La gran duda del mercado es precisar cuánto va a subir el tipo de cambio oficial y si comenzará una etapa de aceleración del crawling peg
La inyección de divisas que recibió la Argentina en 2021 (récord de exportaciones del agro y DEG del FMI) permitió cierta flexibilidad al Banco Central para reducir la velocidad de devaluación del peso. El año pasado, el tipo de cambio oficial subió 22%, casi 30 puntos porcentuales menos que la inflación acumulada en el período.
Un interrogante para el mercado financiero es el de precisar cuánto va a subir el dólar mayorista en este 2022, es decir si el BCRA comenzará a acelerar el crawling peg para acoplarlo al ritmo de la inflación real esperada y evitar recaer en el atraso cambiario que caracterizó a las administraciones anteriores.
Un dólar más alto incentiva las exportaciones y desincentiva las importaciones. Pero la elección no es sencilla: con una industria muy deficitaria en cuanto a divisas, encarecer las importaciones traerá como consecuencia una desaceleración de la actividad. Además, apurar la devaluación sin un horizonte cambiario claro ni referencia de tasas positivas puede traer el efecto contrario al deseado, pues se retrasa la liquidación de exportaciones, a la espera de un tipo de cambio más alto, y se adelantan importaciones para evitar operaciones con un dólar más caro en el futuro.
En este aspecto, un punto vulnerable para la economía es la pérdida de competitividad cambiaria por “pisar” al dólar oficial. Monedas emergentes como el real de Brasil y la lira turca dieron señales de una tendencia a la depreciación el año pasado y acortan los tiempos para sostener un atraso cambiario creciente.
El Índice de Tipo de Cambio Real Multilateral (Itcrm) que elabora el Banco Central es elocuente al respecto. Cayó 22 puntos porcentuales en el año, básicamente por la brecha entre la tasa de inflación y la devaluación en el período. Así, se eliminó cualquier eventual ventaja derivada de la dura escalada del dólar durante la corrida cambiaria desatada entre fines de abril de 2018 y fines de octubre de 2019, antes del establecimiento de un “cepo” reforzado.
Otra vez próximo a los 100 puntos, el Itcrm del BCRA es el más bajo desde el 13 de mayo de 2018, tres años y nueve meses atrás.
Esta pérdida de competitividad desde un plano estrictamente cambiario es la más amplia en dos décadas, según estimaciones del economista Nery Persichini, Head of Strategy de GMA Capital.
“En 2021 la dinámica inflacionaria de más de 50% maridó con un menor ritmo de actualización del tipo de cambio oficial. Mientras que entre enero y abril el precio de la divisa subió, en promedio, un 3% mensual, el resto del año navegó más cerca de 1%. El BCRA, con la convicción de que el dólar es un ancla nominal, deslizó el precio de la divisa un 22% en el año. Como resultado, el tipo de cambio real multilateral (un proxy de la competitividad-precio de la economía, que contempla la inflación y el tipo de cambio nominal de nuestro país y de los principales socios comerciales) experimentó la mayor apreciación desde al menos 1997. El peso se abarató 18% en términos reales, incluso más que en 2008 y otros años impares y electorales (como 2011)”, detalló Persichini.
“Actualmente, en la práctica, el único generador de divisas para la Argentina es el canal comercial, principalmente por las exportaciones relacionadas al agro. Menores ingresos por esa vía pondrían más presión sobre las ya de por sí debilitadas reservas del BCRA. También es probable que, en un escenario de fortaleza del dólar, nuestros vecinos devalúen sus monedas. De este modo, ya no sería sostenible una devaluación del tipo de cambio oficial muy por debajo de la inflación -política llevada a cabo durante este año con el fin de contener la suba de los precios- ya que se perdería más competitividad y, por lo tanto, ingreso de divisas por el ya mencionado canal comercial″, explicó José María Segura, economista Jefe de PwC Argentina.
Marcelo Elizondo, director de la consultora DNI, recordó que “Argentina se ha beneficiado del desacople excepcional ocurrido entre la recuperación del comercio mundial de bienes y el de servicios -que es tradicionalmente deficitario para Argentina y este año ofrece un saldo negativo inferior al promedio- debido a que la crisis sanitaria afecta a este rubro más que a otros”.
“El saldo comercial de bienes y servicios puede estimárselo en torno a los 11/12 mil millones de dólares, restándole al superávit de bienes el esperable déficit de servicios- una gran holgura generada, por un lado, por un alza de las exportaciones de bienes que se cruza con una suba de importaciones que -si bien es mayor que la de las exportaciones aun no lleva a las compras externas a niveles más altos que los de hace algunos pocos años, lo que sí ocurre con las ventas externas-; y por el otro, porque el saldo de la balanzas sumadas -la de bienes arroja unos USD 16.000 millones en 2021, aunque sumando a ella la de servicios en 2021 el número es casi 30% menor- hubiera sido menor si los servicios hubieran recuperado una normalidad pendiente aún”, agregó el economista.
En este aspecto, un informe de Ecolatina aportó que “el robustecido saldo de bienes apuntaló la cuenta corriente, que volvería a estacionarse en terreno positivo en 2021, por encima de 1% del PIB. Además del mayor superávit comercial de bienes, el saldo global de las transacciones comerciales del país se vio beneficiado por la todavía magra dinámica del turismo internacional -históricamente deficitaria- y el pago contenido de intereses externos, producto de la reestructuración de títulos públicos efectuada en 2020″.
“Esta mayor disponibilidad de divisas, no obstante, no pudo ser capturada por el BCRA en el balance del año. Las reservas internacionales netas vuelven a fin de año a cerca de los niveles mínimos de fin de 2020, a pesar del comentado saldo positivo de cuenta corriente, la persistencia -y endurecimiento- de las restricciones cambiarias y el ingreso extraordinario de DEG (USD 4.300 millones) en septiembre”, advirtió Ecolatina.
Desde Invecq Consultora Económica precisaron que “aún cuando se lograra coordinar un programa económico entre el Gobierno y el Fondo Monetario, las medidas correctivas que de ese programa se desprenderían sería recesivas en el corto plazo. Un reacomodamiento de tarifas, una aceleración del ritmo de devaluación cambiaria para detener la erosión de las reservas internacionales, ajustes fiscales en varias partidas que se habían ordenado y en los últimos meses se han vuelto a incrementar, y otras medidas de este estilo impactarán negativamente en el corto plazo, aunque sean necesarias para una estabilización de mediano y largo plazo”.