Durante varios años las proyecciones inflacionarias gubernamentales pecaron de «oficialitis», mientras que las consultoras privadas estuvieron más cerca del número final. Sin embargo, lo ocurrido en 2020 trastocó seriamente esa realidad dado que las estimaciones privadas quedaron masivamente en «off side» debido a que la inflación terminó siendo en 2020 muy inferior a la de 2019. Qué factores mirar para el 2021.
Uno de los puntos económicos en los que hay más disidencias y conflictividad entre los economistas del Gobierno y de quienes pronostican el futuro desde el sector privado es el que atañe a la proyección de la tasa de inflación para 2021. Desde el Gobierno la estiman ligeramente por debajo del 30%, mientras que las estimaciones del sector privado están en el 50%. Como se ve, la diferencia es muy amplia. Durante varios años las proyecciones inflacionarias gubernamentales pecaron de “oficialitis”, mientras que las consultoras privadas estuvieron más cerca del número final. Sin embargo, lo ocurrido en 2020 trastocó seriamente esa realidad dado que las estimaciones privadas quedaron masivamente en “off side” debido a que la inflación terminó siendo en 2020 muy inferior a la de 2019, cosa que casi nadie en el sector privado se hubiera animado a profetizar. Si se recuerda bien, vendrán a la memoria escenas donde un nutrido grupo de economistas hablaba acerca de grandes chances de hiperinflación para 2020. Y aunque ahora, un año más tarde, nadie en su sano juicio habla de hiperinflación para 2021, las diferencias son lo suficientemente sustanciales como para que muchos empresarios y banqueros se desconcierten y no sepan ya en quién o en qué creer.
Antes que nada es necesario tener en cuenta que las tasas de inflación que se suelen incluir en la ley presupuestaria no suelen ser metas a cumplir sino hipótesis de trabajo con las cuales se calculan tanto ingresos como erogaciones estatales. Por lo tanto, más allá del comprensible argumento gubernamental de proyectar para el futuro la menor inflación posible, también está presente un factor presupuestario en dicha proyección: si después la tasa de inflación termina siendo superior a la pautada eso terminará provocando un efecto superavitario en las cuentas de gastos y recursos estatales. ¿Por qué? Porque por efecto de una mayor inflación la recaudación tributaria terminará creciendo más de lo calculado en el Presupuesto mientras que las erogaciones estatales terminarán creciendo mucho menos dado que no es sencillo aumentar las partidas presupuestarias una vez cerrada la discusión legislativa y aprobado el Presupuesto.
Ahora bien, más allá de eso cabe la pregunta: ¿puede la inflación de 2021 ser del orden del 29% pronosticado por el Gobierno? Es difícil responder de manera contundente a esta pregunta. Sin embargo es posible enumerar una serie de factores que juegan a favor de esa posibilidad y otros que juegan en contra de la misma. A favor de la posibilidad de que la tasa de inflación sea en 2021 menor a la de 2020 está el hecho de que no se está presupuestando un alto déficit operativo del Estado y el hecho de que no haya a la vista factores fiscales de peso que puedan colisionar con este deseo del Gobierno. Tampoco las jubilaciones parecen ser en 2021 una fuente de déficit adicional al previsto, ni hay un alto nivel de conflictividad con los trabajadores estatales que pueda hacer presumir demandas salariales desmesuradas por parte de este sector. Tampoco hay desde el punto de vista monetario altos componentes de mayores costos totales que puedan provenir del costo financiero de tener que pagar los devengamientos de un préstamo para poder producir.
Sin embargo, el hecho de que sea factible reducir la tasa inflacionaria en 5 o 6 puntos con respecto a 2020 no significa que esto sea conseguible fácilmente. Varias son las causas: en primer lugar se espera que tras el recesivo 2020, este año haya un buen nivel de crecimiento. Cuando una economía crece siempre hay movimientos en el set de precios relativos. Y esos cambios en las relaciones entre diferentes precios siempre suelen manifestarse merced a subas en el costo de algunos bienes o servicios. Vale decir que por el lado del punto del ciclo económico en el que se está va a ser sumamente complicado poder bajar de los niveles de inflación del año pasado. En segundo lugar, si no volvemos a una “cuarentena dura”, o si lo hacemos solo por un período reducido de tiempo no se repetirá en 2021 el efecto deflacionario que hubo en 2020 producto de que muchas industrias y comercios debieron malvender por debajo de los costos de reposición parte de sus stocks con el fin de pagar las diversas facturas que hubo que sufragar a raíz de la pandemia. Recordemos que los más bajos índices mensuales de precios del año que transcurrió se lograron en los meses iniciales de la cuarentena por el apuro en reducir stocks a cualquier precio.
