Las instituciones fundamentales del capitalismo son: (i) propiedad privada, (ii) mercados libres, (iii) competencia, (iv) división del trabajo y (v) cooperación social. Si bien cada una de estas instituciones es relevante por sí mismas, algunas de ellas puedan y deberían ser tratadas de modo agrupado, tal como es el caso de la propiedad privada y los mercados libres.
La propiedad privada no se trata de una institución reciente ni arbitraria y sus raíces son tan antiguas como la historia misma. Cuando los derechos de propiedad de un hombre están protegidos, ello significa que puede conservar y gozar en paz de los frutos de su trabajo. Esta seguridad es el principal, si no el único, incentivo para el trabajo mismo. Si cualquiera pudiera apoderarse de lo que el agricultor ha sembrado y cultivado, éste carecería de incentivo para dedicarse a esas tareas. Así, toda producción descansa en el reconocimiento y respeto de los derechos de propiedad. Por ende, un sistema de libre empresa es imposible si no existe seguridad para la propiedad y la vida. Por lo tanto, la empresa libre es solamente posible dentro de un marco de derecho, orden y moralidad cuyo centro de la escena es ocupado por los derechos a la vida, la libertad y la propiedad.
Asociado a ello toma lugar la segunda institución: el mercado libre, lo cual significa libertad para que todos dispongan de su propiedad, la intercambien por otras propiedades o por dinero o la utilicen para seguir produciendo en aquellos términos, sean cuales fueren, que consideren aceptables. Esta libertad es, naturalmente, un corolario de la propiedad privada. La propiedad privada implica necesariamente el derecho al uso para el consumo o para continuar produciendo y el derecho a disponer libremente o a intercambiar lo producido. Por lo tanto, todo ello implica que la propiedad privada y los mercados libres son instituciones inseparables.
A su vez, esta imposibilidad de separar dichas instituciones, da por tierra la visión socialista en la que se pueden reproducir la eficiencia productiva del mercado libre poniendo en manos del Estado los medios de producción. De hecho, el enfoque socialista/comunista es fruto de un error teórico (la teoría valor trabajo). Si hay un agente del gobierno que vende algo que no le es propio, al tiempo que existe otro agente del mismo gobierno que compra con dinero que realmente no es suyo, a ninguno de los dos les importa cuál es el precio. Así, cuando en un país socialista/comunista, quienes dirigen las minas y las fábricas, las tiendas y las granjas colectivas, son simples burócratas que reciben un sueldo del gobierno y compran comestibles o materias primas de otros burócratas, los llamados precios de compra y venta no son sino ficciones para los libros de contabilidad que nada tienen por aportar en la fundamental tarea del cálculo económico. Por lo tanto, aún dejando de lado la violencia del sistema socialista, el mismo no puede ni nunca podrá lograr funcionar como un sistema de libre empresa, ya que al ignorar los derechos de propiedad resulta absolutamente imposible realizar el cálculo económico que motiva los intercambios que conducen a la maximización del bienestar.
A su vez, en el sistema capitalista, si bien la propiedad es una ventaja; también impone una pesada carga social sobre quienes la detentan. Los propietarios privados de los bienes de producción no pueden emplear su propiedad de cualquier modo, ya que se ven obligados a utilizarla de modo tal que promueva la mejor satisfacción posible de los individuos. Si lo hacen bien, el premio es la ganancia y un aumento de su propiedad, mientras que si son ineptos o carecen de eficiencia, la pena son las pérdidas que sufren, por lo que sus inversiones jamás son libre de riesgo. En una economía de libre mercado, los individuos con sus compras o abstenciones de comprar, deciden todos los días quién será el dueño de la propiedad productiva y cuánto de ella ha de poseer.
En definitiva, los dueños del capital se ven obligados a utilizarlo para satisfacer las necesidades del prójimo y si no lo hacen quebrarán.
Por lo tanto, el capitalismo basado en la propiedad privada y los mercados libres, es un sistema de libertad, justicia y producción. En todos estos aspectos es infinitamente superior a todos los otros sistemas que son siempre coercitivos. Pero estas tres virtudes no deben separarse. Cada una de ellas surge de la otra. El hombre sólo puede ser moral cuando es libre. Sólo cuando tiene libertad para elegir puede afirmarse que elige el bien y no el mal. Sólo siente que se lo trata con justicia cuando tiene libertad para elegir y cuando tiene libertad para obtener y conservar los frutos de su trabajo. A medida que reconoce que su recompensa depende de su propio esfuerzo y producción al servicio de las preferencias de su prójimo, cada hombre cuenta con el máximo incentivo para cooperar ayudando a los demás a hacer lo mismo, lo cual, y en línea con Adam Smith, conduce a la maximización del bienestar general.
El autor participará en Expo Inversiones Rosario 2017 los días 25 y 26 de octubre en City Center Rosario.