Para un país que se endeudará a escala en los próximos años, el impuesto a la renta financiera resultaría sumamente inoportuno. Primero y por sobre todo, la renta financiera ya está gravada para personas jurídicas, son las personas físicas las que “todavía” no tributan. Gravar potencialmente la renta que generan instrumentos de renta fija argentina no parecería ser la mejor de las medidas en un contexto en donde nuestro abultado déficit fiscal nos obligará a recurrir a financiamiento externo por muchos años; para un gobierno que tanto énfasis le da al rol de las expectativas, esta medida iría en sentido opuesto. Por otra parte, luego del formidable resultado del blanqueo impositivo del año pasado, mucho ahorrista pequeño se volcó al mercado local argentino generando un sustancial incremento de demanda en los limitados productos que se ofrecen actualmente. Por lo tanto, gravar con un impuesto al retorno del pequeño ahorrista atentaría contra el incipiente proceso de crecimiento que estamos observando durante todo el 2017. Mucho político miente y otros ni si quiera tienen la capacidad intelectual de comprender que la renta que genera el ahorro es el premio a una persona que transfiere el fruto de su trabajo a un emprendedor que con dichos fondos pretende invertir y generar con ello nuevo empleo. Llamar especulación a este proceso es no comprender el funcionamiento de una economía normal. Ahorrar significa no consumir, por lo tanto, la renta del ahorro simplemente implica que un individuo decide postergar su consumo presente a cambio de un precio, la tasa de interés, y que dicha postergación culmina convirtiéndose en inversión de otros, que, a su vez, generan empleo a muchos más. Lamentablemente, en Argentina siempre nos esforzamos por reinventar la rueda y un impuesto de estas características probablemente culmine reduciendo el nivel de ahorro privado, aumentando el nivel de consumo presente, encareciendo la tasa de fondeo de inversiones locales, dañando el proceso de inversión y complicando, por lo tanto, la generación de nuevas fuentes de trabajo en especial, al sector Pyme, el cual no tiene la capacidad de fondearse con ahorro externo. No consumir y por lo tanto ahorrar, en países normales tiene un premio, gravar a ese premio resultaría en un severo error de concepto con una lectura complicada a futuro: ¿si ahora me hacés esto, por dónde vendrás mañana?
En Argentina, un pequeño rebaño de ovejas mantiene al resto. En nuestro pintoresco país habita un pequeño y minoritario rebaño de ovejas obedientes, aquéllas que hoy mismo en lugar de hacer piquetes, marchas y toma de escuelas, irán a trabajar pacíficamente, donando la mitad de su día laboral al arrogante Estado argentino, ese al que el 50% de carga tributaria ya le parece poco y al decir 50% créanme, soy muy benévolo. De las 8 horas diarias de una jornada laboral, 4 ya nos son confiscadas tributariamente por el Estado. De los 250 días laborables, 125 ya los donamos a la AFIP, o sea, hasta junio de cada año las ovejas de la Argentina no trabajamos para nosotros mismos, sino para mantener a la infinita secuencia de personajes que maman del estado argentino. Nuestro estado ha crecido tanto que hasta subsidiamos piquetes en un claro atropello al ciudadano honesto pagador de impuestos y paradójicamente, son esos mismos piquetes los que durante la semana nos impiden trabajar eficientemente y producir lo necesario para subsidiarlos y permitir, por lo tanto, que nos sigan cortando calles. El tamaño del Estado argentino es tan estrepitoso que los pocos que trabajan en el sector privado y mantienen a toda la estructura pública se convirtieron en una pequeña minoría a la que se esquilma con una carga tributaria insoportable y parecería ahora, interminable y en ascenso. Padecemos de un fisco patológicamente voraz, uno que necesita comer permanentemente de nosotros con más impuestos sin hacer el menor esfuerzo para reducir la otra cara de la ecuación, el gasto, esta última dimensión es probablemente el capítulo más débil en los casi dos años de historia del oficialismo. En los años K, ante una evidente realidad de violencia y atropello, recuerdo que nos contaban que los argentinos padecíamos de “sensación de inseguridad”, y a la luz del potencial impuesto a la renta financiera que preocupadamente vengo escuchando, me pregunto si en materia de impuestos el equivocado no seré yo y si entonces, la presión fiscal que percibo sea sólo una construcción de mi crispida imaginación que refleje la “sensación de presión tributaria” de este sufrido rebaño de ovejas esquiladas al cual pertenezco. Patéticamente, todos los gobiernos argentinos parecerían coincidir en algo: muy poca vocación para el achique del gasto y una infinita imaginación a la hora de esquilmar al pequeño sector privado a fuerza de más impuestos.
