La cantidad de gravámenes nacionales y provinciales que pesan sobre los productores ganaderos y particularmente sobre los frigoríficos -que en muchos casos se superponen- generan una distorsión que atenta directamente contra la competitividad de toda la cadena. Mientras tanto las exportaciones no repuntan y el consumo interno continúa estancado. Los especialistas advierten que se necesitan cambios drásticos en la política tributaria.
Tal como se preveía, desde hace casi dos meses, el precio de la hacienda gorda comenzó a «aflojar» lo que, naturalmente, se reflejó muy poco en el mostrador. La situación es el resultado de la gran presión de oferta de carnes alternativas que hay en el mercado, en especial de pollo, producto de la mala performance exportadora que están registrando casi todos los rubros, ante la continua pérdida de competitividad (dólar y alto costo argentino), y que determina que esos volúmenes se vayan volcando cada vez más al mercado interno.
Esto, unido a la salida de oferta estacional de los feed lots (engorde a corral), y al aparente «techo» de la demanda local, resulta en la caída de precios mencionada.
A pesar de haberse recuperado sólo 30%-40% de la espectacular caída del stock de 11-12 millones de cabezas de 2007-2011 (ahora en 54,5 millones de cabezas), y de que aún no se mejora la productividad del rodeo, con lo que la oferta total de carne tampoco aumenta, el precio interno de la hacienda para consumo se mantiene flojo.
Lógico que en los próximos días, aguinaldos y vacaciones mediante, puede haber alguna pequeña reacción alcista, que no va a durar, pues recién para la entrada del otoño se daría alguna suba más sostenida.
Así, buena parte de las expectativas positivas que se esperaban para este año, se van desinflando y corroborarían la aseveración del especialista Ignacio Iriarte, quien sostiene -con ironía-: «La ganadería argentina tiene un gran futuro, lástima que siempre sea futuro…».
Sin embargo, si bien el ciclo de fuerte retención de vientres que se había iniciado ya «aflojó» bastante (hoy ronda 40%-41%), todavía se percibe la intención privada de recuperación ganadera cuya materialización va a depender, en buena medida, de las definiciones oficiales, tanto en materia de macroeconomía, como los eventuales programas y la «creatividad» que el Gobierno quiera poner en función de rescatar una actividad que requiere obligadamente una visión de mediano-largo plazo.
En tal sentido, un eje fundamental es, sin duda, la política tributaria que se aplique. Así como en la década pasada, el aumento de retenciones, la eliminación de reintegros, las subas de las cargas laborales, etc. fueron, entre otras, las principales causas de la liquidación ganadera que hubo, la aplicación de medidas exactamente en sentido opuesto, lograrían sin duda, un resultado diametralmente distinto al de entonces.
Una potencia que no fue
Y en ese plano, cobra particular sentido el trabajo que el IPCVA (Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina), acaba de finalizar sobre la competitividad de la cadena de la carne, con la mira puesta en los mercados externos (González Fraga, Ingaramo, Lara) que incluye, además, una propuesta de reforma tributaria.
Y no es para menos. La sola enumeración de la cantidad de impuestos directos e indirectos que se soporta la actividad es de tal magnitud, que hasta sorprende la supervivencia de productores, aunque más que justifica por qué en 1970 Argentina y Brasil se encontraban con rodeos de similar magnitud (50 millones de cabezas) y hoy, mientras Argentina sigue superando apenas esa cifra, el país vecino la cuadruplica con más de 200 millones.
O también, por qué en 1930 Argentina competía con Estados Unidos y Australia por liderar el mercado internacional de carne vacuna, y hoy, mientras esos países lograron mantenerse entre los primeros, la Argentina fue superada hasta por Uruguay (que acaba de batir el récord de exportaciones en pie, además de entrar en prácticamente, todos los mercados compradores del mundo), o Paraguay.
Es bien sabido que la carne vacuna fue el producto más intervenido en la historia económica de la Argentina pero, a pesar de la vocación productora que sigue ostentando el país, aún no se conoce qué rol pretende la Administración Macri para el rubro que fuera emblema internacional de la Argentina.
Es que si bien el primer paquete general de medidas macroeconómicas adoptado hace un año fue alentador para la actividad (devaluación, baja de retenciones a 0, eliminación de cupos y ROE rojos, desaparición de precios máximos y de referencia, etc.), igual subsisten cantidad de gravámenes que en más de un caso se superponen, entre los niveles nacional, provincial y de los municipios, y que le siguen restando competitividad al punto de mantener las exportaciones casi en el piso.
Cambio estructural
Impuesto al cheque, adelantos de Ganancias antes de evaluar el ejercicio, impuesto a los combustibles, imposibilidad de actualización de valores (adecuación por inflación), mantenimiento de retenciones a subproductos como los cueros, imposibilidad de actualización de categorías de la hacienda (de productiva a descarte), o el crédito estructural de IVA por diferencia entre 10,5% de la hacienda y el 21% de la mayoría de los rubros (saldos técnicos con costo financiero), entre otros muchos, pesan a la hora de decidir inversiones para poder avanzar.
Y esto sin mencionar las diferencias en los gravámenes provinciales como el Inmobiliario, Sellos (muy distorsivos en la cadena de la carne), o Ingresos Brutos que se multiplica en una actividad con varias etapas como es la ganadería (cría, recría, invernada y feed lot), ni los municipales que ya son verdaderos «impuestos», al no corresponderse con una prestación de servicios, y que van constituyendo hasta verdaderas «aduanas interiores», con marcadas diferencias según los distritos.
El completísimo análisis de González Fraga, Ingaramo y Lara incluye tanto a la industria frigorífica, como también a la evasión, aunque básicamente apunta a lograr «un cambio estructural (productivo), a partir de estímulos de políticas públicas».
Para eso plantea, partiendo de priorizar la producción de carne vacuna, una batería de herramientas (todas evaluadas con sus impactos) financieras, de promoción, y de incentivos, que incluyen hasta un fideicomiso para promocionar el novillo de exportación (Ingaramo-Urcía) y que, si bien pueden provocar algún desfase financiero en el arranque, resultan más que compensadas con el correr del tiempo, ya que manteniendo una ingesta por persona de 60 kilos por año, destina todo el crecimiento a recuperar los mercados internacionales.
Así, la Argentina podría crecer del escaso 2,1% del comercio mundial de carne, a un interesante 17,4%, al pasar las exportaciones del magro 0,20 de millón de toneladas actuales a 2,65 millones. Esto, a partir de un incremento de stock de entre 30% y 50%, lo que permitiría llevar la faena anual de 12 millones de cabezas, hasta 20 millones, elevando la tasa de extracción del rodeo de 23% a 26%, todavía alejados de los más de 30 puntos que tiene Australia.
Y, considerando el impacto social de anclaje de población rural que tiene la ganadería, y la agregación de valor que puede representar la mayor industrialización de todos los productos derivados del vacuno (desde la carne, hasta fertilizantes, suplementos minerales, esencias medicinales, etc.) para la economía de gran cantidad de provincias, seguramente el trabajo del IPCVA merecerá, no sólo la atenta «lectura» de parte de las autoridades, sino también una segunda parte que profundice estos impactos.
Fuente: http://www.ambito.com/866041-la-presion-tributaria-complica-la-recuperacion-de-la-ganaderia