Según algunos de los números que presentará el Gobierno al Congreso parece confirmarse la idea de continuar con el crawling peg, más en un año electoral. Hay muchas dudas.
Trascendieron sobre el fin de la semana pasada algunos números más de lo que sería el Presupuesto 2021 que presentará el Poder Ejecutivo esta semana al Congreso. El ministro Guzmán ya había deslizado que la pauta de déficit primario para el próximo año sería del 4,5% del PBI cuando presentó el cierre del canje de la deuda externa. Ahora, entre los pocos números que circularon la meta inflacionaria y del tipo de cambio acapararon la atención. Lo cual no debería sorprender, sobre todo, en un momento en que el mercado cambiario sigue candente y el drenaje de reservas no se desacelera, todo lo contrario (al 8 de setiembre el BCRA vendió u$s609 millones, la mitad que en todo agosto).
Según trascendió el Gobierno que, proyecta un tradicional rebote de la economía tras el derrumbe de este año en torno al 5%, estima una inflación del 28% anual y un ajuste del tipo de cambio oficial del 24% lo que marcaría que al cierre de 2021 el dólar oficial estaría por encima de los $100. Más allá del insoslayable gap entre la evolución del índice de precios minoristas y la del dólar oficial proyectadas para el año que viene, que genera debate en cuanto al retraso cambiario, hay tener en cuenta que parecen disociadas de las expectativas del consenso del mercado.
Si bien la caja negra del Presupuesto se desconoce, los lineamientos generales y sus pautas sirven de guía para la toma de decisiones de los agentes económicos, amén de los ajustes que sufrirá la Ley de leyes a lo largo del año, como ha sido regla en las última dos décadas. Por ende, este primer paso sirve como marco para aquellos no solo que deben presupuestar sus números para 2021 sino que aventurar hacia a dónde irá el Gobierno, en “otro año electoral clave”. Si uno observa los pronósticos que presentan los principales consultores del mercado a sus clientes, percibe un divorcio entre las pautas que han trascendido y las privadas. Solo basta con mencionar que en el último Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) del BCRA correspondiente a agosto la inflación esperada para este año ronda el 38% anual a fin de 2020 mientras que para el próximo año se ubica por encima del 47%. O sea, casi 10 puntos de diferencia respecto de la pauta oficial. Otro tanto ocurre con el tipo de cambio oficial que los analistas proyectan a fin de 2020 en $84,3 y para diciembre de 2021 en $122. Es decir que punta a punta estiman una depreciación de aproximadamente un 45%. Parecen no apostar a un retraso cambiario, como lo han hecho también este año. Es que el BCRA, a capa y espada, intenta sostener su estrategia de micro-devaluaciones (crawling peg) mientras sigue perdiendo reservas y emparchando el control de cambios. Pero la brecha cambiaria no da tregua y sigue alentando a las empresas a cancelar deudas, anticipar importaciones y retrasar exportaciones, a la vez que estimula a los pequeños ahorristas a seguir yendo por su cupo de u$s200 mensuales para atesorar. En el mercado se debaten dos temas, el desdoblamiento cambiario y la devaluación. Donde todos saben que devaluar sin plan es un suicidio, más en las actuales circunstancias. Lo cierto es que los desequilibrios macroeconómicos heredados y acrecentados por la pandemia no permiten visualizar un sendero de estabilidad. La cantidad de dinero emitida conlleva serias hipótesis de sobresaltos cambiarios e inflacionarios, de no mediar, un fortalecimiento de las reservas o un plan de estabilización a la vieja usanza. La demanda de dinero ya no parece acompañar como lo hizo al comienzo de la cuarentena.