Tributando dos veces: el ahorro es lo que sobrevive al voraz cobro de impuestos. Las naciones normales para crecer implementan la siguiente secuencia: ahorran primero, invierten después, producen más tarde y finalmente, consumen. En Argentina hace 70 años que revertimos el proceso y así nos va: un shock de gasto público se transforma en consumo efímero y a través de él, se rebota a la economía con mucho esteroide y con dicho salto al cual bautizamos como crecimiento, pretendemos seducir al mundo para que venga e invierta utilizando ahorros del exterior. Nuestra historia pretende comenzar en consumo y culminar en ahorro, en otro intento más y muy argentino, de desafiar la ley de gravedad. A esto deberíamos también sumarle que a lo largo de todas estas décadas el pequeño ahorrista argentino fue en general vapuleado por las severas crisis macroeconómicas que debimos transitar desde la híper del 89 hasta el default del 2001; la conclusión es muy sencilla, Argentina nunca trató bien al pequeño ahorrista y, por lo tanto, no debería sorprender a nadie la crónica falta de inversión que nos caracterizó a lo largo de estos años: sin ahorro, la inversión no puede financiarse localmente, es así de simple. En este contexto, supongamos que hiciste 100 pesos brutos en el mes, de los cuales sólo sobreviven $ 50 de la voracidad fiscal Argentina. Supongamos que estos $ 50 los ponés en una Lebac al 27% anual generando $ 13.50 extras. Con impuesto a la renta financiera estos pesos podrían tributar 35% de impuesto resultando en una carga adicional de $ 4.73. Por lo tanto, tus $ 100 originales terminarían tributando 55% y no 50% como comenzó este artículo. Gravar al ahorro, por lo tanto, es como imponer dos veces un mismo impuesto. Sin embargo, la gran mayoría de argentinos incluido los políticos, no comprende la virtuosa relación entre el ahorro, la inversión y el empleo. Las Pymes de este país en general no tienen acceso al mercado internacional y por lo tanto deben recurrir al mercado local para financiarse. Pero para que este mercado local pueda financiarles se hace necesario primero que los argentinos ahorren. Si este ahorro existe, el mercado de capitales se encarga de hacerle llegar estos fondos a la Pyme que lo necesite y de esta forma, el ahorro privado culmina convirtiéndose finalmente en sublime inversión que, a su vez y entre otras externalidades positivas, genera más puestos de trabajo.
Gravar al ahorro encarece el costo de financiamiento Pyme. Si bien todavía no está confirmado, me preocupa que el oficialismo que en “teoría” representa al cambio esté pensando en implementar una medida claramente peronista y, por lo tanto, sumamente ineficiente a nivel económico, espero de veras que el impuesto a la renta financiera sea sólo fruto de mi imaginación. Si suponemos por un instante que efectivamente “la mesa chica de Cambiemos” está pensando en semejante medida, se me ocurren dos motivaciones. Primero, si mal no recuerdo, “el impuesto a la renta financiera” fue un caballito de batalla del frente renovador, esa versión del peronismo que intenta convencernos de que en realidad es otra cosa. En este contexto, y de caras a las elecciones de octubre, ¿está el oficialismo intentando sacarle “esta brillante idea” al frente renovador copándole la parada y restándole votos? Para un gobierno tan eficiente en la generación de populismo blando, y para una ciudadanía sumamente confundida en materia económica, “gravar a la especulación” sin explicar que en realidad estás “gravando al ahorro” y con ello “encareciendo el costo de financiamiento Pyme” y con ello, “reduciendo la capacidad de generación de empleo”, podría sumar votos populistas. Segundo, que el gobierno incurra en un severo error de concepto, subestimando los efectos negativos del impuesto. Gravar la renta financiera puede generar no una, sino dos señales perversas. La primera sería el efecto directo de imponer un nuevo impuesto esta vez, al ahorro, incrementando vía traslación del tributo el costo financiero a nivel local; si me gravas de más, mi tasa de equilibrio será más alta, resultando en una mayor tasa de interés que capturará una parte del salto impositivo, encareciendo el financiamiento Pyme. Pero aquí no se termina la historia, me preocupa “la señal detrás de la señal”. Con una medida así y dada, la nefasta historia que tenemos los argentinos en materia de cambios de normas y debilidad institucional, el mercado local e internacional probablemente se quede preguntando: ¿y después que más nos van a hacer? Este impuesto es peronista y por lo tanto, va en sentido contrario al cambio.
Germán Fermo participará en Expo Inversiones Rosario 2017 los días 25 y 26 de Octubre en el City Center de Rosario.