El dólar oficial saltó 37% en el año, los paralelos hasta 93% y la brecha creció 50 puntos. Efecto pandemia, emisión y cepos.
“Subió el dólar o se devaluó el peso”, no importa cuando leas esto. Historia mediante, en Argentina nos acostumbramos a convivir con la irremediable suba de la divisa estadounidense, cuya dinámica es el resultado de una serie de desajustes macroeconómicos, en algunos casos crónicos, combinado con ciertos patrones culturales, erigidos a partir de la continua desconfianza que se ha mantenido en el tiempo a la hora de ahorrar en nuestra moneda nacional.
Y como no podría ser de otra manera -lamentablemente lo vamos naturalizando-, otra vez el dólar, en cada una de sus variantes, fue uno de los protagonistas estelares del año, con un comportamiento vertiginoso, producto de la crisis económica que ya lleva un largo tiempo, pero que en 2020 se vio agravada, de una forma inimaginada, por los efectos de la pandemia del Covid-19 y todas las medidas que apuntaron a mitigarla.
Claro que Argentina, con su crisis a cuesta y sus múltiples restricciones, lo sufrió más que otros países, mientras, al mismo tiempo, debía renegociar la impagable deuda contraída -en su mayoría- bajo la administración macrista. Tampoco deben soslayarse los errores de diagnóstico por parte de las actuales autoridades para enfrentar la compleja situación cambiaria, y las tensiones políticas dentro y fuera de la coalición gobernante.
“El país sin crédito, sin ahorros y sin moneda se vio obligado a llevar adelante una agresiva política fiscal para mitigar los efectos de la pandemia y ello disparó el déficit fiscal, y su monetización, lo cual exacerbó la desconfianza”, describe el economista Gustavo Ber.
Esto hizo que pequeños, medianos y grandes inversores y ahorristas buscaran en varios momentos a lo largo del año una cobertura cambiaria de manera indiscriminada, y a cualquier precio, aún en medio de sucesivas y crecientes restricciones que intentaron detener peligroso drenaje de las reservas del Banco Central.
Así, faltando poco más de dos semanas para el cierre de este (nefasto) 2020:
El dólar oficial mayorista acumula una suba en el año del 37,3% (pasó de $59,89 a $82,21);
El dólar “solidario” o “turista” trepa un 77% (de $81,89 a $144,94 -con un 35% extra a cuenta del anticipo del impuesto a las Ganancias, establecido en septiembre, que se sumó al 30% del impuesto PAÍS, fijado a fines de 2019);
El dólar blue escala un 88,5% (de $78,50 a $148,00);
Los financieros -MEP y “contado con liqui”- aumentan hasta 92,9% (de $72,40 a $138,22, y de $73,55 a $141,86, respectivamente).
En cualquiera de los casos, las subas son menores a las observadas en cada uno de los últimos dos años: en 2018, los diferentes tipos de cambio se dispararon entre 101% (el mayorista pasó de $18,67 a $37,70) y el 110,1% (el blue pasó de $19,28 a $40,50); mientras que, en 2019, los avances oscilaron entre el 62,2% (el minorista pasó de $38,83 a $62,99%), y el 93,8% (el blue saltó de $40,50 a $78,50).
Que en 2020 el incremento del dólar haya sido menor a los registrados en 2018 y 2019, tampoco quiere decir que la situación sea menos grave. Al contrario: por sexto año consecutivo el peso argentino tendrá el peor desempeño entre las divisas de los países emergentes. Hasta el viernes 11 de diciembre, la moneda nacional (mayorista) acumulaba una devaluación del 27,1% frente al dólar, superando a las depreciaciones de la lira turca (24,3%); del real brasileño (20,7%); del rublo ruso (15%); o del rand sudafricano (7,5%).
El año del dólar, marcado por la pandemia, megaemisión y restricciones
El gobierno de Alberto Fernández asumió a fines del año pasado con un estricto cepo cambiario (con un límite de compra u$s200 por mes y por persona), restablecido meses antes por la administración macrista, al que le sumó el impuesto PAÍS del 30% encareciendo el precio del billete minorista. “Se arrancó con un diagnóstico de que existía más demanda que oferta (de hecho, aumentó las retenciones a las exportaciones agropecuarias), y que la solución a este problema a iba a venir de la mano de la cosecha. Por eso, inicialmente se restringió aún más la demanda”, señala Gabriel Caamaño Gómez, economista jefe de la Consultora Ledesma.
Así, en los primeros dos meses del año, el dólar en todas sus variantes se mantuvo relativamente estable, con una brecha que se ubicaba en torno al 30%. Pero el escenario cambió por completo a partir de marzo, con la llegada de la pandemia y el inicio de la cuarentena el 20 de ese mes. A partir de allí, las cotizaciones paralelas reaccionaron sostenidamente al alza, superando en la primera quincena de abril la cota de los $100, y ampliando el spread con el oficial hasta el 80%.
Por aquellos días, el Gobierno comenzaba a expandir fuertemente el gasto, vía mega emisión de pesos (el país, sin acceso al crédito, comenzaba a renegociar la deuda) para ayudar a los sectores de menores recursos (IFE) y a las empresas (ATP), en medio de una caída inédita de la recaudación, ante el cierre de la economía.
“El Banco Central comenzó a asistir al Tesoro, y arreciaron presiones cambiarias. A partir de abril, la emisión se disparó, dando lugar a un exceso de liquidez -no absorbido en un primer momento-, que presionó tanto al dólar oficial como a las cotizaciones paralelas. En respuesta, la brecha escalaba semana tras semana”, describe Matías Rajnerman, economista jefe de Ecolatina.