En tercer término, 2020 fue especialmente tranquilo en términos de conflictividad gremial. En ningún caso eventuales reclamos sindicales para lograr mejores salarios ocuparon las primeras planas de los diarios por la sencilla razón de que había muchísima más preocupación en mantener el empleo que en cobrar un mejor salario. Este factor difícilmente se repita en 2021, ya fuera de la fase dura de la cuarentena. Por lo contrario, aparecen varios gremios que -sin llegar a ser muy conflictivos- pueden resultar díscolos para reanudar una etapa de trabajo normal sin una recomposición salarial. En cuarto lugar, porque a diferencia de los precios relativos de fines de 2019, a fines de 2020 hay un variable retraso en los precios regulados por el Gobierno. Estos precios pueden atrasarse hasta cierto punto y hasta determinado tiempo, tras lo cual no cabe más remedio que dejar algún grado de recomposición. Vale decir que si subían por debajo de la inflación, llega un momento en el que deben aumentar por encima de ella.
Finalmente, en quinto lugar 2021 comienza con una inercia inflacionaria mayor de la cual comenzó 2020. No se trata solo del IPC del 4% de diciembre, sino sobre todo del hecho de que la “inflación núcleo” medida por el INDEC fue en diciembre del 4,9%. Vale decir que la rueda inflacionaria está girando al 5% mensual mientras que se pretende que la economía funcione, creciendo mucho más, a apenas un poco más del 2% mensual. Este quinto punto es especialmente complicado de subsanar. Ocurre que no hay ni muchos ni buenos antecedentes de reducir fuertemente la inercia inflacionaria en la Argentina si no se aplica un plan de shock. En nuestro país la expresión “plan de shock” se transformó en mala palabra aun cuando un plan de shock bien diagramado puede resultar muy reactivante. Así dadas las cosas, resulta muy difícil pensar que en 2021 podamos tener una inflación menor a la de 2020. Es cierto que ello no implica necesariamente -ni de lejos- que se tenga que llegar a un guarismo inflacionario del 50% para todo el año. Puede ser mucho menor si las cosas se hacen bien. O mucho mayor si las cosas se hacen muy mal.
En este punto del año es imposible predecir a ciencia cierta cuál será la tasa de inflación anual. Aunque parezca mentira eso no es lo más importante en materia inflacionaria. Lo más importante -desde el punto de vista inflacionario- es que lamentablemente llegamos al punto en el que tanto las autoridades como una muy apreciable proporción de la población se conforman con que el país logre una tasa inflacionaria impropia de un país serio, inencontrable en un país normal y más bien propia de naciones sin desarrollo económico. ¿Por qué hemos llegado a este punto? Quizás la culpa sea de lo mal que concluyeron los planes económicos en el país. Sin embargo cabe meditar en una cuestión central: si bien el país no logró ninguna estabilidad de largo plazo merced a los diversos planes económicos que tuvo, tampoco mostró nunca, en su larga historia de inflación, una tendencia a reducir la misma desde tasas de más del 30% anual de forma estable cinco o seis puntos anuales hasta llegar a una baja inflación compatible con la hoy vigente en el mundo. Y puede decirse, sin temor al error, que es mucho más sencillo y fácil bajar la inflación de un plumazo y mantenerla baja al tiempo que se reactiva la economía que ir bajando la inflación del 36% anual, seis puntos por año hasta llegar al 5% anual de inflación. Si para lo primero es necesario dar con un excelente grupo de economistas, para lo segundo, directamente, es necesario recurrir a un “dream team” de magos.
Fuente: https://www.ambito.com/economia/inflacion/el-gran-dilema-la-2021-n5163551