Hay un fenómeno argentino en Miami, que es digno de destacarse. Se trata del nutrido grupo de desarrolladores que en los últimos diez o quince años han traccionado un volumen gigantesco de ahorro argentino hacia esas playas y lo han transformado en torres que cambiaron zonas enteras de Miami y su skyline, desde Sunny Isles hasta Brickell, pasando más recientemente por Surfside.
Los más célebres son Alan Faena, Eduardo Costantini, Edgardo De Fortuna, Sergio Grosskopf, Jorge Pérez, y ahora incluso se sumó Alfredo Coto. A esta lista, acompañan decenas de desarrolladores medianos y chicos.
La pregunta que cabe hacerse es si hay un ADN argentino que sintoniza extraordinariamente bien con Miami, y la respuesta es, sin lugar a dudas, afirmativa. En parte la década de los K explica el fenómeno porque alentó la huida del capital local. Pero durante el 2017, ya en pleno gobierno de Macri, y post blanqueo, los argentinos encabezaron el ranking de inversores extranjeros.
Es que el genio, la creatividad y la receptividad que nuestros compatriotas tuvieron en Miami es muy impactante, y además continúa al día de hoy con emprendimientos fenomenales que incorporan diseño de última generación, arquitectos “súper-estrella” como Sir Norman Foster y Herzog & De Meuron, y afamadas marcas que le dan su sello de calidad inigualable a los complejos de lujo.
En efecto, los argentinos supieron tentar a Fendi, Armani, Aston Martin y Ritz Carlton, entre otros, para que le dieran su propia impronta a sus glamorosas torres, de más de 50 pisos, ubicadas virtualmente sobre la arena y con amenities infinitamente sofisticados.
Se los llama “la generación de oro de argentinos en Miami” y el caso daría para un estudio realmente profundo. Sin embargo, hacerlo sería al mismo tiempo muy angustiante al ver todo lo que acá, en Argentina, los argentinos no podemos lograr.