Así, en medio de la incertidumbre que generaba la pandemia tanto a nivel global como local, y con la reestructuración de la deuda abierta, el Banco Central comenzaba a acelerar la venta de reservas para evitar un salto mayor de la cotización oficial, ante la creciente demanda, la cual volvería ser restringida tanto para ahorristas como para empresas. Claramente, la incertidumbre local “no obedecía sólo a la renegociación de la deuda, como adjudicaba el equipo económico, sino también a que la crisis económica y social se agudizaba”, recuerda Rajnerman.
Al mismo tiempo, la política monetaria comenzó a implementar un “crawling peg” (devaluación diaria controlada) que comenzó a mostrar inconsistencias con la tasa en pesos. “El BCRA comenzó a bajar la tasa de interés y fue manejando la tasa de devaluación en línea con la evolución de la inflación. Llegó un momento en el que el tipo de interés de referencia comenzó a correr detrás de la tasa de devaluación”, analiza Caamaño Gómez.
Con el anuncio, a principios de agosto, de que se alcanzaba un acuerdo por la reestructuración de la deuda con los acreedores privados -se logró un buen “deal” en materia de plazos de pago y reducción de intereses-, los dólares alternativos bajaron con fuerza inicialmente (el blue cayó de $136 a $128), pero la demanda de los pequeños ahorristas iba en aumento, y alcanzaba nuevos récords: en agosto 4 millones de argentinos compraron billetes para atesorar, una cifra inédita hasta el momento.
Con lo cual, la noticia del canje de la deuda no alcanzó para desalentar la dolarización ni reabrir el financiamiento externo. Así, las reservas netas retrocedían a diario, con el mercado siguiendo su evolución en términos netos y líquidos, mientras las presiones cambiarias seguían en ascenso.
En consecuencia, la autoridad monetaria volvió a endurecer el cepo el 15 de septiembre, tanto para las empresas como para las personas (la cantidad de ahorristas habilitados para comprar dólares cayó un 70%, pasó de 4 millones en agosto, a 1,1 millón en octubre), pero la medida no hizo más que complejizar más el panorama: la brecha se disparó hasta un máximo de 149,6%, cuando el blue rozó los $200 el 23 de octubre, y los depósitos en dólares del sector privado aceleraron su drenaje hasta un mínimo de u$s14.610 millones el 11 de noviembre (en menos de dos meses salieron del sistema casi u$s2.800 millones). Tampoco fueron bien recibidos por el mercado los guarismos oficiales incluidos en el Presupuesto 2021, entre ellos, el 4,5% de déficit fiscal primario, financiado mayormente con emisión monetaria.
“Esto dejó en evidencia un error de enfoque: el gobierno creyó que el problema era la demanda, ante lo cual decidió restringirla, pero entonces la dificultad se generó por el lado de la oferta porque nadie quiere vender lo que no puede comprar”, evalúa el economista jefe de la Consultora Ledesma.
En medio de una situación crítica, en la que se reavivaron rumores infundados de un corralito (el sistema financiero siempre se mantuvo líquido y solvente), el Palacio de Hacienda viró la estrategia que había impulsado el Banco Central, apelando más a los incentivos que al “garrote”: Guzmán, ya empoderado por el presidente para ser el último en definir las medidas, impulsó una leve baja en las retenciones, dio algunas señales de mayor austeridad fiscal, ofreció instrumentos atractivos de ahorro en pesos ajustados al dólar y la inflación -consiguiendo financiamiento neto en el mercado local-, y anunció un canje de deuda en pesos por bonos en dólares para dar salida a grandes fondos que presionaban las cotizaciones del dólar en la Bolsa.
Hacia fines de octubre, además, la ANSES y el BCRA empezaron a intervenir en los mercados del dólar financiero, vendiendo bonos en dólares contra pesos, aliviando parte de las tensiones. Con la excepción de un leve rebote a mediados de noviembre, la brecha comenzó a caer con el correr de las jornadas, y el Banco Central comenzó a morigerar la venta de divisas. No obstante, las reservas siguieron en rojo durante el undécimo mes del año producto del pago de deuda a organismos internacionales, y la baja del oro.
Pax cambiaria, con futuro incierto
En diciembre, la brecha se redujo aún más a niveles de entre el 70% y 80% (acumulan un incremento 50 puntos porcentuales en 2020), presionada también por la estacionalidad de la mayor demanda de pesos, y una menor aversión al riesgo global que inyectó flujos a los mercados emergentes. Así, mientras las tensiones en los mercados paralelos se relajaron (el blue se acercó a sólo $1 del dólar solidario cuando el jueves 10/12 cerró a $146), las posibilidades de una devaluación, sin embargo, no desaparecieron, pese a que el BCRA pasó de vendedor a comprador de divisas en los primeros días de diciembre, y las reservas comenzaron a repuntar (en el año acumulan una baja de u$s6.000 millones hasta los u$s38.750 millones en términos brutos).
Para que la mayor calma cambiaria se pueda extender resultará crucial llegar lo antes posible a un acuerdo con el FMI, el cual incluya una «hoja de ruta» económica consensuada. “Dicha condición resulta necesaria, y deberá contar con un amplio respaldo político para poder implementarse”, subraya Ber.
Hasta tanto no se anuncie un principio de acuerdo con el FMI, el mercado seguirá poniendo el foco en la evolución de las reservas netas (hoy debajo de los u$s4.000 millones), el ritmo de la recuperación económica (con el impacto de las vacunas), la proporción de la emisión monetaria, la dinámica de la inflación y los niveles del riesgo país (hoy en menos de 1.400 puntos), variables indispensables para estabilizar la situación macro, recuperar el acceso al crédito externo, calmar definitivamente las presiones cambiarias, y, consecuentemente, dejar en suspenso, al menos por tiempo, el significado de la frase inicial de esta nota.