El beneficio político de la estabilidad de precios: sin inflación, se extinguen las paritarias. Este gobierno, es uno con un perfil sumamente político y no lo culpo, por lo que, toda decisión tomada, cualquiera que sea, debe ser comprendida desde dicha lógica. En este sentido, la desinflación no sólo genera obvias y contundentes externalidades positivas en el frente económico, sino que también, produce potencialmente un significativo impacto político. Este gobierno no está haciendo política económica, sino, economía política. Dadas las restricciones con las que asumió su gestión, el actual equipo del BCRA ha tenido una performance elogiable. De una hiperinflación contendida y heredada de la administración anterior, este año, Argentina ya estaría en la zona del 20% de inflación y en un futuro razonablemente cercano, se hace posible imaginarnos convergiendo a un sendero de un dígito, formidable logro que nos enseña a la vez, lo lento y costoso que resulta desinflacionar a una economía y lo perverso que es financiar el déficit del estado con emisión monetaria, tal como lo hizo el kirchnerismo. Este resultado elogiable y muy beneficioso para nuestra economía trasciende en mi opinión, las consecuencias económicas que seguramente generará la desinflación en la que nos hemos inmersos desde inicios del 2016. La estabilidad de precios probablemente traiga aparejada a la vez, una significativa externalidad política: ¿qué agenda le quedaría al sindicalismo en un entorno en donde ante la ausencia de inflación se hacen innecesarias las paritarias? Ojalá llegue el día también en donde podamos elogiar los logros del Ministerio de Hacienda, pero claramente, no estamos ahí en la Argentina de hoy.
¿Cómo posicionarse ante un escenario de endeudamiento y desinflación de mediano plazo? Independientemente de los avatares de la coyuntura y de la incertidumbre del cortísimo plazo, parecería que Argentina se dirige hacia un escenario en donde el endeudamiento externo a escala persistirá y ocasionará en consecuencia, una crónica, pero no dramática, apreciación del peso contra el dólar, sumado a un sendero descendente de tasas de interés en pesos, fruto del éxito hacia la convergencia no-inflacionaria. Parecería entonces, que rearmar posiciones en Lebacs una vez transitado el frente electoral del tercer trimestre, seguiría teniendo sentido, pero con un sutil cambio respecto al primer semestre del año. La posición preferida por muchos en estos primeros seis meses antes del “evento Brasil”, ha sido rolear permanentemente las Lebacs a 35 días, circunstancia que estimo, dejaría de ser la estrategia dominante hacia el cuarto trimestre del año. En este sentido, y en anticipación a un frente inflacionario mucho más controlado, no me sorprendería esperar a un BCRA comenzando a bajar tasas nominales a un ritmo relativamente más acelerado de lo actualmente descontado por el mercado y, por lo tanto, abriría el interrogante de alargar duration, en anticipación a dicha reacción esperada.
Sin corrección fiscal relevante hasta el 2020, al menos. De esta forma, el gobierno del presidente Macri parecería ser uno sorprendentemente activo en lo político y a la vez, sorpresivamente pasivo en lo económico, con excepción del frente monetario a cargo del BCRA. La consolidación política que busca el oficialismo tendría entonces dos grandes aliados, uno de corto plazo y otro de largo plazo, este último, con ADN monetario.
La deuda externa como aliado inmediato. Un contexto internacional de tasas colapsadas y un entorno político local percibido como institucionalmente más estable y amigable hacia la comunidad internacional, aseguraría por unos cuantos años un fondeo que permitiría alimentar al voraz estado argentino, ese estado que hoy genera un rojo agregado cercano al 8% del PBI y que la sociedad argentina decidió no corregir. En un mundo de “tasa cero”, habría demasiada caja disponible por lo que no parecería entonces, vislumbrarse ningún drama macroeconómico para los próximos años, lo cual podría leerse como una buena noticia de corto plazo y como la preocupante permisibilidad hacia un sendero sin corrección fiscal que hemos decidido transitar y tapar momentáneamente al menos, a fuerza de pura deuda externa. Si bien la Reserva Federal de USA hace tiempo ya, comenzó un lento proceso de normalización monetaria poniendo leve presión sobre la parte corta de la curva, las tasas que más importan, las largas, han mostrado una sustancial tendencia decreciente desde inicios de año, corrigiendo gran parte de la sobrerreacción ocurrida después de la sorpresa electoral norteamericana del 2016. La tasa de 10 años en USA cotiza en 2.15%, la de Alemania en 0.27% y la de Japón en 0.05%, por lo que el fondeo del rojo argentino parecería no correr un sólo riesgo a varios años vista. El gobierno argentino sabe que no está urgido a corregir fiscalmente y dicha situación, dada la historia que tenemos, se convierte en una alarmante luz roja a cinco años vista.
