Confianza perdida y un debate devaluado. Parecería que gran parte de los economistas coincidimos en algo, lo cual no es un evento frecuente: la economía argentina está totalmente rota. A partir de este consenso aparente se abre sin embargo, una sustancial divergencia. Están quienes consideran que el desenlace de los próximos meses será caótico, llevando al país entero a un helicóptero con sabor a Armagedón y estamos por el contrario, los que imaginamos un lánguido y muy largo sendero de mediocridad plagado de duras noticias macroeconómicas pero sin caos, concepto que me permito definir como “mediocridad asistida”.
El debate económico en la Argentina de hoy mutó drásticamente en estos dos años y medio de irrelevancia. Lo que originalmente se planteaba como una discusión entre “shock” y “gradualismo”, se devaluó hacia una retórica que intenta dirimir entre “una inminente crisis” o “una mediocre estabilidad”, esta última utilizando como escudo a una red de contención conformada por los primeros 50.000 millones de dólares con los que nos empezó a subsidiar el FMI. En este contexto de mediocridad económica generalizada, tengo al menos la grata sensación de que finalmente el Gobierno está estabilizando por un rato al menos, la crisis de mayo y junio.
Queda por delante una economía totalmente desarticulada, pero una cosa es un largo sendero de problemas y otra mucho peor es el caos. Otra vez, los argentinos enfrentamos una conocida elección: cuál de dos eventos resulta en el “menos peor”, muy distante de lo verdaderamente óptimo y superador. De esta forma, parecería alejarse por un lapso, la locura de los últimos meses de caras a las presidenciales del 2019. Mi relativo optimismo coyuntural sin embargo, sólo se relaciona al conflicto entre mediocridad y locura. Debido a sus múltiples distorsiones y a una clase política que se niega sistemáticamente a corregirlas, la economía argentina no tiene chances de poder crecer sostenidamente, aspecto esencial para resolver los infinitos problemas que nos afectan.
Lamentablemente, no podemos generar riqueza genuina en la cantidad suficiente que requiere nuestro empobrecido país. Aun empezando hoy mismo, nos llevaría una década normalizar nuestro sistema productivo y por supuesto, no vamos a comenzar hoy, de eso se trata vivir en Peronia, esta bendita tierra en donde nadie resuelve nada a largo plazo.
Bien lejos quizá, haya una luz al final del túnel, lo que no queda claro es si dicha señal se refiere a la solución de nuestros dramas o a un tren que se nos viene de frente. Pero recuerden, un escenario macroeconómicamente estable y mediocre puede resultar en una aceptable recuperación de paridades para bonos soberanos, los cuales fueron severamente castigados en especial, desde abril 2018. La conjunción de mediocre estabilidad y castigo reciente a paridades puede resultar en un combo de mucho valor para bonos cortos y medios que tienen descontado un escenario cuasi-apocalíptico y por lo tanto, sumamente exagerado.
¿Para qué arreglarlo si podemos emparcharlo? Decepcionantemente, la ciudadanía le dijo adiós a la Argentina del cambio y le dio la bienvenida a un modelo de país muy conocido por todos: la Argentina del emparche, esa Argentina en donde lo urgente siempre le gana a lo importante, en donde el populismo electoral siempre se antepone a cualquier objetivo relevante de largo plazo y en donde el equilibrio parcial nubla cualquier decisión coherente en materia macroeconómica.
Claramente, el gradualismo como concepto fracasó estrepitosamente. Con el diario de hoy sin embargo, sería muy fácil y contrafáctico sugerir que una decisión de shock a inicios de 2016 hubiera implicado un mejor resultado. A mi pesar, tengo la sensación de que ambas estrategias hubieran fracasado por una contundente razón: Argentina es un país en donde el equilibrio no existe.
Las preferencias de quienes votan son tan extremas que nunca podemos llegar a consensos básicos. Ese es el país que tuvimos, ese es el país que tenemos y lo más preocupante, ese será nuestro legado de nación a la generación que sigue. La elocuente falta de productividad sumada a un Estado destructivo y voraz no hará otra cosa que agravar el drama de la pobreza y aumentar la tensión social a muy largo plazo. En este contexto tan comprometido a nivel económico los argentinos paradójicamente, siguen defendiendo al Estado grande, ese mismo que entre otras cosas, nos licuó vorazmente con la devaluación de mayo y junio, como en tantos otros eventos de la historia argentina: el ahorrista y asalariado local volvió a subsidiar a un Estado inmenso y magnánimo.
El no caos y la decepción del club del helicóptero: elecciones, los próximos 15 meses y dos ventanas. Faltan aproximadamente quince meses para las elecciones presidenciales. Resulta razonable dividir dicho periodo en dos ventanas: los primeros 7 meses y medio y los segundos.
Hasta febrero del 2019, no nos espera otra cosa que recesión, desempleo y una muy alta inflación, rezagos todos, de la devaluación ocurrida entre mayo y junio. Asociado a esta coyuntura probablemente, se observe un marcado deterioro en la imagen política de los principales exponentes del oficialismo. Pero a partir de marzo 2019, me imagino a un gobierno aplicando el manual básico del populismo electoral: a fuerza de puro shock de consumo financiado por el FMI, se intentará revertir el pesado humor político y social que seguramente se asociará a la durísima economía que se nos viene para los próximos meses.
Un gobierno que aparentemente había venido a cambiar la esencia de la Nación, se enfrenta al final de cuentas con un conocido dilema plagado de cortoplacismo: supervivencia política, como todos los gobiernos que lo precedieron.
Lejos quedaron las expectativas de cambio estructural, la economía argentina de hoy es muy similar a la heredada en 2015, pero con dos agravantes importantes: un endeudamiento externo que creció en más de u$s 100.000 millones a cambio de ningún logro relevante y un stock de credibilidad que colapsó a partir del 28D, con el riesgo país casi en máximos de los últimos años.
Me imagino a un gobierno que será exitoso en preservar la gobernabilidad, me imagino a un gobierno que en base a una estrategia de mediocridad asistida logrará una estabilidad de corto plazo de caras a octubre 2019.
Otra vez más, los dilemas del largo plazo quedarán para el próximo gobierno, como siempre ha sido el caso en nuestra incorregible Peronia. En este contexto, no me sorprendería observar una razonable recuperación en las paridades de bonos soberanos argentinos como se viene dando desde inicios de julio en especial, los de bajo riesgo o sea, los que exhiban durations inferiores a 5 años. Los bonos para estabilizarse, no necesitan una economía pujante, solo requieren certeza en el cobro de cupones a corto plazo, lo cual quedaría garantizado si el oficialismo resultase exitoso en estabilizar la crisis, como parecería estar haciéndolo. Nuestra economía tiene muy poco para ofrecer a largo plazo, el mejor escenario alcanzable es el de una muy larga y lánguida mediocridad, incapaz de resolver un solo problema relevante de los argentinos. En esta desesperanzada coyuntura, el paso adelante no lo tiene que dar el oficialismo, tampoco la oposición, nos corresponde a nosotros, esos 43 millones de almas ausentes e incapaces de coincidir en nada relevante. No esperen otra cosa entonces, que lo mismo de siempre con un sesgo permanente hacia el deterioro y la exacerbación de la pobreza.