El año pasado subió 25%, mientras que la reinversión de un plazo fijo en pesos dejó casi 45 por ciento. El Central piensa en elevar los rendimientos en moneda local para cuidar las reservas y evitar una mayor dolarización
Aunque el dólar es percibido como el principal refugio de valor en un contexto de alta inflación y pérdida del valor del peso, no siempre resulta la mejor inversión. Es más, el año pasado resultó una de las peores opciones. A lo largo del 2021, el dólar libre subió apenas un 25%, pasando de $166 a 208 pesos. Cualquier otra opción de inversión en pesos fue ampliamente superadora.
Así, aquella frase que pronunció en 1981 el entonces ministro de Economía, Lorenzo Sigaut, se terminó cumpliendo, aunque 40 años después: “El que apuesta al dólar pierde”.
El año pasado fue mucho mejor negocio poner pesos a plazo fijo y reinvertirlo todos los meses que comprar dólares. La tasa anual fue 38%, pero la tasa efectiva (que surge de esa reinversión mensual de los intereses) se acercó al 44% anual en pesos. O sea que prácticamente una inversión a tasa fija en pesos le sacó 20 puntos al dólar.
Visto de otro modo: si alguien hubiera invertido $100.000 en dólares, hubiera terminado el 2021 con 125.000 pesos. En cambio, si ese dinero se invertía en un plazo fijo hubiera finalizado el año con casi 144.000 pesos.
Todavía más interesante hubiera sido invertir en un plazo fijo ajustado por UVA, es decir inflación minorista, ya que en ese caso el rendimiento superó el 50% en el año. En el mismo ejemplo, el inversor hubiera terminado con poco más de 150.000 pesos. Los bancos no promueven activamente este producto porque el interés que deben pagar es más alto en relación a los plazos fijos tradicionales. Sin embargo, están obligados a aceptarlo si algún inversor lo pide
Lo ocurrido el año pasado rompió una racha de varios años consecutivos de supremacía del dólar como principal activo a la hora de invertir un saldo en pesos. En 2020, por ejemplo, había saltado de $70 a $166, es decir en medio de la emisión monetaria fruto de la pandemia aumentó nada menos que 137 por ciento. Es decir que más que triplicó lo que pudo obtenerse con un plazo fijo tradicional o incluso con los ajustados por UVA.
Aquella suba del dólar en 2020 resultó un “overshooting”, es decir un aumento exagerado de la cotización, que luego fue corrigiendo por dos vías. Una caída nominal del tipo de cambio pero también un aumento de la inflación, que a lo largo del año pasado llegó casi al 50 por ciento.
La cuestión para el arranque del año es si este año se parecerá más al 2021, en el que fue más negocio el plazo fijo, o al 2020 donde el dólar superó por amplio margen a las inversiones en pesos. La respuesta no es obvia ni mucho menos. Ya el año pasado hubo una fuerte tendencia dolarizadora, cuando claramente no resultó la mejor alternativa.
Por lo pronto, un buen punto de comparación para evaluar qué puede convenir más es la inflación esperada, que para este año no baja del 50%, similar al año pasado. Por lo tanto, ese es el rendimiento que podría obtenerse con un plazo fijo UVA. En el caso de los depósitos tradicionales, la tasa continúa en el 38% nominal anual en pesos, pero es posible que el Banco Central eleve los rendimientos en enero, por lo que posiblemente salte a no menos de 41 por ciento. La tasa efectiva se acercaría así al 47 por ciento.
¿A cuánto debería saltar el dólar libre para resultar una mejor alternativa que una inversión conservadora en pesos? No menos de 50%, es decir que debería finalizar el 2022 arriba de los $310 para justificar la opción dolarizadora.
Uno de los objetivos del Gobierno para este año es reducir la brecha cambiaria, pero lograrlo a través de una aceleración gradual del tipo de cambio oficial, apostando a que el dólar libre se mantenga estable. En las próximas semanas, el Banco Central comenzará a absorber parte de los pesos emitidos entre noviembre y diciembre para evitar que aumente la presión cambiaria y sobre la inflación. Se calcula además que esa intervención vendría acompañada de mayores rendimientos vía Leliq y pases pasivos para evitar cualquier riesgo de desborde.