La situación cambiaria llegó a una situación extrema y el último paquete de medidas no tuvo buena recepción en los mercados ni en las empresas. Sin reservas líquidas y con una brecha cambiaria de casi el 100% el rango de opciones se achicó dramáticamente
El espíritu de aquella recordada frase “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo” volvió a hacerse presente 31 años después. Esa expresión del entonces ministro de Economía Juan Carlos Pugliese en 1989, en plena hiperinflación, se ajusta a lo ocurrido en las últimas horas. Ahora es el ministro de Economía, Martín Guzmán, el que buscó seducir a cerealeras y otros sectores para que apuren la liquidación de divisas, a través de una baja temporal de retenciones. Pero la respuesta quedó lejos de ser la deseada.
La cámara que agrupa a las grandes aceiteras, CIARA, emitió un lacónico comunicado pocas horas después de los anuncios del ministro. En primer lugar consideraron “insuficientes” las medidas y además se ocuparon en aclarar que “la reducción de las retenciones anunciadas por el gobierno no beneficia a las existencias actuales de soja en plantas y terminales portuarias, que representa mercadería ya comprada con precio hecho o a fijar”. Las ventas al exterior del grano de soja pasarán de 33% a 30%, mientras que para los aceites la reducción irá al 27%.
La resolución más importante de todas las que se anunciaron el jueves por la tarde un efecto mínimo o quizás nulo en el ritmo de liquidación de divisas por parte de los exportadores. El motivo es que con una brecha cambiaria que supera el 90% pero sobre todo del elevado nivel de incertidumbre, los exportadores prefieren quedarse con la mercadería y liquidar lo mínimo indispensable para hacer frente a las necesidades del negocio.
Si se apura el ingreso de dólares al tipo de cambio oficial no hay un destino seguro para esos pesos y el peligro es quedar expuesto a una fuerte descapitalización hasta que llegue el momento de la próxima cosecha. El Tesoro ofrecerá un bono ajustado al dólar para darle destino a esos pesos que vayan ingresando, pero no está claro que se trate de un producto atractivo en medio de la actual inestabilidad.
Las medidas anunciadas el jueves no tuvieron en general buena recepción ni entre los inversores ni entre las distintas cámaras empresarias. Pero no hubo críticas por el rumbo elegido, sino por tratarse de pasos demasiado tímidos cuando los desequilibrios financieros y cambiarios tienen grandes proporciones. Se trata de una característica ya a esta altura muy clara del equipo económico: correr siempre detrás de los acontecimientos.
La situación llegó a un punto muy crítico, con un Banco Central que prácticamente se quedó sin reservas líquidas, es decir que su capacidad de intervención en el mercado cambiario se achicó dramáticamente. Salvo que esté dispuesto a vender el oro (unos USD 4.000 millones) para seguir “quemando” reservas un par de meses más, algo que no parece que vaya a ocurrir.
El problema es monetario y fiscal, pero la raíz es mucho más profunda. En realidad, todo parte de la desconfianza de los inversores en el rumbo de la política económica, la injerencia de Cristina Kirchner en las decisiones del Gobierno y la ideología detrás de cada decisión. Incluso la desconfianza aumenta cuando se define una reducción de impuestos (como pasó ahora con las retenciones) porque es percibido como una medida desesperada y tomada sin verdadera convicción.
Alberto Fernández reitera una y otra vez que no está dispuesto a convalidar una devaluación. Pero los mercados dicen otra cosa, teniendo en cuenta que tanto el dólar “contado con liquidación” como el informal se acercan a los $150. Es el tipo de cambio hoy vigente para atesoramiento, mientras que para los que gastan con tarjeta por compras en el exterior ya se acerca a los $135.
Claro que para evitar que el tipo de cambio oficial no pegue grandes saltos (recién esta semana superó los $80 en la cotización minorista), el BCRA decidió usar las reservas que le quedaban. El “dólar ahorro” insumió varios miles de millones de dólares, además los importadores demandan todo lo que pueden y rápido. No se sabe por cuánto tiempo podrán seguir accediendo a un tipo de cambio que vale la mitad del que se opera en la calle.
