La Argentina inicia 2019 con la economía real en franca caída y un mercado cambiario estabilizado. Ambos fenómenos no están desvinculados, ya que la crisis de la actividad real es consecuencia de las medidas acordadas por el Gobierno con el FMI para estabilizar el frente externo.
La estabilidad del dólar se logró gracias a, en primer lugar, la licuación de ingresos y activos en pesos producto de la fuerte devaluación del peso impuesta por el FMI tras el primer acuerdo. La suba del dólar redujo el riesgo vinculado a la dolarización del stock de LEBACs, licuando hasta un 50% el valor del de los vencimientos medidos en dólares en manos del sector privado. A su vez, los efectos contractivos de la devaluación con su impacto negativo sobre el ingreso real de la población comprimió fuertemente su capacidad de ahorro y, por ende, la demanda minorista de dólares para atesorar.
Un segundo elemento que contribuyó a la estabilidad del dólar fue el virtual desdoblamiento de tasas que armó el BCRA con las LELIQ a las que sólo acceden los bancos. Dado que el dólar futuro de mercado es el dólar actual (“spot”) más la tasa a la que acceden minoristas y empresas, el desdoblamiento de tasas estimuló a los bancos a vender sus posiciones spot y reemplazarla por inversiones en LELIQ calzadas con compras de dólares futuro. La operatoria rinde a los bancos el diferencial de tasas entre las LELIQ y un plazo fijo, dejando neutral su posición cambiaria. El efecto inmediato de su implementación es una presión bajista sobre la cotización del dólar.
En tercer lugar, el apoyo financiero del FMI junto a las elevadas tasas de interés indujo la expansión de los plazos fijos en pesos del sector privado, frenando la dolarización de quienes aún mantienen capacidad de ahorro.
El costo de las políticas de estabilización del frente externo se puede ver en la caída de la actividad productiva. La brusca devaluación con elevadas tasas de interés generó una profunda caída abrupta en el poder de consumo de la población junto a un fuerte desincentivo a la inversión en la actividad productiva. El ajuste del gasto público, especialmente en obras, fue la estocada final para la alicaída economía.
La construcción, que hasta agosto se mantuvo a flote otorgándole cierto aire al nivel de actividad, cayó nada menos que 15,9% de forma interanual en noviembre de 2018. Asimismo, la industria (medida en el EMI) mostró una caída de la actividad industrial del 13,3%, el descenso más abrupto de toda la gestión Macri. Los sectores más afectados son los vinculados al mercado interno que compiten con importaciones: textil (-20,85%), Ediciones e Impresión (-21,27%) y Papel y Cartón (-17,79%). Los datos de diciembre tampoco son auspiciosos: la industria automotriz mostró una caída interanual de 38,48% según ADEFA.
Aun así, la estabilidad cambiaria continúa siendo precaria. En primer lugar, porque el horizonte de vencimientos de deuda post 2019 continúa siendo insustentable. En segundo lugar, porque las elevadas tasas generan un incremento exponencial de los stocks en pesos potencialmente dolarizables. En ese sentido, el incremento de los plazos fijos en pesos tiende a generar un efecto similar al que, meses atrás, tenían las LEBACs aun cuando la distribución de sus vencimientos tiene una dinámica menos vertiginosa. Un elemento a tener en cuenta en un año electoral, donde suelen presentarse una precautoria dolarización de los ahorros.
La palabra final en términos de estabilidad cambiaria la tendrán las metas que el FMI imponga en materia de reservas después de marzo de 2019. Si son relajadas, el oficialismo podrá llegar a las elecciones con un dólar calmo. Si en cambio, impone metas de reservas exigentes, forzará expectativas de devaluación que reforzarán la compra de dólares propia del año electoral. En ese caso, las elevadas tasas (y el diferencial vía LELIQ que se apropian los bancos) pueden ser insuficientes para contener la corrida cambiaria.
Fuente:https://www.ambito.com/la-economia-el-agua-el-veranito-cambiario-n5011968