El frente cambiario es el que requiere la atención más urgente en la negociación con el organismo. El Central atravesó una semana negra, con fuertes intervenciones para evitar un salto devaluatorio y salida de depósitos en dólares
La advertencia de un minúsculo estudio contable hizo tambalear al Banco Central. El mensaje viralizado en redes sociales erróneamente advertía a sus clientes sobre el peligro que corrían los depósitos en dólares, confundiendo una medida del BCRA dirigida exclusivamente al patrimonio de los bancos. Sin embargo, fue una chispa que desató los peores temores de los ahorristas y provocó una “minicorrida” que todavía está en curso.
La escasez de dólares es el principal problema que enfrenta en el corto plazo la economía. Desde ese punto de vista, la última semana arrojó un desastroso balance. Sólo en dos días (lunes y martes pasado) se fueron USD 400 millones de los depósitos en dólares que el público mantiene en entidades financieras. El retiro habría persistido hasta el viernes aunque con volúmenes más bajos. Además el Central también terminó con un fuerte saldo vendedor, que también superó los USD 400 millones, con el objetivo de contener la demanda y evitar un salto del tipo de cambio oficial.
El futuro funcionamiento del mercado cambiario será el principal tema de discusión entre el staff del FMI y los funcionarios del ministerio de Economía que viajaron a Washington para acelerar un acuerdo. El Fondo le exigirá al Gobierno un programa que permita acumular reservas, que cayeron a valores mínimos.
Las estimaciones del sector privado son coincidentes en que quedan menos de USD 5.000 millones de reservas netas netos, que se utilizarán para pagar deuda al propio FMI y los primeros vencimientos fuertes de intereses de bonos reestructurados (casi USD 700 millones en enero). Con viento a favor, el Central podría llegar hasta febrero.
Recuperar reservas brindaría mayor fortaleza para aflojar el cepo cambiario, reducir los niveles de vulnerabilidad ante posibles shocks externos y eventualmente volver a tener acceso a los mercados financieros. Se trata de un círculo virtuoso que exige dejar atrás la desconfianza de los inversores, algo que hoy parece lejano.
La otra exigencia, que va de la mano con la necesidad de fortalecer el nivel de reservas, es sincerar el valor del dólar. Este proceso ya sucedió en los distintos tipos de cambio que surgen del mercado bursátil. El dólar MEP y el “contado con liquidación” pasaron de $ 180 a valores que ya rondan los $ 215. Todo sucedió en las tres semanas posteriores a las elecciones legislativas, cuando el BCRA dejó de vender divisas que tenían como objetivo evitar que no aumente la brecha cambiaria.
Sincericidio
Ahora todas las miradas apuntan al tipo de cambio oficial. Miguel Pesce, rompió el jueves, durante su presentación en la UIA, la regla no escrita de cualquier presidente de un Banco Central en cualquier lugar del mundo: nunca anunciar una devaluación.
Pero fue exactamente lo que hizo, posiblemente envalentonado ante industriales que se lo reclaman. Pesce explicó que “ni bien las condiciones inflacionarias lo permitan” se abandonará el actual régimen de ajuste cambiario (una tablita que aumenta 1% líneal por mes) para pasar a un esquema más acelerado.
Sus palabras le costaron sólo el viernes USD 135 millones de reservas al BCRA, en una jornada que tuvo récord de operaciones. La reacción del mercado fue obvia: los exportadores automáticamente dejaron de liquidar divisas a la espera del “sinceramiento cambiario” y los importadores se agolparon para tratar de conseguir como sea los últimos dólares baratos.
El titular del Central, además, justificó la decisión de haber planchado el dólar en el año electoral como una “medida necesaria” para contener la inflación. La medida que en realidad impulsó Martín Guzmán fue el gran fiasco de 2021: mientras que el tipo de cambio oficial aumentó menos de 20% en el año, la inflación rozará el 50%.
La devaluación del tipo de cambio oficial es la medida más inevitable de todas de cara al 2022, por dos motivos: el atraso acumulado a lo largo de este año y la falta de reservas para defender una paridad por parte del Central. La forma que adoptará ese fuerte ajuste cambiario es todavía materia central de discusión entre el Fondo y el Gobierno para poder cerrar el acuerdo.
El “ajuste silencioso” y su socio invisible
¿El déficit fiscal no entra en las discusiones? Por supuesto que sí, pero en este caso el escenario no tiene tanto nivel de complejidad. La decisión del Gobierno, que contaría con una mirada complaciente del Fondo, es seguir con un “ajuste silencioso” vía inflación. La continuidad de un índice inflacionario alto y persistente implicará la licuación del gasto en salarios públicos, jubilaciones, planes sociales y subsidios energéticos y al transporte.
El último cálculo difundido por el Central del Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) arrojó que economistas y consultoras esperan un índice de inflación del 52,1% para el 2022. Pero por lo general se trata de estimaciones que terminan siendo ampliamente superadas por la realidad.
Para el kirchnerismo es impracticable anunciar un ajuste del gasto vía fuerte aumento de tarifas. Lo intentó el gobierno de Mauricio Macri y fracasó. Es mejor seguir aumentando los subsidios a las empresas, pagarlos con emisión monetaria y fogonear aún más la inflación. El resultado es el mismo: caída del salario real, pero sin la necesidad de anuncios “antipáticos”.
La combinación de menores gastos relacionados al COVID-19, el fuerte aumento de los precios y un tipo de cambio más alto debería ser suficiente para bajar el déficit primario a 3% del PBI o incluso menos.
Cuestión de tiempos
Dólar y déficit fiscal son los dos grandes temas que estarán en la gran mesa de discusión con el Fondo en los próximos días. Pero hay una cuestión de temporalidad. La crisis cambiaria no resiste más postergaciones, debe ser encarada de manera inmediata. En cambio la baja del déficit, presente en cualquier programa con el organismo, sí permite un mayor gradualismo en la toma de decisiones.
¿Gato muerto o inicio de ciclo alcista?
En el medio de una semana muy complicada tanto en el frente local como el internacional, el dato que no dejó de llamar la atención fue el fuerte repunte de los bonos argentinos, sobre todo jueves y viernes.
La mejora coincidió con un grupo de fondos internacionales que visitó la Argentina y mantuvo reuniones con funcionarios y economistas. Muchos de ellos son tenedores de deuda local e ingresaron al canje de deuda en septiembre del año pasado. Las pérdidas se siguieron acumulando desde entonces, ante la caída de las cotizaciones y la suba del riesgo país.
¿Fue el rebote del “gato muerto” o el inicio de un ciclo alcista para la deuda argentina? En medio de mercados globales alterados por la suba de la inflación en Estados Unidos y los temores a cierres por la variante Ómicron, parece más lo primero que lo segundo. Es cierto que los actuales valores ya descuentan una nueva reestructuración de la deuda en un par de años, con alargamientos de plazos y fuertes quitas de capital. Sin embargo, los inversores no están precisamente ávidos por cargarse de deuda argentina en un contexto que se volvió mucho más impredecible.
Entre las urgencias cambiarias y un clima internacional menos favorable, el Gobierno no tiene mayores alternativas que apurar todo lo posible el acuerdo con el FMI. El objetivo de máxima es anunciar un primer borrador antes de fin de año, pulir detalles luego de las fiestas de fin de año y llegar al directorio entre febrero y principios de marzo próximo. El objetivo, en todo caso, es mantener alta la expectativa del arreglo para evitar los sobresaltos típicos que sufre la economía argentina durante los meses de verano.