Statu-quo, gradualismo, dolarización y medidas secuenciadas como aplicó Brasil son analizadas en un trabajo que recuerda que no hay magia.
La aceleración de la inflación avivó el debate sobre cómo enfrentarla y aventar el riesgo de hiperinflación. Gustavo Reyes, economista del Ieral, detectó un fortísimo aumento del interés en la “dolarización”, una de las ideas sobre la mesa. El índice promedio móvil del uso de dicha palabra en internet, medido por Google, precisó, pasó de 8,4 entre octubre 2021 y febrero 2022 a 32 en las últimas dos semanas de marzo 2022.
Sin embargo, advirtió Reyes, la economía argentina no cumple ninguno de los requisitos de la literatura económica sobre “áreas monetarias óptimas” como para atarse de motu proprio al carro del dólar. Los ciclos económicos argentinos no coinciden con los de EEUU, no hay movilidad laboral entre uno y otro país, ni sistemas de transferencia fiscal, ni común prestamista de última instancia. Los entusiastas de la idea, concluyó, se focalizan en bondades rápidas, pero desdeñan problemas de implementación que, en el caso argentino, requerirían una fuerte licuación de activos y mayor empobrecimiento privado.
Un informe posterior, de los economistas Jorge Vasconcelos y Mariano Devita, amplía el abanico de opciones, sumando statu quo, gradualismo y secuencia de medidas al estilo de las que precedieron al exitoso “Plan Real” de estabilización brasileña.
La actual aceleración, dicen los autores, parece paradójica, ya que el gobierno pasó a emitir menos que en la segunda mitad de 2021, pero se debe al rezago con que actúa la política monetaria. Además, influyen la distorsión acumulada de precios relativos y que en marzo se inició, aunque tímidamente, una corrección marginal de los precios de los combustibles y energía e impactó el shock externo por la invasión de Rusia a Ucrania, que empujó también el precio de los alimentos.
El desfase es muy grande. Desde 2018 el promedio simple de las tarifas de agua, gas y electricidad en CABA aumentó 75%, contra 254 % de la inflación núcleo en el mismo período. Ante ese panorama, advierten, convivir con la inflación y acentuar, vía controles, la distorsión de precios, es muy riesgoso y podría derivar en un “rodrigazo”, esto es, un shock hiperinflacionario. Por otra parte, apostar al gradualismo sería factible si la inflación fuera del 20% anual, no más del triple, precisan Vasconcelos y Devita, que publicaron su informe antes de que se conociera el fatídico 6,7% de inflación de marzo.
Una opción superadora a la pulseada gradualismo versus dolarización, postulan, es un programa de shock “secuenciado”, como el Plan Real brasileño, que se anunció a fin de 1993 y, aprobado por el Congreso, entró en circulación a mediados de 1994.
Sucede, dicen, que ante una Inflación reprimida, las dudas sobre el dólar y un shock externo, aparte de los vaivenes de la política monetaria debe tenerse en cuenta la inconsistente política de ingresos del gobierno. El peso empezó a devaluarse más rápido que antes, como se observa arriba, pero a un ritmo aún menor a la diferencia entre la inflación local y la internacional. E incluso así hay mayor presión sobre el precio en pesos de los bienes exportables e importables
Los salarios, en tanto, tuvieron cierta recuperación en 2021, pero hay una tendencia al acortamiento de plazos para renegociar convenios, dinámica típica de regímenes de alta inflación. Desde mediados de 2020, salarios, dólar y tarifas van por detrás del índice de precios al consumidor (IPC), acumulando inflación futura, como refleja la disparidad entre tarifas y precios al consumidor en CABA, como puede verse más abajo.
Es cierto, como machaca el gobierno, que el aumento de la inflación es global, pero los niveles son muy diferentes. En Chile el extra de inflación de marzo respecto de igual mes de 2021 fue de 1,5 puntos (0,4 a 1,9%) y en EEUU de 0,6 (0,7 a 1,3%). En Argentina, el guarismo de marzo equivale a una inflación anualizada de 117% y acumuló 148,6% en 28 meses de gestión de Alberto Fernández.
Ahí es que los autores resumen las cuatro opciones:
- Statu quo. Convivir con la inflación y seguir acentuando la distorsión de precios relativos, con controles, al riesgo de “Rodrigazo”. Algo que, dicen no puede desecharse, dado el clima político y las internas del oficialismo.
- Gradualismo. Ya no recomendable, dados los niveles de inflación alcanzados, que llevan a indexar variables y acortar contratos.
- Shock dolarizador. Si bien los ajustes previos son los mismos que se necesitan para estabilizar la economía, se pueden hacer sin perder autonomía monetaria. Dolarizar, advierten, implicaría una fortísima devaluación (para poder canjear las pocas reservas del BCRA por todos sus pasivos, incluidos los pesos en circulación) y empobrecimiento en un país que ya tiene un 40% de pobreza.
- Estabilización “a la brasileña”. Como la secuencia que llevó al Real y permitió bajar la inflación del 40% mensual a menos del 3 % en pocas semanas.
¿Cómo fue?
“Los contratos se desindexaron, con una transición en la que se utilizó solo en forma temporal la equivalencia de 1 a 1 entre la nueva moneda y el dólar, pero lo que dio credibilidad inicial al plan fue una política fiscal que duplicó el superávit primario del sector público, de 2,3 % del PIB en 1992 a 4,3 % en 1994, con un cambio en las expectativas que derivó en una duplicación de las reservas netas del Banco Central, de 32,2 a 60,1 mil millones de dólares entre 1993 y 1996″, precisan los autores del Plan que diseñó y comandó Fernando Henrique Cardoso, entonces ministro de Finanzas y luego dos veces presidente.
La materialización del plan dependía enteramente de que el Congreso aprobara las leyes que presentó el Ejecutivo, con lo cual el ajuste fiscal quedó directamente conectado -ante la opinión pública- como el paso necesario para bajar una inflación ya insufrible. He ahí una similitud con el discurso de Martín Redrado, que propone estabilizar en base a “cinco o seis” leyes aprobadas por el Congreso.
“Siempre quedó claro que la tarea de estabilizar la economía era entera responsabilidad de la dirigencia política”, recuerdan los autores. No hubo opciones “milagrosas” de economistas iluminados. De hecho, al momento de la introducción del Real, los precios no tuvieron ningún tipo de congelamiento. Se desindexaron por decreto los contratos vinculados a alquileres, cuotas, educación privada y demás, pero cuando vencían, se negociaban libremente entre las partes.
El gobierno que eventualmente aplique un plan similar, dicen Vasconcelos y Devita, debe saber que, mientras más reformas deje pendientes (fiscales y de oferta), más contaminada quedará la nueva moneda Por eso, advierten, la secuencia de medidas es clave. La responsabilidad recae en la dirigencia política y el Congreso. Hacer una una reforma monetaria sin esos prerrequisitos, concluyen, será una inflación “que no habrá de aterrizar en el andarivel anual de un dígito”.