Con la mayoría de los indicadores cuantitativos hacia arriba, es inútil discutir si ha comenzado o no la recuperación de la economía argentina. Tras varios años de dura recesión, cuyo origen se remonta a la introducción de restricciones mediante el denominado cepo cambiario y el agotamiento del esquema de acumulación basado en la incentivación artificial del consumo en detrimento de la inversión, exacerbada luego por la devaluación y el aumento de las tarifas de los servicios públicos, ya durante el gobierno actual, finalmente comienzan a generalizarse los tan ansiados brotes verdes, que seguramente se irán consolidando en los próximos meses.
La diferente capacidad de reacción de los diferentes sectores a los incentivos del cambio de precios relativos, más rápida en los perjudicados y más lenta en los beneficiados, explica la inusual duración del letargo productivo.
Sin embargo, es conveniente distinguir este rebote o recuperación del verdadero crecimiento. Este último requiere una ampliación del producto potencial: la máxima producción posible con la utilización total de los recursos (trabajo y capital) disponibles.
Para que este fenómeno ocurra, es necesario que la tasa de inversión supere a la tasa de depreciación del stock de capital acumulado. Es necesario un shock de inversión y ésta última se produce únicamente si existen expectativas de rentabilidad suficiente en los distintos proyectos a encarar. El inconveniente radica en que son muy pocos los proyectos rentables con el costo argentino actual, lo cual torna inviable al sendero de acumulación en que estamos ingresando.
Asistimos, entonces, a un rebote o recuperación, luego de la sobre-reacción a la baja de la actividad, característica en los procesos de cambio de precios relativos. En esta fase, disminuye la capacidad ociosa de los recursos disponibles, y la misma se agota cuando, luego de unos pocos años, se llega nuevamente al producto potencial descripto anteriormente.
La pregunta relevante, no es entonces si ha comenzado o no la recuperación, sino cómo hacer para ingresar en un proceso de crecimiento acelerado y sostenible. Mejor aún, cómo hacer para ingresar en un proceso de desarrollo económico sustentable.
Existe una rama de la Economía que estudia las causas y naturaleza de la mejora en la riqueza de las naciones. Suele distinguirse al desarrollo del mero crecimiento atribuyéndole al primero el carácter de armónico, integrado y sustentable, desde los puntos de vista material, geográfico y social.
Si bien existen numerosas teorías que intentan explicar el crecimiento y el desarrollo económicos, la evidencia empírica es concluyente en asignar una importancia fundamental al volumen de inversión previo al despegue.
Numerosos estudios de las economías que más exitosamente se desarrollaron en las últimas décadas: Japón, Corea, Taiwán, Singapur, Tailandia, China, India, y en menor medida México y Brasil, entre otras, dan cuenta que no existe una receta milagrosa, sino que, como mínimo, el 70 % del crecimiento puede explicarse por un fuerte shock de inversión.
En definitiva, no existe tal cosa como el «milagro de los tigres del sudeste asiático». Todo es cuestión de volumen e intensidad de la inversión.
En la mayoría de los casos estudiados, se detectaron oleadas importantes y sucesivas de radicaciones de capital de empresas multinacionales, sobre todo estadounidenses, que fueron las que desataron el proceso.
El análisis se complica cuando se intenta explicar el origen de esta ola de inversión. En algunos casos (Japón, Corea) se conjetura importante la decisión política de EEUU de apoyar el desarrollo de estos países a fin de frenar el crecimiento del comunismo, que décadas atrás parecía difícil detener.
Otra explicación, quizá complementaria de la anterior, pone énfasis en la existencia de costos bajos (sobre todo salariales) a la que se agrega un entorno amigable de negocios generado por los gobiernos de los países favorecidos.
Este entorno se caracteriza por: impuestos moderados, apertura económica, seguridad jurídica, burocracia facilitadora o no entorpecedora, fuerte inversión en capital humano, entre los factores más mencionados.
La existencia de bajos salarios favorece el proceso pero no es determinante. El empleo y los salarios crecen a medida que el proceso se va consolidando, disminuyendo la pobreza y la marginación social, problema fundamental en los países de menor desarrollo. No todos los países de bajos salarios se ven favorecidos por este proceso inversor, sólo aquellos que además son capaces de desarrollar el entorno favorable que se describiera anteriormente son los elegidos.
El mundo actual es bien diferente al de hace una pocas décadas. Las Teorías del Crecimiento deben asimilar estos cambios. El modelo de la multinacional con sucursales en varios países ha dado paso a la trasnacional con socios en todo el mundo. La producción tiene lugar de manera descentralizada en diferentes localizaciones. Cada eslabón de la cadena de producción se elabora o se adquiere en el lugar del orbe que asegura mejor provisión y/o costos más bajos. La disminución de los costos del transporte originada por la globalización de las últimas décadas ha sido un factor clave en la aparición de este fenómeno.
La economía argentina no alcanzará en las próximas décadas un crecimiento rápido y sostenido, necesario para recuperar el tiempo perdido, ya que nuestro país no crece sostenidamente desde hace tres décadas, si no es capaz de desarrollar un entorno de negocios favorable a la inversión, tanto nacional como extranjera, de manera de poder insertarse exitosamente en las cadenas globales de valor.
Se necesitan reformas de fondo, que en algunos casos serán dolorosas, para crear un ambiente de alta rentabilidad para la inversión. Esto implica moderar las demandas sectoriales, privilegiando la inversión, que será la generadora de mayor bienestar futuro.
Es imprescindible un acuerdo entre los partidos políticos y los actores sociales (sindicatos y empresarios) para establecer como políticas de estado una serie de puntos que favorezcan la inversión. No hacerlo, y seguir privilegiando el consumo de corto plazo en lugar de la inversión implicará dejar el lugar a aquellos países que sí estén dispuestos a hacerlo. En cuyo caso, seguiremos en lo que algunos autores denominan «el estancamiento secular de la economía argentina».