Antes de empezar esta nota, permítanme ser muy respetuoso con las medidas gubernamentales que se están tomando en materia sanitaria. Entiendo que los gobiernos deben tener mucha más información que nosotros. Por lo tanto, debemos tener confianza en su criterio y entender que por algo deciden lo que deciden.
Pero mi función como columnista de este diario es analizar la coyuntura económica. Por eso, titulé esta nota con esta simbólica frase que siempre repetía mi jefe cuando intentaba advertirme que otros lucraban con mi esfuerzo. Me siento en la obligación de rendirles homenaje a quienes siento que son los verdaderos guerreros de esta historia.
Ahora sí, formalmente, tengo el placer de recibirlos de nuevo en este espacio que pretende generar debates económicos. Siempre sostengo que los que realmente saben de economía son los que pagan la quincena con su dinero. Aquellos que se juegan la piel cada mañana en pos de ganarse la vida, pero arriesgando su capital, su tiempo y su nombre. A propósito, recomiendo el último libro de Nassim Taleb (autor de la expresión del cisne negro), que se llama: Jugarse la piel .
Él sostiene que la sociedad se va dividiendo entre los que se juegan la suya en cada decisión y las burocracias, representadas por una estructura por la cual una persona es convenientemente separada de las consecuencias de sus actos. Uno se la juega y el otro solo opina, regula, controla, interviene, pero sin arriesgar su piel.
El problema es que cada vez somos más los que queremos vivir de dar consejos, opiniones, reglamentaciones, controles y certificaciones que los que toman riesgos. Y cada vez quedan menos incentivos para que surjan emprendedores que se la quieran jugar.
Como dice el dicho: «No es la vaca la que te da la leche, sino el que se levanta a las 5 AM a ordeñarla. No es la tierra la que te da el alimento, sino aquellos que transforman la tierra y las semillas y, clima mediante, cosechan algún alimento. El campo no produce alimentos, sino su productor. Un mecánico produce valor al arreglar el auto para que podamos movilizarnos; un plomero, al arreglar cañerías; una maestra, al enseñar y transformar actitudes; un policía, al proteger al ciudadano; el dueño del quiosco que está en la cuadra del colegio hoy cerrado, y hoy más que nunca, el médico que se arriesga para curarnos. Ellos se juegan la piel.
Las burocracias, necesarias e irreemplazables para administrar, tienen que entender que viven de los que producen, de los que se juegan la piel. Escuchamos a muchos asesores dar consejos, convirtiéndose en jueces y parte del esfuerzo ajeno, opinando sobre cómo, cuánto y dónde debe hacer el que hace lo que hace.
Es justo y progresivo cobrarles impuestos a los que más ganan, pero es justo también dejarlos hacer, para que ganen y el resto de la sociedad sea socia de su éxito con lo recaudado por el impuesto a las ganancias. Por su éxito se le cobran impuestos a Google, pero ya no a Terra, a Altavista o a Lyco. Ya no podemos cobrarle impuestos a Deremate.com. Le podemos cobrar a Netflix, pero ya no a Blockbuster; sí a Apple, y no a Blakberry.
Si ganan mucha plata, el resto de la sociedad se beneficia, porque por sus contribuciones termina siendo socia de la empresa en un 48%, en promedio. Luego, el Estado nacional, provincial o municipal distribuye para financiar el gasto común.
El problema no es lo que ganan ni lo que recaudan, sino cómo se gasta y cómo se distribuye.
Por esto, es imperioso pensar en el día después, en cómo generar confianza para que aumente la producción. Es el factor productivo el que nos va a sacar más rápido de esta crisis.
Una manera de impulsar una reactivación sería que al que invierte en la construcción -el sector que incluye a más gente sin trabajo en el sistema- no se le cobran impuestos por 5 años. Si al que produce bienes para abastecer la obra nueva (vidrios, madera, plástico, cemento) se le dan ventajas fiscales, en un mundo donde la tasa de interés es cero y, por lo tanto, el costo de oportunidad también. Así se podría captar dinero voluntario y genuino. El fisco no perdería plata, porque si no se construye no se recauda.
Una sociedad que progresa se mide también por la cantidad de empresas nuevas, o por el número de nuevos emprendedores. Y las que más fracasan son aquellas donde la mayoría de los individuos viven de la asistencia de un tercero. Hay valores intangibles imposibles de mensurar.
La percepción del riesgo asumido es distinta para cada emprendedor; por lo tanto, el valor del beneficio obtenido es percibido de manera diferente por cada uno de ellos. Schumacher nunca pensó que asumía riesgos y, si los asumía, era porque la satisfacción que le producía hacer algo era superior al costo de sus miedos. Por eso, es nocivo ser autoritario y querer controlar la economía como si fuese una ciencia exacta, cuando no lo es.
