Tuvo algún efecto en 1977, pasó de 348% a 160% y a 88% en 1980, y pleno en 1991, por el contrario, fracasaron en 1980 y 1986. Otros casos
En todos los episodios de escalada del ritmo de aumento de los precios se observa la dominancia fiscal, con un gasto exacerbado respecto de la capacidad de cobro de impuestos, e incluso más recientemente, en que entre 2007 y 2015 el gobierno del Frente para la Victoria logró una presión tributaria récord.
La consecuencia inmediata de los abultados y acumulados desequilibrios de las finanzas públicas fue la sobre expansión de la emisión de dinero, al convertirse el Banco Central en el prestamista de última instancia del Gobierno.
De ahí que las recomendaciones de política económica de cualquier plan de estabilización para que resulte exitoso requiere volver a la disciplina del gasto público y a una política monetaria restrictiva. Cuando eso no ocurre, y se buscan atajos con «anclas» de la inflación, sea del tipo de cambio, las tarifas de los servicios públicos, o los salarios, el fracaso está asegurado en corto tiempo.
Según un estudio de A. Javier Hamann y Alessandro Prati, subjefe de División en el Departamento de Elaboración y Examen de Políticas y el Departamento de Estudios, respectivamente, del Fondo Monetario Internacional: «Contra la inflación, el azar, la oportunidad y las instituciones políticas», entre 1977 y 1994 identificaron 51 casos de programas de estabilización de precios, después de haber acusado alzas superiores a 40% al año, correspondientes a 30 países, entre los que se encontraba la Argentina con cuatro intentos.
Rápido repaso de la historia inflacionaria desde fines de los 70
El primer plan de estabilización después de los efectos del «Rodrigazo» de 1975 fue en 1977, cuando de una tasa de inflación previa cercana al 350% bajó a 160%, pero se sostuvo en ese rango durante un trienio, y luego se atenuó al 88% en 1980, con la aplicación de un mini plan de ajuste que no se esfumó rápidamente, y rápidamente se volvió a caer en la zona de los tres dígitos de suba de precios al consumo al año.
Un fenómeno similar se repitió a mediados de 1985, antes de que la normalización institucional cumpliera dos años, cuando se ensaya un novedoso régimen de desagio y cambio de signo monetario que posibilitó achicar el ritmo de inflación del 385% a 82%, pero la resistencia a avanzar con una política de disciplina fiscal en la administración, pero principalmente en las empresas del estado de todo tipo, desde productoras y distribuidoras de servicios esenciales, hasta de bienes básicos: petróleo, petroquímica y siderúrgicas, entre otras, derivó en una sostenida aceleración hasta llegar a la hiperinflación de 1989 y 1990, con un pico cercano a 5.000 por ciento.
Finalmente, el cuarto plan de estabilización en 1991, a partir del ancla cambiaria con un esquema de caja de conversión, posibilitó un inmediato recorte a menos de la décima parte de la inflación previo en el primer año y casi otro tanto en el siguiente. Y se pasó al extremo de un trienio con leve deflación. Pero la contabilidad creativa, escondida detrás de un aumento del endeudamiento del sector público, derivó en la crisis de 2001 y 2002. La última década es conocida.
Entre las 29 naciones restantes sólo forman parte del ranking actual con tasas de aumento de precios al consumo superior al 20% al año la Argentina y Zambia, y se sumaron al tope de la tabla Venezuela y Ucrania, y por debajo Sudán del Sur y Yemen.
Resaltan los expertos del FMi que «aunque los ajustes monetarios y fiscales incrementan la probabilidad de éxito, puede que no basten. Por ejemplo, un programa de estabilización puede salirse de su cauce si el ajuste fiscal coincide con ingresos de capital desmedidos que inflan el crédito interno».
Éxitos y limitaciones
Entre los casos exitosos, el trabajo de maras identificó a Bolivia a mediados de los años ochenta, y Nicaragua y Perú a principios de la siguiente década, aunque previamente había logrado su objetivo Chile; y fuera de la región, el éxito de Israel a mediados de los años ochenta es bien conocido, y, a pesar de los esfuerzos infructuosos de mediados de los años setenta, Islandia consiguió también dominar la inflación 10 años después.
En tiempo más reciente, se agregaron a la lista Uruguay, aunque se mantiene al filo de los dos dígitos, y Brasil, pese a que en 2015 se aproximó al 11% anual.
Concluyen Hamann y Prati que «los fracasos del pasado reducen la probabilidad de éxito. Cuanto más tiempo haya durado la inflación elevada, mayor será la probabilidad de fracaso, lo que parece respaldar la teoría de que una inflación prolongada fomenta la adopción de instituciones y prácticas que dificultan la estabilización, como la indexación».
De ahí que no son pocos los economistas, a los cuales se los cataloga de «ortodoxos» que recomiendan un ataque frontal de la inflación, esto es a través de imponer un rigor en la disciplina del gasto público, sobre todo cuando a diario aparecen bolsones de corrupción, sobre precios, erogaciones innecesarias en burocracia y también en empleos «fantasmas» o ñoquis, más aún cuando la Argentina no ha logrado mostrar en las últimas cinco décadas un ciclo largo de más de 11 años con alzas de precios en el rango de un dígito y más aún sin anclas.