La eliminación de la inflación como aliado mediato. Converger a una economía no inflacionaria, no solamente tendría un formidable rédito económico, dado que se eliminaría una de las distorsiones más preservas que acechan a toda estructura productiva, sino que, a la vez, contribuiría a desactivar un arcaico y estéril relato sindical que, en los últimos setenta años, no ha cambiado en lo más mínimo. Una economía no inflacionaria, obligaría al sindicalismo argentino a cambiar de relato, sacarse el casete de las paritarias y ponerse uno mucho más condicente con la realidad que enfrentan la mayoría de los países del mundo desarrollado: un diálogo en torno al aumento de productividad como medio hacia el incremento del salario real, aspecto que se hace mucho más relevante aún, frente a la economía robótica que se nos viene. La dimensión no inflacionaria entonces, sería un complemento adicional de un gobierno extremadamente activo en lo político que entiende que, para cambiar, si es que ese cambio alguna vez se diese, primero hay que existir.
La agenda del oficialismo en tres conceptos. Esta actitud de pasividad fiscal que se deriva de una combinación de falta de audacia oficial, de herencia kirchnerista y de una ciudadanía argentina no dispuesta a someterse a los sacrificios que el cambio implicaría, parecería haber generado una agenda de gobierno con tres prioridades excluyentes. Primero, fortalecimiento político y desarticulación en cámara lenta de la oposición. Segundo, un ancla anti-inflacionaria que no sólo genere externalidad positiva en lo económico, sino que, a la vez, obligue al sindicalismo tradicional a un sustancial cambio de agenda. Tercero, inactividad por el momento y por bastante tiempo más en el frente fiscal, financiando el rojo con un agresivo endeudamiento externo. El primer mandato del presidente Macri no parecería ser uno que tenga a la corrección fiscal como objetivo, definiendo a la desactivación política del peronismo quizá, como su principal prioridad. En sólo un par de décadas, Japón y Alemania se recuperaron plenamente de la segunda guerra mundial, no parecería que la sociedad argentina ande con ganas de asumir el sacrificio que implicaría recuperarnos de la bomba atómica que el kirchnerismo significó para la sociedad y economía argentina, una verdadera lástima, sin convicción social, el cambio se define como un proceso de cincuenta años, al menos.
El gradualismo del deterioro fiscal. Existe entonces, la posibilidad de que, a fuerza de no corrección, Argentina paulatina y lentamente, siga transitando un sendero de deterioro fiscal que, si bien debería considerarse como una fuente de sustancial preocupación, no parecería querer convertirse en una crisis ni en el corto, ni el mediano plazo. A fuerza de permanente endeudamiento, el mundo seguirá financiando el deterioro fiscal argentino simplemente porque hoy decidieron convertirnos en la niña bonita de emergentes. Llegará el tiempo en donde Argentina deberá responder todas las preguntas que hoy no puede, pero ante un escenario de tasas internacionales en vida latente, parecería que dicho momento está mucho más lejos de lo que algunos analistas pronostican y de lo que desearía el peronismo. Parecería entonces, que este populismo no inflacionario de Cambiemos tiene muchos años de caja posible, circunstancia que convierte a esta realidad en única para la historia política del país: un gobierno no peronista, aplicando el manual tradicional del peronismo y sobreviviendo por más de un mandato electoral. Si este escenario se diese como espero, los activos financieros argentinos, tanto bonos como acciones, podrían seguir por mucho tiempo más subiendo por expectativas y sin demasiado fundamento que lo justifique. Conclusión: paradójicamente, el principal riesgo para activos argentinos es la dinámica de un S&P en máximos y un VIX en mínimos y no su decadente entorno local. Flujo mata fundamental.