Cuando la equivocación se hace costumbre. Resulta sumamente difícil encontrar una decisión en la que este Gobierno de notables no se haya equivocado por varios cuerpos de distancia. Los desafortunados errores macristas sumados al histórico saqueo kirchnerista pusieron a la sociedad argentina en un nivel de máximo estrés en sus tres principales dimensiones: política, social y económica. La sociedad argentina toda, intenta sobrevivir a pesar de sus dirigentes y mientras tanto nuestra brillante clase política, la elite intelectual de Peronia, sigue aumentándonos los impuestos y hablando de la pobreza que tanto los preocupa en tercera persona. Me pregunto: ¿Cuánto será el aumento de dietas de nuestra honorable cámara de legisladores para este año?
Con un Gobierno que se ha convertido en una desdibujada caricatura de sí mismo. Lo que en enero 2016 era una estela interminable de optimismo y confianza se fue devaluando al ritmo del peso, de un socialismo gastador de lo ajeno y de un riesgo país que exhibió un estrepitoso salto de 400 puntos básicos. Hoy nos separan de Turquía, el segundo emergente más complicado, más de 200 puntos de riesgo país al punto tal de convertir a la Argentina en el soberano más extremo del espectro emergente, un clásico “high beta” y por lo tanto, sumamente vulnerable a cualquier shock de aversión al riesgo global.
Si se llegase a complicar el mercado internacional, al primer emergente que van a sacudir fuertemente es a la Argentina por su nueva e inconveniente condición de “high beta”. El Gobierno insiste en echarle la responsabilidad al kirchnerismo, a emergentes, a la tasa de 10 años en USA, a Blancanieves, los siete enanos o a cualquier otra cosa que los aleje del epicentro que ha representado esta mala gestión para el bienestar de los argentinos. Lo cierto es que desde una herencia sumamente complicada vimos a un Gobierno que tuvo un fenomenal exceso de confianza esperando una lluvia interminable de inversiones por el solo hecho de estar al mando un autodenominado dream team de brillantes.
Sin embargo, el mercado esperó por dos años hasta que se dio cuenta que en la agenda de un arrogante y sumamente ingenuo Cambiemos irónicamente no había un solo cambio relevante y comenzó un sello fortísimo en tres mercados simultáneos: moneda, renta fija y acciones, con un resultado obvio y contundente: terminamos estrangulados, casi muertos, todos morados, pero todavía y eso es importante, pataleando. Esta es la gran Peronia de Cambiemos, hermoso sapo socialista nos vendieron los pensadores comunales de CABA. El problema es que a nuestro principal prestamista, Wall Street, le repugnan los sapos socialistas y cuando algo no les gusta te revolean hacia arriba incrementando el riesgo país, la cruel contracara de la venta de bonos soberanos.
No queda mucho más tiempo de tasas altas. El talón de Aquiles de la economía argentina siguen siendo los pesos y actualmente observamos una cierta paz cambiaria por el solo hecho de tener tasas muy por encima del 30% con el que comenzó este fatídico 2018. Es altamente probable que en las próximas semanas se observe un influjo de dólares frescos principalmente originados en los adelantos que el FMI le proporcionaría al Tesoro. En esta coyuntura de corto plazo el BCRA tiene dos alternativas. Primero, podría dejar que el tipo de cambio se vaya al límite inferior de la banda manteniendo el estrepitoso nivel de tasas actuales. Si ese fuese el caso estaría aleccionando a mucho especulador que salió a comprar billetes a 40 hace solo un par de días atrás y hoy ya está en camillas. Segundo, podría sin embargo neutralizar la presión bajista del dólar mediante una simultánea reducción en el nivel de tasas y esto último parecería ser el escenario más razonable, justificado por razones económicas y políticas. Bajo este segundo escenario me imagino a una economía argentina que hacia fines de diciembre podría cerrar el año con un dólar cerca del centro de la banda de flotación en torno a los $ 39 y tasas acercándose al 45%. La pregunta relevante en este contexto es por qué el BCRA podría estar interesado en lograr una dupla de tipo de cambio más alto al actual y tasas bastante mas bajas a las observadas en estas últimas semanas.
