Si bien no es tan usado, el término fue creado por el economista monetarista Milton Friedman, que lo presentó en sociedad al recibir el Premio Nobel en 1976
Economías como la argentina siempre constituyeron un desafío para la escuela económica clásica, que consideró por décadas a la inflación como el resultado de un problema de demanda, casi un efecto no deseado del crecimiento.
Pero no fue en un país subdesarrollado con altos índices de inflación sino en la Gran Bretaña de hace más de medio siglo que nació un término que marcó un punto de inflexión.
Fue el 17 de noviembre de 1965 cuando el ministro de Finanzas británico, Ian MacLeod, acuñara la palabra que, según él mismo, iba a hacer historia. “Tenemos lo peor de ambos mundos, no sólo inflación por un lado o estancamiento por el otro, sino ambos”, reconoció en su discurso en la Cámara de los Comunes. “Tenemos una especie de… estanflación”, dijo.
El neologismo comenzó a hacerse popular por estas latitudes a partir de 1975, cuando la combinación de inflaciones anuales de tres y hasta cuatro dígitos con una economía estancada o en caída pasaron a ser moneda corriente. Pero de tan usado, se tornó insuficiente para describir la realidad de un país que en los últimos dos años acumuló una inflación del 127% y al mismo tiempo una caída del 5,4% en su PBI.
Desde el Centro de Estudios Económicos y Sociales Scalabrini Ortiz (CESO) prefieren denominar a la actual situación como “depreflación”, una combinación de “depresión productiva con elevada inflación que caracterizó la economía durante la gestión Macri”, tal como sostiene en su último informe, en el que proponen una batería de medidas para superarla y reducir una inflación que consideran tiene un alto componente inercial, con un piso del 40% anual.
El CESO admite que depreflación es “un término de escasa difusión entre los economistas que, como máximo, aceptaban hasta ahora la estanflación (estancamiento productivo con inflación)”. En rigor, el término fue creado por el economista monetarista Milton Friedman, que lo presentó en sociedad al recibir el Premio Nobel en 1976.
Sin embargo, la palabra no se hizo popular en el mundo académico, que prefirió seguir con la estanflación de MacLeod. Solo hubo algunas menciones esporádicas, como la formulada por Marcelo Zlotogwiazda en Infobae en octubre de 2018. Hasta que desde las antípodas ideológicas fue rescatado más de cuatro décadas después por este centro de estudios.
Desde una concepción heterodoxa, la entidad dirigida por el economista Andrés Asiain sostuvo meses atrás que “la depreflación argentina es el resultado directo de la aplicación del programa económico impuesto por el FMI a cambio de dólares frescos que eviten la cesación de pagos de las deudas antes de las elecciones de octubre”.
En su último informe de coyuntura, el CESO reconoce que “el grueso de la política económica aplicada hasta el momento por el nuevo gobierno tiene un horizonte que llega a marzo de este año”, pero que más allá de las medidas de emergencia “es necesario empezar a delinear los ejes de una política de más largo plazo que permita superar la depreflación”.
“Para ello es necesario no sólo encender los motores de la economía en búsqueda de la reactivación de la producción. Sino también, aprovechar el llamado a un amplio acuerdo social para delinear un programa que ataque la elevada inflación heredada”, precisa, en la presentación de un plan para “detener la inercia en los precios”, algo que “resulta clave para no incentivar la ya importante tendencia al ahorro en moneda extranjera, estabilizar acuerdos distributivos y recomponer cierto grado de previsibilidad en la economía argentina”.
La propuesta del CESO “se puede sintetizar en una secuencia de cuatro instancias” que la entidad reformuló de una iniciativa que ya había presentado en 2014, durante la Presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, en tiempos en que el actual gobernador Axel Kicillof era el ministro de Economía.
El primero de los cuatro pasos para detener la inflación inercial es el de “un congelamiento temporario de precios, tarifas y tipo de cambio mientras se negocian las paritarias en salario real”. De esa manera, explica, “se crea artificialmente un período de estabilidad de precios, y se negocian salarios con cláusulas gatillos atadas al período de congelamiento como referencia”.
En la segunda etapa “la precaria estabilidad inicial de los precios se consolida a través de la dinámica salario-precio, con una activa política de monitoreo de los acuerdos alcanzados para evitar aumentos excesivos”, aclara.
Para el tercer paso de la propuesta del CESO llega la “consolidación final de la nueva nominalidad, a la que debe converger la política cambiaria, tarifaria y de tasas de interés (con una posible extensión a la de alquileres)”.
La receta culmina con el cuarto paso, en el que “se retorna a la negociación libre de paritarias habiendo logrado reducir la nominalidad y partir de una inflación inercial menor que la inicial”.
Para la entidad dirigida por Asiain, con este programa “se abre la posibilidad de lograr una sustancial reducción de las tasas de inflación sin perjudicar a ningún sector”.
Al respecto, plantea que si no se logra controlar la inflación tras la convocatoria social del presidente Alberto Fernández, “los acuerdos distributivos alcanzados serán efímeros, ya que deberán requerir su permanente actualización”.
“En cambio, si el acuerdo social incorpora una política que ataque los elementos inerciales de la inflación, permitirá no sólo resolver uno de los principales problemas de la macroeconomía argentina de los últimos años, sino también, dar mayor estabilidad a los acuerdos distributivos y, de esa manera, a las políticas productivas de mediano y largo plazo”, finaliza.