Las señales erráticas del Gobierno para combatir la inflación y las disputas internas para definir un rumbo ya inquietaban a los inversores. Ahora se apuesta a que la “lluvia de dólares” de la cosecha dé impulso a la la actividad y deje atrás el duro golpe político. Impuesto a la riqueza, FMI y efectos estadísticos
Un informe reservado de la sociedad de Bolsa local con más llegada a inversores extranjeros describe como un “comportamiento esquizofrénico” las señales que el Gobierno intenta dar en materia económica. Las marchas y contramarchas son permanentes, los funcionarios no paran de contradecirse y es casi imposible entender hacia dónde quieren ir.
La amenaza de cupos o de más retenciones a las exportaciones y ahora la imputación a las grandes alimenticias por faltantes en las góndolas son sólo los casos más recientes. La tensión entre los que buscan emitir señales de mayor racionalidad para tranquilizar a los mercados y los que buscan llevar el discurso al límite desde el ala más dura del kirchnerismo son ya imposibles de disimular. En el medio de esta gran confusión estalló el escándalo por las vacunas VIP.
La “bomba” explotó el viernes a última hora, con los mercados ya cerrados, por lo que no hubo tiempo de elaborar sobre su impacto. Es posible que tampoco se produzca ningún efecto de cortísimo plazo en la cotización del dólar o en el riesgo país. Pero el escándalo desata preguntas sumamente relevantes para quienes toman decisiones, que ya venían con expectativas muy deterioradas. ¿Hasta qué punto quedó debilitado Alberto Fernández, teniendo en cuenta que sus principales hombres de confianza en el Gabinete quedaron escrachados por el escándalo? ¿Cristina Kirchner seguirá ganando poder en distintos espacios del Gobierno? ¿Cómo quedarán los contrapesos a la hora de las definiciones económicas?
Una reactivación económica más sólida ayudaría al Presidente a dejar atrás más rápido el episodio y recuperar terreno perdido. Pero esa recuperación está aún demasiado verde. La mejor noticia del verano para el Gobierno fue la estabilidad cambiaria. El principal objetivo de Martín Guzmán era justamente evitar un nuevo desborde cambiario y hasta ahora lo logró.
Aquel fogonazo
Pero la gran suba del dólar financiero a $ 190 a fines de octubre pasado todavía sigue pasando factura. Es imposible no ver en aquel “fogonazo” los efectos sobre el aumento de la inflación de los últimos meses. La decisión de disminuir el ritmo de devaluación del tipo de cambio oficial tendrá efecto sobre los precios, pero no será inmediato ni mucho menos. Con un índice que se moverá en los próximos meses entre 3% y 4%, será difícil conseguir una mejora real de los salarios, clave para que el rebote económico se sienta en “la calle”.
Los cálculos optimistas sugieren que recién después de mitad de año, y con viento a favor, la inflación podría bajar a niveles más cercanos al 2 ó 2,5%. Pero será totalmente insuficiente para conseguir el objetivo de Guzmán. Casi ninguna consultora local sitúa la inflación debajo del 40% para este 2021.
Tres canillas de dólares
La gran esperanza oficial pasa ahora por la “lluvia de dólares” que ingresará a partir de marzo. Existen tres ventanillas principales que facilitarán el ingreso de las divisas:
– Impuesto a la riqueza: estratégicamente se dispuso que el vencimiento para su pago es a fin de marzo. Esto obligará a los contribuyentes que tengan que pagarlo a cambiar dólares para hacerse de los pesos y cumplir con esa obligación. Cálculos conservadores estiman que la cifra no bajaría de los USD 1.000 millones. La caída del tipo de cambio financiero en los últimos días (el dólar Bolsa cayó a $ 140) respondería al menos en parte a este fenómeno. La recaudación adicional reduciría las necesidades de financiamiento del Tesoro, es decir que no habría emisión monetaria y eso también ayuda a descomprimir la cotización.
– Súper soja: el principal producto de exportación argentino se mantiene por encima de los USD 500 y las últimas lluvias también mejoraron las perspectivas de la cosecha. Por lo tanto, la Argentina recibirá entre USD 8.000 y USD 10.000 millones adicionales en relación a una cosecha “normal”. Esto permitirá que el Banco Central compre dólares en el mercado oficial y recupere reservas. Pero lo que en una situación normal sería una oportunidad extraordinaria podría no serlo en el caso argentino. El economista jefe de FIEL, Daniel Artana, lo expuso con crudeza: “Los inversores piensan que el Gobierno se va a terminar rifando los dólares de la cosecha, sobre todo faltando tan poco para las elecciones”.
– Aporte del FMI: Los países con mayor cuota dentro del organismo definirían una capitalización, a través de la creación de Derechos Especiales de Giro (DEG). Según estimaciones de Quantum Finanzas, esto representaría alrededor de USD 3.300 millones para la Argentina que literalmente “caerían del cielo”. Con esos recursos podría pagarse el saldo de la deuda con el Club de París en mayo por unos USD 2.500 millones o afrontar parte de los vencimientos con el FMI de este año, que suman unos USD 4.800 millones. Al menos se evitaría un impacto fuerte en el nivel de reservas.
También la “estadística” jugará a favor del Gobierno en los próximos meses, lo que ayudará para vender la idea de una reactivación vigorosa de la actividad. La comparación del segundo trimestre contra el mismo período del año pasado arrojará cifras espectaculares, con un rebote que podría superar el 15%. Claro que el período que va de abril a junio de 2020 fue el peor de la historia económica argentina, incluso superando el derrumbe post-Convertibilidad del 2002.
Pero más allá de estos juegos estadísticos, la economía argentina arrastra problemas muy profundos que Alberto Fernández decidió no encarar o incluso profundizar. Sin inversión genuina ni generación de empleo es casi imposible recuperar crecimiento genuino. El escándalo de las vacunas no hizo más que situar nuevamente en el centro de la escena la debilidad de la clase política, la corrupción y el despilfarro. Una mochila demasiado grande para una economía desgastada y que una vez más dependerá de la soja para no seguir derrapando.