Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento. Lo dijo Montesquieu, que sabía de lo que hablaba. Las elecciones del 2011 están ahí, muy cerca, y la experiencia (y la historia) del cepo, –instaurado poco después de la victoria del oficialismo en las urnas–, ha dejado huella en el imaginario colectivo.
En rigor, si bien en aquella oportunidad la sangría de dólares evidenciaba que el Gobierno tomaría cartas en el asunto, hoy, cuando todavía quedan algunas semanas para llegar a los comicios de octubre, en el universo de las medidas que vendrán, la expectativa ‘empata’ con los temores. De fondo, las alternativas parecen no haber cambiado tanto: o se devalúa a un ritmo mayor para tratar de achicar la brecha con el aumento de los costos y los precios o se achica la utilización de la billetera y, por ende, la emisión monetaria, un vaso comunicante que deriva en una paridad cambiaria poco creíble.
Sacando factor común, en las consultoras, el número para la inflación tiene un piso de 2% mensual y un techo del 3%. Sostienen que la brecha entre el dólar oficial y el paralelo difícilmente se cierre y que, si bien los esfuerzos para ‘distraer’ las cotizaciones informales parecen haber dado un resultado marginal, finalmente la caída de las reservas del Banco Central y el atraso cambiario seguirán generando inquietud entre quienes piensan que comprar dólares (blue) es mejor refugio que cualquier otra decisión y, por lo tanto, su decisión de apostar por el billete verde queda respaldada en esos argumentos.
Desde esta perspectiva, el blanqueo de capitales lanzado por el Gobierno justo cuando el dólar informal superaba la barrera de los $ 10 puede entenderse como una jugada ‘de distracción‘ cuyo vencimiento podría operar en breve si los resultados hasta ahora cosechados no revierten su magra tendencia. ¿Puede ayudar una devaluación a superar el cepo? Para algunos, ahí está la clave. Sin embargo, el ancla inflacionaria que fue en los últimos años el dólar para el Gobierno dejaría de serlo si este escenario gana los despachos.
Uno que cada día parece ampliar su rango de poder es Axel Kicillof. El viceministro participa activamente en las reuniones del Banco Central y es la reserva ideológica del Gobierno en materia de tasas bajas, emisión monetaria asegurada y dólar blue en constante hostigamiento. Con respecto a esto último, una pequeña victoria parece haber cosechado la estrategia del desdoblamiento del blue, ya que existen varias cotizaciones para el billete informal y los clásicos canales que se utilizaban para aunar cotizaciones hoy parecen intervenidas. En el fondo, lo que buscaban en el Palacio de Hacienda no era cortar de plano las operaciones informales; sabían que eso sucedería (al menos en parte) si se intervenía el ‘precio‘ que el mercado le marca al billete.
De todas formas para Kicillof, la madre de todas las batallas es la tasa de interés. Subir el ‘premio‘ que le pagan los bancos al depositante ayudaría a domesticar el atractivo que el ahorrista encuentra en meterse en el mercado paralelo pero iría contra el objetivo último de la Casa Rosada que es impulsar el consumo y la recaudación impositiva.
Puestos a imaginar, todo lleva a una conclusión: después de octubre podrían profundizarse las restricciones en lo que hace a la demanda de dólares de los turistas argentinos. Tanto el dólar tarjeta, como los billetes que las agencias de viaje le demandan al Banco Central para cancelar los paquetes turísticos que contratan los argentinos podrían sufrir una fuerte transformación. Es lógico si se piensa que la cuenta del turismo supera los u$s 5.000 millones. Precisamente, la última conquista del ‘soviético‘ (como Moreno bautizó a Kicillof) es el control del sector turístico y muy probablemente el ’rediseño’ de las reglas de juego para ese rubro. Hasta ahora, todas las indicaciones pasaban por los funcionarios del Banco Central. Cada una de las resoluciones que fueron recibiendo las agencias de viajes respecto del dólar turista impartía de la máxima autoridad monetaria. Incluso, fue con las autoridades del BCRA que los operadores turísticos comenzaron a negociar el pedido a los bancos y a las expendedoras de tarjetas de crédito para que separen los consumos de los argentinos en el exterior a fin de evitar más presión y controles de la AFIP. Pero ya es historia.