La base de cualquier decisión económica está en la confianza, en la credibilidad, en las expectativas. En ninguna de las variables manejable por un Excel.
Pero siempre hay omnipotentes que quieren direccionar todo. Lo hacen en nombre del Estado y del bien común que ellos consideran. Su trabajo es decidir quién y cómo se deben hacer las cosas, sin considerar los costos intangibles, inmedibles, inmensurables del que se dedica a producir. Alguien que quizá nunca emprendió, que nunca dio empleo a su riesgo, que nunca arriesgó su dinero personal o familiar, tiene la libertad de elegir las reglas y el que emprende, solo la necesidad de pedir permiso o algún beneficio. No tiene sentido arriesgar si uno no va a tener la libertad de elegir el cuándo y el hasta cuándo.
El que recibe un plan asistencial, un subsidio por algún motivo, algún servicio gratis, por más merecido y justificado que sea, tiene que entender que ese dinero no se lo da un dirigente político con la plata de su bolsillo. Un gobierno lo puede dar porque hay otro grupo de personas que pagan impuestos por su trabajo o asumen riesgo con su capital (mayoritariamente, de clase media).
Contaba un empresario de esos que transforman el mundo que hace unos meses estaba hablando con un estudiante de MBA, un chico de gran talento, de unos 30 años, con un gran currículum. Le preguntó qué quería hacer de su carrera y él le respondió (quizá para impresionarlo) que antes de empezar a trabajar en lo que le gustaba debía trabajar para una gran firma de auditoría durante algunos años, para mejorar aún más su currículum. El empresario, contrariado, lo interpeló: «¿Le temés a la vida real? ¿Para qué estudiás tanto si no vas a arriesgar, a emprender?». Y concluyó: «La calle es la mejor universidad».
Y ahora voy a recurrir a un cuentito para graficar la idea. Cuenta la historia que en una ocasión un supuesto alquimista tenía un plan para fabricar oro y se la presentó al rey, dando por hecho que el plan que enseñaba a fabricar oro tenía un valor inapreciable para el reino, y esperaba ser recompensado generosamente por hacer entrega de esta información.
El rey aceptó el plan, pero a la hora de pagarle le entregó al alquimista una bolsa vacía en pago por su obra. El alquimista pidió una explicación al monarca, que le contestó: «No te doy la bolsa llena de monedas porque, sin duda, te será muy fácil llenarla aplicando tus conocimientos».
Llevado al mundo actual, no puede ser que gane mas dinero un consejero de esfuerzo ajeno que uno que se juega la piel. Hay un viejo dicho bursátil que dice: «No confíe usted en aquellos que han encontrado ya la verdad; confíe solamente en quienes siguen buscándola». Es más fácil vender recetas que aplicarlas y correr el riesgo de que salgan mal.
El paso del tiempo favorece y potencia una buena decisión. Cuando la base es buena, el paso del tiempo te enriquece en todo sentido. Si le ofrecen un crédito al 20% anual a una empresa y con ese dinero se genera un negocio que rinde un 40% anual, se genera riqueza y el paso del tiempo juega a favor. La sociedad se beneficia porque esa empresa paga impuestos por esa ganancia. Sin embargo, cuando uno se basa en una mala decisión, el paso del tiempo potencia sus costos y perjuicios. Si a una empresa le ofrecen un crédito al 5% anual, pero esa empresa no vende y no tiene negocios, el paso del tiempo la funde más todavía.
Un día deberíamos debatir ya no sobre el perfil del que nos presta, sino en cómo y en qué se invierte.
Sin mucho más para agregar, déjenme cerrar esta nota con una de las mejores definiciones que leí en los últimos tiempos. Es del fundador de Dubái, el jeque Rashid: «Mi abuelo tenía un camello y mi padre, también. Yo voy en Mercedes-Benz; mis hijos, en Land Rover. Seguramente mis bisnietos volverán al camello. Tiempos difíciles hacen hombres fuertes, que crean tiempos fáciles que hacen hombres débiles y nacen tiempos difíciles». Ojalá esta pandemia genere una sociedad más fuerte. para toda la población.
El autor es licenciado en administración con un posgrado en finanzas. Gerente de Desarrollo de la Bolsa de Comercio de Bs. As., director del IAMC, consultor del laboratorio de finanzas de la UADE
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/economia/hay-que-hacer-la-guerra-vayan-nid2355567