Tiempos difíciles. Grandes esperanzas. Se trata de dos títulos del gran Charles Dickens que reflejan, en simultáneo, la cifra exacta de expectativa e inquietud que permea al ministro Martín Guzmán, pero también a Miguel Pesce, titular del BCRA. El dato duro dice que, para sostener la cotización del tipo de cambio oficial mayorista, las reservas bajaron en la última semana unos u$s423 millones. Es cierto que hubo pagos a organismos internacionales, depreciación del oro y el yuan, y retiro de depósitos. Pero no es menos cierto que en los primeros nueve días hábiles de noviembre el retroceso es de u$s756 millones, la peor pérdida para un período similar desde octubre de 2019.
Si se lo piensa, a sólo quince días de haber comenzado el largo viaje de la heterodoxia a la ortodoxia, hubo novedades. Y no de las más auspiciosas. Por ejemplo, la inflación de octubre trajo números de 3,8% mensual, por encima de lo que se esperaba. Implica necesariamente pensar que afloraron en las últimas semanas expectativa de devaluación, ya que los bienes crecieron 4,6% versus el 1,9% para los servicios. Llamó la atención entre analistas la falta de contundencia en la respuesta, la suba moderada de tasas, entre 1 y 3 puntos de incremento, cuando el salto en la proyección anualizada de la inflación se ubica ahora por encima de 45%. Sería entonces suba nominal pero baja en términos reales (Leliq, pases, Badlar), toda una rareza que refleja cierta reticencia del Gobierno a buscar algo de alivio con ese recurso. En paralelo, las luces anaranjadas parecen encenderse. Ámbito advirtió desde esta columna que el mercado de deuda en pesos podía comenzar a encuadrar la demanda del Gobierno en estas cuestiones. Esto es así porque la fungibilidad del dinero y la escasez de recursos tienen sus derivadas. Guzmán experimentó algunas complicaciones los últimos días para colocar toda la deuda que necesitaba en el mercado doméstico. Consiguió $70.600 millones cuando vencían $73.000 millones. Si bien los Boncer anduvieron bien, el problema fue la baja tentación que despertaron las letras (ajustadas por tasa de Pases). Lo que nos trae al problema original: el Gobierno parece no estar dispuesto a convalidar tasas más elevadas en las licitaciones. Ahora bien, si parte de la estrategia del “giro ortodoxo” de Guzmán es bajar la dependencia de la emisión monetaria y reemplazarla por la deuda en pesos, cómo hará el Gobierno de aquí en más para ir convalidando la fórmula en la cual se confía, esto es, colocar deuda por el total que vence y además conseguir recursos adicionales por el 10% extra. Entre los brokers, se preguntaban el viernes si el BCRA apelará a la transferencia de utilidades (tope de $800.000 millones disponibles aún). Por supuesto, siempre queda el recurso de la deuda dólar-link, pero está visto que los inversores comienzan a preferirla a cualquier otra alternativa y eso no gusta demasiado en el Palacio de Hacienda. Además, habrá que sumar otro problema, el crowding out, es decir, el efecto desplazamiento o efecto expulsión que genera el Gobierno cuando elige financiarse con la deuda local y esto hace que la capacidad de inversión de las empresas se reduce debido a la deuda pública, es decir: la expulsión del sector privado de la economía por parte del sector público. El Estado compite con las empresas privadas para poder captar ese dinero. La emisión de esta deuda pública tiende a realizarse a una tipos de interés que sea atractiva ante los inversores. Por eso, la financiación de la inversión de las empresas se hace más costosa.
El saldo sigue siendo magro. Los inversores siguen tomando coberturas ante los cálculos que les dan una aceleración de la inflación y descuentan ya un 55% para los próximos 12 meses. Por eso eligen instrumentos financieros cortos. La brecha entre el dólar oficial y el paralelo implica necesariamente que el BCRA seguirá perdiendo reservas, ya que a mayor brecha, mayor propensión a demandarle divisas a la entidad. La última semana la brecha volvió a ampliarse, lo que redundó en mayores ventas. El blue se disparó de $146 a $164.
La negociación con el FMI remite inmediatamente a la idea del Gobierno de ir detrás de un Acuerdo de Facilidades Extendidas, aunque con características diferenciadas. Básicamente, sin condicionalidades muy ajustadas, sólo una especie de promesa futura en sentido amplio. Reducción del déficit, política monetaria contractiva, tipo de cambio de equilibrio. Se sabe: la salida a un préstamo inédito en la historia del FMI deberá ser una reestructuración inédita. Tras avisar que no habrá IFE4, la Casa Rosada mostró su fórmula de movilidad jubilatoria. Hay que tener en cuenta que 4 de cada 10 pesos del gasto se dispensan en el pago de estos beneficios y que el FMI suele oponerse a este tipo de ecuaciones porque consideran que no es viable en términos fiscales para un país en déficit. Si el FMI exige a la Argentina un déficit del 3% del producto bruto para 2021 (que implica un recorte adicional), habrá que ver cómo sostiene Guzmán su plan. El tiro del final (por elevación) lo dejó el ministro para los misioneros de Washington. Presentó en el Congreso el proyecto para que los acuerdos futuros con el FMI tengan que ser aprobados por el Poder Legislativo. Es parte de la estrategia. Que el desmemoriado Fondo recuerde. Tiempos difíciles. Grandes esperanzas.