Este año nos está dejando una gran enseñanza a quienes trabajamos en desarrollo inmobiliario en nuestro país hace años. Se trata de algo que siempre fue así pero que, probablemente por prejuicio, nunca habíamos notado.
Todos decimos, sin temor a equivocarnos, que en real estate trabajamos para el segmento de más altos ingresos porque, ante la falta de crédito hipotecario accesible, son los únicos que pueden pagar una vivienda.
Sin embargo, es un dato que en los últimos meses los emprendimientos estuvieron mayoritariamente paralizados, al igual que gran parte de la obra pública, mientras que las ventas de cemento en bolsa alcanzaron su récord histórico, lo cual refleja el enorme volumen de actividad de construcción privada que existe y que los desarrolladores no vemos.
Basta repasar las estadísticas de obreros agremiados para ver que representan menos de un tercio del total de quienes trabajan en el sector.
Estos datos fueron presentados con toda claridad por Grupo Construya, que es la entidad que agrupa a los principales proveedores de nuestro sector en el país.
Hay que reconocer que para los desarrolladores esto representa una gran oportunidad jamas aprovechada hasta ahora. Se dirá que incursionar en ese gigantesco mercado, en el que predomina la informalidad, es muy difícil sobre todo por la carga impositiva que pesa sobre la industria formal.
Es una buena excusa, pero también es cierto que hay otros productos y servicios que logran abordar con éxito su desembarco en ese mundo. Por ejemplo las FinTechs. Y no es menos cierto que los desarrolladores inmobiliarios más importantes de Latinoamérica operan principalmente en el segmento de vivienda social con diversos modelos de coparticipación público-privado.
Es momento de empezar a mirar ese universo de oportunidades con creatividad y apertura mental. Cómo hacerlo? Aún nadie pudo. En la era de la disrupción, personalmente apuesto a que en los próximos tiempos habrá jóvenes emprendedores que le encontrarán la vuelta.