La economía argentina logró crecer por más de 5 años consecutivos sólo en 2 períodos: entre 1964 y 1974, y entre 2003 y 2008. Hubo 17 episodios de recesión que suman 26 años de contracción de la actividad económica.
Desde los acuerdos de Bretton Woods a mediados de la década de 1940, la economía argentina logró crecer por más de cinco años consecutivos sólo en dos períodos: entre 1964 y 1974, y entre 2003 y 2008. Desde entonces, atravesó 17 episodios recesivos que suman un total de 26 años de contracción de la actividad; hubo, en promedio, una recesión cada tres años. Los datos surgen de un estudio realizado por el economista Martín Rapetti, Director de Desarrollo Económico del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) y profesor de la Universidad de Buenos Aires en el que analiza el conflicto distributivo y crecimiento en Argentina.
En la comparación a nivel internacional, desde 1960 a la fecha, Argentina figura como el país con mayor número de años con crecimiento negativo, seguido por la República del Congo. Forma parte, por otro lado, del 25% de países que menos crecieron durante ese período.
En el plano regional, Rapetti presenta un panorama semejante: para el período que se inicia en 1960, la tasa de crecimiento de la Argentina fue de sólo 2,3% anual, junto con Uruguay, la más baja de Latinoamérica y fue el país de la región que más recesiones tuvo: un total de 14 entre 1960-2018 (en segundo lugar se ubica Venezuela con 8 recesiones).
El autor señala que “la experiencia argentina aparece como un caso excepcional de alta volatilidad y bajo crecimiento económico”. En el caso argentino, la volatilidad se ha expresado a través de crecimiento interrumpido por contracciones.
Al explicar la causa de estas interrupciones, Rapetti sostiene que “exceptuando la recesión de 1978, todos los episodios contractivos se desencadenaron por problemas de balanza de pagos” es decir problemas para obtener las divisas que el país necesita para su funcionamiento. Un déficit externo de cuenta corriente significa que todos los actores de la economía –las familias, las empresas y el sector público– gastan en conjunto más de lo que se produce internamente. Es un exceso de gasto a nivel nacional.
Desequilibrio
El problema tiene como origen la relación inversa entre el valor en dólares de los salarios y el tipo de cambio real. Para el autor “la trayectoria de nuestra economía desde 1930 a la actualidad ha estado signada por un desequilibrio entre las demandas sociales de bienestar material y la capacidad productiva de la economía”. Se interpreta que niveles salariales altos en dólares implican un exceso de gasto que conduce a problemas en el frente externo y, por el contrario, cuando los salarios son bajos en dólares posibilitan una mejor performance económica, pero también provocan conflictos distributivos.
La dinámica ha sido típicamente la siguiente, según se explica en el estudio. Cuando la economía se expande, crece más el gasto que la producción transable o, lo que es similar, crecen más rápido las importaciones que las exportaciones. Esto conduce a déficits en la balanza comercial y la cuenta corriente del balance de pagos.
En casos en que la economía no está globalizada financieramente, el déficit externo se financia con reservas del Banco Central. Cuando éstas alcanzan un valor crítico, se desencadena una devaluación de nuestra moneda que conduce a una aceleración inflacionaria, caída de los ingresos reales y, en consecuencia, una retracción del gasto privado, el nivel de actividad y empleo.
Cuando la economía está integrada a los mercados financieros internacionales, el déficit de cuenta corriente puede mantenerse por más tiempo gracias al financiamiento externo. Sin embargo, ante la evidencia de que el déficit externo no se corrige, en algún momento –tal vez, precipitado por la irrupción de algún evento externo que reduce la demanda de activos de mercados emergentes, como una suba de la tasa de interés en Estados Unidos– se produce un cambio brusco en el portafolio en favor de activos externos. La corrida contra la moneda doméstica equivale a un pronunciado exceso de demanda de dólares en el mercado cambiario que conduce a una depreciación real de la moneda. Sigue la misma cadena de eventos descripta para el caso anterior. El resultado, en ambos casos, es una recesión.
Consenso
En cuanto a cómo solucionar este conflicto entre equidad y crecimiento, Rapetti parte de la premisa que “Argentina necesita crecer generando dólares”.
Dadas las características de la estructura productiva y de la canasta exportadora argentina, Rapetti afirma que “es difícil pensar que el crecimiento de la oferta transable provenga exclusivamente de la producción de recursos naturales”. Debe apelarse entonces a otras ramas de producción transable que sean más densas en el uso de mano obra que las actividades primarias. La canasta de producción transable que necesita desarrollar Argentina –sostiene el economista- alcanza actividades agroindustriales, manufactureras y de servicios como los del conocimiento y el turismo.
Rapetti puntualiza que la expansión y acumulación de capital en estas actividades depende de su rentabilidad. Sobre ella inciden muchos factores como el capital y la tecnología que emplean las firmas y elementos externos a ellas, como la infraestructura, la logística, el costo de capital, la previsibilidad en las reglas de juego y la calidad de los servicios públicos y administrativos. Pero advierte que “al ser transables y empleadoras de mano de obra, además de los factores mencionados, el tipo de cambio real –vale decir, el valor de los salarios en dólares– es un determinante clave de la rentabilidad”.
Para el autor un tipo de cambio suficientemente competitivo es un estímulo necesario a la expansión de este conjunto de actividades, que son clave para el desarrollo económico de Argentina. El mantenimiento de un tipo de cambio real competitivo debe ser visto como una plataforma, una condición necesaria pero no suficiente para su promoción. Una macroeconomía estable es un requisito.
Son necesarias también, a su juicio, políticas sectoriales –comercial, industrial y financieras– más focalizadas que las estimulen y exijan a estas actividades.
Con todo, “el principal desafío es el conflicto distributivo” afirma Rapetti. Y explica que “el nivel del tipo de cambio real que requiere la economía para funcionar sin problemas de balanza de pagos pareciera ser mayor al que satisface las demandas sociales”. Expresado de otro modo: el salario en dólares que armoniza las demandas sociales tiende a ser mayor al que le permite a la economía crecer sin problemas en las cuentas externas. Detrás de este conflicto subyace, en esencia según el economista, un problema de acción colectiva: la expansión sostenida de la oferta exportable permitiría evitar las interrupciones del crecimiento y así lograr un aumento sostenido del salario y de las ganancias empresarias. Sin embargo, para que ello ocurra, es necesario un nivel del tipo de cambio que, en principio, no parece ser aceptable por la sociedad.
Rapetti concluye que “el desafío pasa entonces por encontrar consensos que permitan vislumbrar objetivos futuros y un reparto justo de costos y beneficios entre los distintos sectores que componen la sociedad”. Considera que una adecuada rentabilidad para los sectores transables que demandan trabajo difícilmente pueda lograrse sin cierto acuerdo sobre el valor en dólares de los salarios.
“Pero un nivel de tipo cambio real más alto de lo que pretende la sociedad debe ser compensado de algún modo por parte de las firmas y el estado”. En tal sentido, concluye sosteniendo que “la creación de un Consejo Económico y Social parece un ámbito útil para una construcción colectiva que busque armonizar este conflicto y, así, desplegar una estrategia que tenga como norte el desarrollo diversificado de la canasta exportadora de Argentina”.