El ajuste monetario del Central va a contramano del gradualismo fiscal. No se cumplirá con la meta de inflación ni la de crecimiento en el 2017
La mayoría de los conflictos de pareja suelen ocurrir por cuestiones de «timing». Uno quiere casarse y el otro prefiere esperar, si tener los hijos ya o más adelante o cuál es el mejor momento para tomar vacaciones. Algo parecido sucede con el Banco Central y el equipo económico: los tiempos son diferentes, lo que lleva a inevitables choques. Mientras que Federico Sturzenegger está apurado por llevar adelante su plan, que consiste en bajar la inflación, el equipo económico se muestra mucho más perezoso a la hora de bajar el déficit fiscal.
Esta falta de coordinación que está presente desde el primer día del Gobierno de Mauricio Macri sigue complicando la salida de la recesión.
Las elevadas tasas de interés impedirán que el consumo despegue como se había pronosticado este año. Y eso vuelve casi imposible de cumplir la meta de 3,5% de crecimiento prevista para este año. El 17% de inflación como tope para este año ya pasó a la historia, salvo para el directorio del Central.
Los últimos números de inflación dejaron en claro que se trata de un problema que aún está lejos de resolverse. No sólo hubo aumentos de tarifas, sino que subieron todos los precios, incluyendo los alimentos (nada menos que 3% en marzo). La buena noticia es que el termómetro ahora funciona, a partir de la recuperación del INDEC. Contar con el diagnóstico adecuado es imprescindible para atender al paciente. Pero no significa curarlo.
Ahora llega la parte más compleja, que es dar con la medicina adecuada para curar la fiebre. El titular del BCRA eligió un sistema novedoso para la Argentina: metas de inflación, que tienen como único instrumento para alcanzar su objetivo el manejo de las tasas de interés. La razón por la cual se eligió este sistema la reitera una y otra vez Sturzenegger: es lo que funcionó en todo el mundo, incluyendo países de la región como Colombia, Perú, Chile y Brasil, que en todos los casos consiguieron bajar la inflación a un dígito en forma sostenida. «Si funcionó en esos países, ¿por qué no va a servir en la Argentina?», se pregunta en público el funcionario cada vez que tiene una oportunidad de defender su plan.
Dentro de esta lógica, la respuesta mecánica ante el repunte de la inflación no podía ser otra que subir las tasas. Así funciona en todos los países «normales». Claro que la economía argentina aún está lejos de esa «normalidad». Por lo pronto, la medicina elegida tiene efectos colaterales. No muy distinto a tomar un remedio para bajar la fiebre que genera una úlcera si la dosis es excesiva.
El aumento de las tasas de interés tiene como consecuencia también un efecto secundario no deseado: una exagerada apreciación cambiaria. Con rendimientos tan atractivos en moneda local se produce un fuerte ingreso de capitales del exterior que tiene como objetivo aprovechar la «bicicleta financiera». Le pasó a Brasil durante toda la década pasada. Por eso el tipo de cambio está planchado hace un año, a pesar de que la inflación acumulada en los últimos 12 meses todavía supera el 33%.
El ingreso de «capital golondrina» no tiene beneficios para la economía pero sí costos. Como el dólar está lejos de seguir a la inflación, la Argentina se encarece en dólares y agrava la crisis que ya hoy vive el sector comercial e industrial. A mediados del año pasado el ministro de Producción, Francisco «Pancho» Cabrera, ya había expresado su malestar por un atraso cambiario incipiente. Ahora prefiere no opinar del tema bajo el riesgo de terminar como sus ex colegas Alfonso Prat-Gay y Carlos Melconian.
Volviendo al esquema de «metas de inflación», la Argentina enfrenta dos problemas que dificultan su funcionamiento. Uno de ellos es el ajuste de tarifas luego de 15 años de congelamiento durante el gobierno kirchnerista. Los incrementos no sólo aumentan de manera directa el índice de precios al consumidor, sino también indirecta. Podría inferirse que los alimentos siguen aumentando porque los supermercados y autoservicios deben trasladarle a los clientes el costo de la luz y el gas, lo que recalienta aún más los precios.
Pero el obstáculo principal es, en realidad, la persistencia del déficit fiscal. Hasta ahora, de hecho, no hay señal alguna de moderación del gasto o de reducción del rojo, más allá del horizonte planteado en el inicio de su gestión por el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne. El funcionario decidió ir todavía más lento. La promesa de «déficit cero» ya no se cumplirá en el 2019, sino recién en el 2021 con viento a favor.
Mientras tanto hay que salir a tomar altos niveles de deuda y depender del Banco Central. El sector público (Nación y provincias) tiene 11.000 millones de dólares depositados en el sistema financiero local producto de sus últimas emisiones de bonos. Pero en los próximos meses esas divisas serán pasadas a pesos para pagar sueldos o hacer obras. Y quien tendrá que salir a comprar esos dólares es el propio BCRA, que inyectará una gran cantidad de pesos en la economía. Sin contar los 120.000 millones de pesos adicionales que comprometió para ayudar al Tesoro a lo largo del año.
Luego el propio Central se verá obligado a pasar la aspiradora. Los números son cada vez más inquietantes. Entre LEBAC y pases pasivos –que se utilizan para absorber los pesos excedentes- ya lleva colocados $ 900.000. A una tasa del 25%, le cuesta a la entidad nada menos que $ 225.000 millones anuales, o unos 15.000 millones de dólares.
Es que la dureza monetaria mezclada con un extremo gradualismo fiscal genera consecuencias extrañas. Si bien el BCRA mantiene altas tasas de interés, igual sigue en aumento la cantidad de dinero que circula en la economía. El crecimiento a un ritmo de 30% interanual parece incompatible con la necesidad de bajar la inflación al 17% este año. «Creemos que la gente quiere más dinero en el bolsillo porque la actividad se está reactivando», es la explicación que daban hace un par de meses. Una afirmación que hoy resulta difícil de sostener.
«Es sorprendente la cantidad de defensores que tiene la inflación en nuestro país», se quejó el propio titular del Central a través de su cuenta en Twitter el fin de semana. Así salió a contestar las críticas que le hicieron desde distintos sectores (industriales, opositores y dentro del propio Gobierno) por los últimos aumentos de las tasas y su impacto en la actividad económica.
Pero el Presidente Mauricio Macri y Sturzenegger están juntos a la hora de sostener la principal «idea fuerza» del plan económico: no hay nada más reactivante que bajar la inflación. La evidencia del mundo de los últimos 50 años le da la razón. Pero aún falta encontrar la medicación y la dosis adecuada para lograrlo.