Los ejecutivos coinciden en que se consolida un camino descendente, aunque ven una inflación núcleo aún alta que genera dudas hacia el futuro por el aumento de tarifas
La ola de optimismo entre los empresarios argentinos no se puede negar. Dice presente en cada conversación, en las encuestas, y crece de cara a las elecciones legislativas que definirán el panorama político camino a 2019.
Este optimismo no es casual. Por primera vez en más de 10 años, las agendas de empresas y Gobierno coinciden: los dos quieren mayor competitividad, menos impuestos, más productividad y una menor presencia de un Estado lento, pesado y burocrático en la economía.
Pero esta agenda en común no es suficiente. Mientras el mercado espera la famosa «lluvia de dólares» en inversiones, la inflación volvió al centro de la escena con el número incómodo de 1,9% que arrojó el Indec para septiembre, y pone en dudas no solo las metas de inflación de 2017, sino también las del año próximo. Es por eso que, mientras transitan el último trimestre, bancos y empresas ya revisan al alza la inflación de 2018.
Un informe del BBVA Francés al que accedió Infobae da cuenta de este cambio. «Hemos revisado al alza nuestras previsiones a 22,2% para 2017 y 15,6% para 2018, ya que el peso de los incrementos de precios regulados en el IPC nacional en relación con el IPC GBA fue superior al estimado (10% mayor en el acumulado a septiembre de 2017)», indica el reporte publicado esta semana.
La entidad bancaria asegura que el aumento de los precios regulados –el Presupuesto 2018 indica subas en tarifas de electricidad, gas y transporte–»tendrán una incidencia de 3,8 puntos porcentuales en 2018, lo cual explica la mayor inflación esperada». Y concluye: «Esto implica que no esperamos que el BCRA cumpla con sus ambiciosas metas en los próximos años, aunque sí se verificará un sendero descendente». Así las cosas, sostiene que la meta se cumplirá cinco meses más tarde.
Este camino descendente es el que advierten varios ejecutivos de empresas que, con reserva de fuente, dialogaron con Infobae en el 53° Coloquio de IDEA. El análisis cambia según el sector. «Una cosa fue bajar del 40% al 20% en un año, pero ahora hay un punto de resistencia en el orden del 1,5% mensual del cual está costando bajar», confiesa el CEO de otro banco privado, quien proyecta una inflación del orden del 16% para 2018.
Un empresario del sector de consumo masivo de origen europeo –cuyos productos como lácteos y alimentos infantiles llegan todos los días a las góndolas de los supermercados–proyecta una inflación del 15% entre diciembre de 2017 y diciembre de 2018. «La corregimos desde un 13%», aclara. Su principal preocupación va más allá del porcentaje final. «La inflación está en un camino descendente pero los costos laborales se mantienen altos. Y no hay estabilidad de precios en la cadena. Vemos, por ejemplo, mucha disparidad en las materias primas y en los servicios».
El presidente de una petrolera que festeja la liberación de los precios de las naftas tras 16 años también mostró preocupación por las metas. «La inflación núcleo tiene que bajar a 1,2% para poder tener una meta de un dígito en 2019. Es un desafío que aún no se vio», sentencia, y proyecta una inflación de 17% para 2018.
¿Cuál es la principal razón para que empresario pida una inflación baja? Para estimar costos y precios, y así calcular con más precisión el margen de ganancia de su negocio en el largo plazo. Con una demanda estable, puede proyectar con más precisión las cantidades vendidas.
Expectativas no tan en línea
Las metas de inflación con altas tasas de interés fue la política monetaria que el gobierno de Mauricio Macri eligió y avaló para alinear las expectativas de los distintos actores de la economía. Es una forma de decirles «es por acá», y que esos actores sigan esa línea.
Lo cierto es que el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) que publica todos los meses la entidad demuestra que las expectativas están desancladas. Un informe de la consultora económica Ledesma con esos datos considera que las proyecciones de 55 analistas evidencian que «las expectativas no están ancladas hace meses». Y hacia delante, estarían desancladas también en 2018 y 2019.
Incluso con fuegos cruzados puertas adentro entre el equipo económico, el Presidente hoy respalda al titular del BCRA, Federico Sturzenegger. Pero el Gobierno está preocupado porque el canal de expectativas no parece suficiente a la hora de controlar los precios con un déficit fiscal alto que corrige el curso de las decisiones, en línea con un ajuste de precios relativos (tarifas) que el Gobierno sabe que tiene que hacer.
Y la reactivación del consumo que todos esperan, a futuro, puede jugarles en contra a las metas. Sin demanda, los empresarios no vendían y no pudieron pasar sus costos a precios. Pero con una demanda que resurge, se reactiva esa habilidad en un empresario que mira de cerca sus márgenes de ganancia. Hay que ver si los empresarios están dispuestos a «tomar un riesgo, y que ese riesgo cueste», como les pidió la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal.
El impacto de la fase expansiva de la economía en los precios es un factor que el ex secretario de Industria, Dante Sica, analiza en su último informe reservado al que accedió Infobae. El director de la consultora Abeceb es uno de los economistas más consultados por los industriales del mundo privado, y escuchado tanto por el oficialismo como por la oposición.
Las formas en que se frena una expansión por falta de capacidad para expandir la oferta pueden ser diversas, pero en nuestro país es típico que al faltar oferta se acelere la inflación y caigan los ingresos reales de los consumidores», advirtió en el reporte. Y agregó: «También puede ocurrir que la inflación no sea tan alta en la fase expansiva si parte de la oferta que falta se trae de afuera». Desde ya, esta decisión aumentaría el déficit comercial por el ingreso de nuevas importaciones.
Con el mapa de distorsiones en el que se encuentra la economía argentina, la llegada de inversiones es la llave que más necesita el Gobierno en 2018. Así se generarían más demanda y más oferta a la par, con una tasa de desempleo hacia la baja por la generación de nuevos puestos de trabajo en el sector privado. Con todo, la «lluvia de dólares» le daría la oportunidad al país de dejar de chocarse contra la pared de la escasez relativa.