Un BCRA bajando tasas y reanimando a una inviable economía real. Primero, los costos que ha pagado este Gobierno como consecuencia de la devaluación fueron altísimos y me imagino que no andan con ganas de permitir una considerable apreciación desde estos niveles. La complicada economía argentina de los próximos 12 meses será definida con un tipo de cambio alto para preservar una efímera ganancia de competitividad que de otra forma y dada lo inviable de nuestra estructura impositiva sería imposible. Este Gobierno quiere y defiende un tipo de cambio alto, este gobierno desde abril ha decidido licuar a los argentinos de manera histórica y dicha licuación llegó para quedarse, por eso en dicho contexto me cuesta imaginar a un dólar que permanezca por mucho tiempo cerca del límite inferior de la banda a costa de tasas inestablemente altas.
Segundo, resulta evidente también que si este nivel de tasas se prolonga por mucho más tiempo se podrían estar exacerbando los impactos de una recesión que ya es fortísima. Una recesión severa tiene efectos directos sobre el empleo, el consumo y finalmente dicha negatividad comienza a traducirse en falta de apoyo político para un gobierno que prometió un montón de cosas y que lo único que ha dado a cambio es mayor endeudamiento externo, altísima inflación, desempleo, recesión, impuestazo a la clase media y aumento de pobreza.
El presidente Mauricio Macri afrontará las elecciones presidenciales del 2019 con una economía toda rota y en recesión y con altísima inflación, lo mejor a lo que podrían aspirar es encarar una elección con recesión e inflación fuera de los máximos, ese lamentablemente será el mejor escenario alcanzable. De ahí que resulta clave qué tan proactivo será el BCRA en rápidamente intentar distender un equilibrio de tasas que le de algún tipo de oxígeno a la diezmada economía argentina. El Gobierno seguramente intentará minimizar la recesión con la que se llega a octubre 2019 de la mano del campo y de un equilibrio de tasas que claramente debería apuntar hacia un brusco descenso de los niveles actuales. Dicho descenso sería justificado no solo por cuestiones monetarias sino por el populismo detrás de la decisión: tender a maximizar votos en el marco de una economía que necesita cualquier tipo de oxigeno posible.
¿Y si las dos tasas aflojan? Si eventualmente el BCRA pudiera de caras a diciembre de este año mostrar una dupla entre tipo de cambio y tasa de interés más equilibrada que nos aleje de la noción extrema con la que venimos viviendo la realidad monetaria desde abril del 2018, dicha circunstancia, sin bien efímera, podría derramar en una reducción adicional del riesgo país.
Claramente, el riesgo país durante las últimas semanas fue presa de dos eventos simultáneos. Primero, la tasa de 10 años amagando con alcanzar máximos del año, contagiando al S&P con aversión global al riesgo y Argentina absorbiendo fuertemente el embate dada su condición de “high beta” de emergentes. Segundo, a nivel local todavía no se vislumbra que Argentina haya podido domar a su talón de Aquiles, esta dupla entre el dólar y las exorbitantes tasas en pesos que se siguen pagando para subsidiar una potencialmente efímera tranquilidad cambiaria.
Lo cierto es que ambos aspectos podrían calmarse de caras a cierre de año. No creo que a la suba de la tasa de 10 años le quede mucho recorrido de caras a diciembre 2018 y también me imagino tasas locales aflojando a medida que nos acerquemos al inicio del 2019. Si estos eventos se alineasen un poco al menos, Argentina podría otra vez encasillarse a operar en el rango de 550/600 puntos de CDS y culminar decentemente un año que ha sido una innecesaria e infumable pesadilla presa de la generalizada mala praxis del equipo económico del presidente Macri.
Como conclusión: no me gustan los pesos a ninguna tasa, ni hoy ni nunca más, no me gusta la parte larga de la curva soberana argentina, prefiero seguir bicho bolita en bonos bien cortos con duration que no excedan tres años y con eso ya me compro dormir muy mal por los próximos 12 meses de mi vida, al menos.