Según un estudio de la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) en las últimas décadas el agro se fue diversificando: la mayor parte de las cadenas aún se dedican a proveer alimentos para humanos, pero también se producen insumos y biomateriales, biocombustibles e incluso servicios ecosistémicos
El campo atravesó en los últimos 20 a 30 años un fuerte proceso de cambio, como así también lo hicieron el grueso de las actividades productivas a nivel local y mundial. En el imaginario argentino, el sector o, mejor dicho, la ruralidad, fue vista no solo como proveedora de alimentos saludables, sino también identificada con la tranquilidad, cierta quietud. Pero de la mano del desarrollo y adopción de nuevas tecnologías, la innovación genética, la tecnificación, y sobre todo, el crecimiento y un progreso en el conocimiento de los productores, el agro se forjó otra realidad.
Hoy el campo debe ser entendido como una industria a cielo abierto, la tan mentada agroindustria. Si bien su función predominante sigue siendo la producción de manera directa e indirecta de alimentos para consumo humano, también se especializó en insumos y materiales, bioenergías y hasta un conjunto de servicios ecosistémicos. Es por esto que esa diversificación lleva a la siguiente pregunta: ¿qué y cómo produce el campo?.
En un trabajo de investigación realizado para la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) por el docente de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, Roberto Bisang, y el investigador del Instituto Interdisciplinario de Economía Política de la misma casa de estudio, Santiago Vernazza, se afirma que “hasta los años 80, las producciones agropecuarias fueron sinónimo de alimentos, y éstos de comidas hechas en el hogar; el productor anclado junto con su familia a la vida rural era el proveedor de trigo, maíz, carnes, frutas y hortalizas; en el medio estaba la industria alimenticia y el sistema comercial”.
Hoy la mirada es mucho más compleja, por el nivel de integración existente y la complementación entre diferentes eslabones. “El foco analítico pasó a ser la cadena agroindustrial, que desde el insumo al producto final en góndola”, dicen Bisang y Vernazza. Según este enfoque, en Argentina existen 31 cadenas productivas que “cubren el grueso de la actividad agroindustrial” y explicaron en 2020 el 14% del PBI nacional, ocupando casi 2,2 millones de personas.
Valor Agregado
Más allá de todos los cambios y desarrollos en el sector, el campo sigue siendo preponderantemente productor de alimentos: el 89% de las cadenas se dedica a esa actividad. La investigación que dos tercios del valor agregado destinado a alimentos proviene del reino vegetal. El complejo sojero se lleva un tercio del valor agregado de toda la agroindustria y si suman el maíz, el trigo, la cebada y el girasol se llega el 55 por ciento.
“Se trata de actividades anuales, de expansión reciente a nuevas localizaciones, intensivas en el uso de insumos industriales, tecnológicamente muy dinámicas y con una fuerte inserción externa. El complejo sojero tiene una doble característica: su preponderancia exportadora y su ausencia directa –casi total- de la canasta de los bienes consumidos internamente (ergo con bajo impacto en los índices de precios)”, puntualizaron Bisang y Vernazza.
Por su parte, las economías regionales aportan un 20% del valor agregado de las cadenas agrícolas, mientras que la actividad pecuaria es la responsable de aportar 30% valor agregado total de todas las cadenas agroindustriales, con la ganadería bovina siendo la más importante en cuanto al aporte que hace, seguido por la aviar y porcina.
Cambio y diversificación
Como se dijo anteriormente, el campo argentino no solamente creció, se tecnificó e integró entre sus eslabones, sino que también, se diversificó de la mano de los desarrollos tecnológicos y de las nuevas demandas. Si bien la producción de alimentos concentra el 89% de las cadenas productivas agroindustriales, el restante 11% se dedican a los biomateriales y bioenergías.
Por el lado de los biomateriales, que concentra poco más del 10% del valor agregado del campo, la actividad se centra en “generar insumos para diversas manufacturaciones posteriores”. Por ejemplo, “el caso más relevante es la biomasa forestal derivada hacia la producción de pasta de papel y sus diversas estribaciones industriales y/o la producción de madera y sus múltiples derivados”.
En cuanto a la bioenergía, que si bien tiene un peso del 1% del valor agregado de todas las cadenas, existió una fuerte promoción en Argentina, con biocombustibles hechos a base de aceite de soja (biodiésel) y caña de azúcar o maíz (etanol). “Se conformó un nuevo sector basado en un centenar de empresas con impactos económicos significativos: factura anualmente entre USD 2.100 millones, a la vez que genera un valor agregado anual estimado en alrededor de USD 400 millones”.
En menor medida y “menos visible debido a su escasa valorización comercial” se encuentran los servicios ecosistémicos los cuales generan una “serie de bienes intengibles” como la captura de carbono o, incluso, “el uso del paisaje como recreación”, que dicho en otras palabras, sería el turismo rural.
En conclusión, la investigación plantea que “el campo va ampliando su rango de actividades hacia los insumos industriales, bioenergías y algunos servicios de base ecosistémica” y sostuvo: “Todo ello va configurando un campo ampliado más allá de los alimentos y más acá de la agroindustria, delineando una forma de producción -más cercana a una industria a cielo abierto que a una actividad primaria tradicional”.