomaban en cuenta para decidir el destino de su dinero, pese a que ya pasaron varios años desde que la Argentina abandonara el «uno a uno».
En un país con desconfianza crónica sobre su moneda, este parámetro teórico les permitía anticiparse a los ajustes cambiarios que luego terminaban ocurriendo en la práctica.
Sobre finales del kirchnerismo en el poder, la «cuentita» daba siempre el mismo resultado: el «dólar de convertibilidad» era más alto que el valor oficial. Esto le daba pie a quienes argumentaban que había que devaluar para recuperar el equilibrio.
En estos días, en cambio, está ocurriendo algo que a primera vista luce insólito: esa referencia se ubica por debajo de la cotización del BCRA.
Concretamente, al hacer el cálculo, arroja un resultado de $15,06, bastante menos respecto de los casi $16 que muestran las pizarras de los bancos.
Si el mismo surge de dividir el dinero circulante por las reservas, el hecho de que haya caído a ese nivel significa o bien que bajó el primero o bien que subieron las segundas.
La realidad indica que ocurrió esto último: los casi u$s51.700 millones ahora en manos del Banco Central marcan el nivel más elevado desde mediados de 2011.
A primera vista aparece un interrogante: si en épocas de cepo el «dólar de convertibilidad» era más alto que el oficial y esto alimentaba las teorías sobre una futura devaluación, ¿significaría entonces que en estos días el dólar no está atrasado?
El «lado b» del indicador
Los analistas consultados por iProfesional advierten que deben ser tenidos en cuenta un par de factores al hacer «la cuentita» pesos versus reservas:
1. Por el lado de los dólares: la mayor cantidad no es producto de una fuerte entrada por exportaciones de materias primas y productos que la Argentina vende al mundo. Más bien, es consecuencia del fuerte endeudamiento externo
2. Por el lado de los pesos: el circulante excluye la fuerte emisión de Lebac que (al aumentar el numerador), elevaría considerablemente el valor del «dólar de convertibilidad»
En todo caso, todos los otros indicadores de pérdida de competitividad están a la vista, tal como queda en evidencia en los masivos viajes para comprar en Chile, Paraguay y Uruguay.
Aldo Abram, director de la Fundación Libertad y Progreso, argumenta que el Banco Central tomó deudas que le evitaron emitir más, pero que esos compromisos deben ser considerados: además de Lebac y Nobac, pases y depósitos del Gobierno, entre otros.
Por lo pronto, los analistas insisten que el atraso cambiario sigue estando presente en la economía, y que a la cuenta base monetaria/reservas se le deben sumar otros «ingredientes».
Por lo pronto, en varios países la cantidad de reservas frente al circulante y sus pasivos no adquiere gran relevancia, pero el denominador común en todos ellos es que sus monedas «mantienen su credibilidad y confianza», indica Abram, lo que atenúa la importancia de este indicador sobre el tipo de cambio.
Basta recordar que desde 1970 a la fecha, al peso se le sacaron 13 ceros, lo que marca a las claras por qué no es visto como un signo monetario de resguardo y se le exige al BCRA contar con un alto nivel de reservas.
Los expertos consultados coinciden en señalar que luego del cambio de Gobierno han mejorado los indicadores de la entidad respecto a los que exhibía durante la gestión anterior.
«Federico Sturzenegger logró darle una mayor credibilidad al peso. En términos de deuda, pudo mejorar la situación del Central. A fines de 2015, su solvencia estaba destruida e iba a la quiebra. De todos modos, hay que seguir trabajando para disminuir el pasivo», sostiene el director de la Fundación Libertad y Progreso.
En su visión, para determinar el «dólar de equilibrio o de convertibilidad», hoy día no sólo influye la base monetaria. Además, otros instrumentos financieros que si bien permitieron bajar la emisión le han sumado compromisos a la entidad.
Para Aldo Pignanelli, expresidente del BCRA, al no existir hoy una convertibilidad, se debe tomar el precio del dólar del 2001, ajustarlo por la inflación local acumulada y descontarle la internacional. Eso marca una referencia cercana a los $20.
Los dólares del BCRA, ¿existen?
El otro punto a debate es si el actual nivel de tenencias del BCRA es sostenible o debe atribuirse sólo a una coyuntura particular y, por lo tanto, con riesgo de ser apenas una fase pasajera.
«En lo que va del año, las reservas subieron unos u$s10.000 millones. De ese total, poco más de u$s7.500 M fueron por incremento de encajes (de depósitos) y u$s2.500 M por compras de dólares al sector público tras las emisiones de deuda», afirma Amilcar Collante, de Cesur.
Las arcas del Central comenzaron a escalar progresivamente desde que Sturzenegger está al frente del organismo hasta el nivel actual, que ya se ubica muy cerca del máximo alcanzado el 26 de enero de 2011 (u$s52.654 millones).
Cuando Mauricio Macri asumió, a fines de 2015, el BCRA contaba con apenas u$s25.000 millones. Y no eran pocas las voces que daban cuenta de que los billetes físicos no superaban los u$s5.000 millones (es decir, si se descontaban pases, swaps cambiarios y títulos en moneda extranjera del total que se anunciaba a diario).
En aquel entonces, al dividir el circulante (muy alto) por el total de reservas (mucho más bajo que el actual), daba un tipo de cambio «teórico» muy elevado: $21,80.
Hoy día, esta referencia es 30% inferior, más allá de que también haya descendido el precio del billete verde que, ya sin cepo, venden los bancos.
La «nueva» polémica entre analistas es si la gran cantidad de dólares ahora en manos del BCRA es motivo de festejo, ya que buena parte se asocia con endeudamiento y los intereses que el mismo genera.
Algunos de ellos señalan que lo importante es que estos billetes «existen», contantes y sonantes, de modo tal que pueden utilizarse para afrontar compromisos contraídos en el exterior. Indican, además, que contribuyen a morigerar turbulencias que pudieran darse en los mercados.
«La economía sin reservas generaba un estrés muy grande. Ahora, hay reservas, acceso al financiamiento externo y esto despeja el panorama en el corto plazo», expresa Ramiro Castiñeira, de Econométrica.
«Es decir, ante eventualidades hay dólares para actuar y eso brinda tranquilidad a los inversores», añade.
En la misma sintonía, Rodrigo Álvarez, director de Analytica, sostiene: «La lógica de aumentar reservas es que se cuenta con un colchón más alto para atravesar problemas y cambios inesperados en contextos de turbulencias».
En tanto, desde la óptica del mercado, existe otra cuestión clave y es que los dólares que ingresan al Banco Central y no van al público tienen otro efecto positivo: regular la oferta de divisas en la calle.
Es decir, le otorga mayor poder de fuego a Sturzenegger para intervenir en el mercado, ya sea comprando o vendiendo para aliviar tensiones cambiarias, según el momento de la economía que se atraviese.
«El hecho de que cuente con esos dólares permite que no anden ‘sueltos’ en la calle y, de esta manera, no propicien una baja en la cotización, lo que complicaría la competitividad», apunta el economista Federico Muñoz.
El debate, como siempre, lejos está de llegar a su fin. Más bien parece ubicarse en sus cíclicos reinicios, si bien esta vez presenta una característica que lo diferencia de otros momentos de la historia reciente: la «convertibilidad», como referencia, se inclina por un dólar todavía más barato.