El desequilibrio financiero tiene dos aristas: el BCRA se quedó son reservas para usar y la emisión de pesos ha sido gigantesca para atender las necesidades de la pandemia. Pero habrá mucha más expansión de dinero a fin de año y el Presupuesto 2021 ya prevé que buena parte del déficit fiscal también será cubierto de la misma manera.
Este escenario pone al Gobierno entre la espada y la pared. Primero se vieron obligados a restringir la venta de “dólar ahorro”, pese a las promesas de que no lo haría. Y ahora habrá que enfrentar nuevas decisiones duras, salvo que se produzca un cambio casi milagroso en las expectativas de la gente y de las empresas.
Las opciones que hay por delante son desagradables, tendrán un alto costo para la sociedad y seguramente también en la aceptación del Gobierno. Básicamente podrían resumirse en estas dos:
– Avanzar hacia un sinceramiento del tipo de cambio: los esfuerzos por mantener una devaluación en línea con la inflación costaron una verdadera fortuna. Como ya se dijo, el BCRA prácticamente todas las reservas que tenía para intervenir y además ya tiene un stock de USD 6.000 millones vendidos en futuros para satisfacer la demanda. El titular del Central, Miguel Pesce, sostiene que el tipo de cambio es competitivo. Pero aún si tuviese razón es claro que no es el dólar de equilibrio. Un escenario hasta deseable sería inducir una devaluación “a lo Fábrega”. El ex titular del Central, Juan Carlos Fábrega, decidió en enero de 2014 elevar el dólar de $6,50 a $8 y subir la tasa de interés para tentar a los ahorristas. Tuvo un buen resultado, consiguió bajar la brecha cambiaria y llevó cierta tranquilidad a la economía en los meses subsiguientes. Pero aún en pleno cepo, había incluso un clima mejor que el actual para avanzar con una devaluación controlada. El peligro de estas movidas es que el mercado exija incrementos adicionales.
– Ir hacia un cierre total de la economía: si la decisión es que el tipo de cambio no se toca, es decir que seguirá aumentando a un ritmó de 2,5% a 3% mensual, entonces ya no habrá más dólares oficiales para abastecer el mercado. La forma de sostener este esquema pese a los signos de agotamiento es imponer muchas más trabas para las importaciones. No sólo ya será imposible encontrar un producto importado en góndolas de supermercados, también empezarían a faltar electrónicos importadores e incluso muchos productos nacionales que tienen componente importado, desde teléfonos celulares, hasta motos, autos o electrodomésticos línea blanca. Es posible que aumente el desabastecimiento justamente por los problemas para importar. El Central ya mostró un primer paso en esa dirección en junio, cuando impuso fuertes trabas para que las empresas puedan acceder al dólar oficial. Luego tuvo que flexibilizar ante las fuertes quejas del sector industrial. Pero ahora la situación es mucho más delicada que hace tres meses.
La opción podría ser un “volantazo” de parte del Presidente, que incluya un cambio en la orientación de las medidas económicas, incluyendo el recambio de varios ministros. Debería ser un giro perceptible, que apoyen tanto los gobernadores como las principales cámaras empresarias, que hasta ahora le vienen dando la espalda a prácticamente todas las decisiones del Gobierno.
En las últimas décadas hubo varios casos que muestran la posibilidad de un giro en medio de la gestión. El caso más emblemático quizás sea el de Eduardo Duhalde, cuando se volcó por Roberto Lavagna y logró empezar a salir de la crisis post-Convertibilidad. Pero también Carlos Menem pudo dejar atrás la hiperinflación a partir de la llegada de Domingo Cavallo y la convertibilidad. Un poco más atrás en el tiempo fue Raúl Alfonsín quien logró darle un giro a la economía que había arrancado muy mal con Bernardo Grinspun al designar a Juan Sourrouille.
¿Habrá llegado el momento de plantear un recambio del equipo económico? Es probable que sí, pero enseguida surge otro cuestionamiento: ¿será suficiente con un cambio de nombres? La respuesta parece ser negativa. Hará falta un giro mucho más profundo para empezar a dejar atrás la crisis económica de proporciones por partida doble: lo que dejó la pandemia pero especialmente los grandes desequilibrios macroeconómicos y la orientación del Gobierno.