El dólar anotó dos semanas consecutivas de caída y hay sectores que muestran una recuperación más marcada en los últimos dos meses. El nuevo acuerdo con el FMI debería marcar el rumbo para la nueva fase del Gobierno
Larry Fink se ocupó de dar un baño de realidad, en medio de una semana que dio un importante respiro al equipo económico, con nuevas bajas del dólar, mejoras en bonos y datos positivos de repunte de la actividad. El número uno de BlackRock, el mayor fondo de inversiones del mundo, efectuó una durísima declaración pública. Dijo que “hay países más seguros” para invertir que la Argentina y que al sector privado “le va a tomar tiempo” volver a confiar en el país.
Se trata del financista más influyente del mundo. Lo curioso es que BlackRock fue uno de los principales impulsores del acuerdo de deuda que los bonistas sellaron en agosto. Pero desde entonces acumula una caída superior al 25%, que se suma a la quita del 45% que los fondos aceptaron cuando ingresaron en la reestructuración.
Esta postura revela lo complejo que resultará para el Gobierno recuperar la confianza de los inversores, si es que realmente quiere hacerlo. No se trata sólo de bajar el riesgo país y acercar el país a los mercados financieros. Esa recuperación tan ansiada de la confianza repercute en primer lugar en el valor del dólar y luego también en los planes de las empresas y del público. Todo el mundo se cansó de la Argentina y el esfuerzo para recuperar el atractivo del país para las inversiones deberá ser enorme.
Martín Guzmán consiguió ganar tiempo cuando el dólar amenazaba con desbocarse. Es cierto que una parte se logró a partir de fuertes controles para operar en el mercado bursátil y que la Anses ayudó vendiendo bonos. Pero la caída del dólar informal de $195 a $157 en dos semanas también dejó en claro que la fuerte suba anterior tuvo más condimentos especulativos que otra cosa.
El ministro de Economía se ocupó durante toda la semana de llevar mensajes tranquilizadores para los mercados. Antes del arranque de la semana financiera anunció que no el Tesoro no pedirá más adelantos transitorios al BCRA en lo que resta del año. Claro que igual el BCRA giraría $400.000 millones en concepto de utilidades. Pero más allá de este “detalle”, el mensaje fue decodificado de la siguiente manera: el Gobierno ahora reconoce que le preocupa los niveles de emisión monetaria.
En la negociación que arranca esta semana con el FMI para llegar a un nuevo acuerdo el horizonte fiscal estará en el centro de la escena. Pero Guzmán ya dejó trascender que está dispuesto a negociar el rojo de 4,5% del PBI que figura en el proyecto de Presupuesto 2021 que en los próximos días será tratado en el Senado. Además, también estaría la intención de avanzar con metas “plurianuales” que marquen el ritmo para llegar al equilibrio fiscal.
Lo que no está claro aún es qué apoyo político recibirán estas ideas que aparecieron sobre la mesa en el medio de la crisis financiera y cambiaria. Por lo pronto, llegó el giro tan esperado por los inversores, aunque por ahora es prematuro considerarlo un “volantazo”.
Esta mayor tranquilidad cambiaria coincidió con la carta que hace dos semanas divulgó Cristina Kirchner. El mensaje saliente que destacaron la mayoría de los analistas políticos es que la vicepresidenta lo “liberó” públicamente a Alberto Fernández para que pueda llevar adelante “su” gobierno. Al no hacerse cargo de la crisis económica, Cristina dejó bien en claro que si hay un responsable por lo que está ocurriendo es el propio Presidente. Algunos creen que salió a “despegarse”. Pero al mismo tiempo le dio un margen de maniobra a Alberto Fernández que hasta ahora no tenía.
Guzmán da la sensación de haber aprendido de la lección. Pensó que la renegociación de la deuda alcanzaría para mejorar el clima financiero, estabilizar al dólar y dejar de perder reservas. No sucedió nada de eso. La falta de señales favorables y nuevas restricciones cambiarias generaron una nueva crisis, que hizo subir la brecha cambiaria a más del 100 por ciento.
Ahora, el ministro optó por no “dormirse en los laureles” en medio de la baja del dólar y se apuró en anunciar medidas con señales de austeridad. Las evidencias sobre los males económicos que aquejan a la Argentina son demasiado contundentes como para no prestarles atención. El dilema de la Argentina no es financiar el déficit fiscal como emisión monetaria o con colocación de deuda. Los últimos gobiernos ya probaron todas las opciones y no funcionó ninguno. El verdadero dilema es cuál es el camino para alcanzar el equilibrio fiscal en forma ordenada y sin generar un caos social.
El desafío que tiene Guzmán por delante es transformar el “veranito financiero” en una recuperación sostenida. Se trata de una verdadera oportunidad de oro, luego de haberse acercado a la cornisa tras la última disparada del dólar. No hay mucho margen para nuevos errores. El Banco Central sigue con reservas líquidas al límite y el peligro de una posible devaluación sigue latente.
Tanto la industria como la construcción mostraron en septiembre subas interanuales y distintos indicadores muestran que la economía siguió recuperando en octubre. Los últimos datos de recaudación muestran que está creciendo en términos reales, es decir por encima de la inflación.
No son pocos los que creen que la señal que falta es ver qué sucederá con el impuesto a la riqueza. Tal como se señaló en esta columna la semana pasada, Alberto Fernández y Martín Guzmán tienen más ganas de “cajonear” el proyecto que de impulsarlo. No sólo se trata de una señal “anti inversión”, sino que además marcaría una fuerte victoria para el “ala dura” del kirchnerismo. Pero a esta altura parece casi imposible que se trate antes de fin de año, lo que también ayudaría a remontar las expectativas de una reactivación de cara al 2021.