Casi como si se tratara de una respuesta a la infinidad de planteos que emergieron en las últimas horas, el titular del Banco Central Miguel Pesce sacó a relucir una estrategia.
La política y la economía (y por ende, el dólar, las tasas y hasta la devaluación) tienen mucho para decirse. Y para decirle al Gobierno. Por empezar, está el objetivo que el presidente Alberto Fernández parece haberse trazado para los próximos días: negociar con el FMI un plazo inédito para repagar la deuda con el organismo. Veinte años. La cuestión no es fácil porque el acuerdo de Facilidades Extendidas que negocia Guzmán tiene un techo máximo de diez. Y porque Argentina comenzaría a pagar recién en 2025, pero el plazo del acuerdo comienza a regir ni bien se firme. Ergo, ahí va Guzmán a Washington para golpear la puerta de Janet Yellen, la ministra de Economía de Biden, un gran contacto que el economista tiene. Pero lo que importa a esta columna es qué condiciones podría poner el FMI para otorgar semejante excepcionalidad, dicho sea de paso, una jugada tan singular como el megapréstamo del FMI le dio a Macri con el aval de Trump.
Si Biden dice “si”, entonces es probable que el FMI pida lo de siempre: menor déficit, control en la emisión, política monetaria supervisada, y reservas en aumento, etc. En un año de elecciones, y sin acceso al mercado de deuda, parece difícil de cumplir para el gobierno de Alberto Fernández. La tentación… dejar el acuerdo para más adelante, algo que el FMI no quiere y que algunos analistas dan con mayor probabilidad.
El primer indicio que habrá que tomar en cuenta, es el vector que conduce por estas horas a todo el movimiento del Frente de Todos. Ese vector señala que este año, los salarios deben ganarle a la inflación. Esto significa que de los motores que tiene la economía, el Gobierno apuesta al consumo (gasto público, exportaciones e inversión privada a media máquina).
Sabido es que, si de la demanda agregada se trata, las mejores chances son con el consumo, porque siete de cada diez pesos se generan de esa manera. Ahora bien: para que el salario rinda, el foco hay que ponerlo en las tarifas y los alimentos, lo primero a lo que las familias destinan gran parte de su ingreso. Desde ese lado, vamos mal. Dejando de lado la ecuación de la energía (los combustibles siguen avanzando), los alimentos hace rato que remarcan por encima del resto de los bienes y servicios de la economía. Por ejemplo, en 2020, treparon por encima del 42% mientras que la inflación fue del 36%. En enero y en lo que va de febrero el salto es mayúsculo.
El mecanismo que mueve los precios de los alimentos tiene su raíz en la suba que opera en las materias primas en este mismo momento y que, por ende, se ve afectada por la ecuación de la devaluación. Con precios internacionales en dólares y una depreciación del peso que sigue (o seguía hasta hace algunos días) a la inflación como condición ineludible, será difícil frenar la velocidad a la que ajustan los precios.
El rompecabezas
Surgen entonces varias preguntas. Por un lado, ¿cómo hará el Gobierno para actualizar las tarifas de los servicios públicos y que eso no impacte en la inflación? ¿Qué ocurrirá con el gas, agua, energía eléctrica, naftas si demorarlos es una de las pocas cartas que tiene el Gobierno para que el salario rinda más que la inflación en un año electoral? ¿Cómo compatibilizar eso con la necesidad de achicar el volumen de los subsidios para poder cerrar el acuerdo con el FMI?
Si la idea del ministro Guzmán es, como parece, garantizar que los precios regulados y la devaluación respetarán cierta “actualización” en función de la inflación, entonces habrá que mirar para otro lado. Ese otro lado es, por caso, el de la rentabilidad de aquellos que pertenecen a los sectores de precios no regulados. Es parte de lo que ocurrirá esta semana.
El Gobierno se sentará en una mesa con empresarios de los distintos sectores de la economía. También se sentará con la Mesa de Enlace. Propondrá invertir la ecuación. Dicho en criollo, que achiquen los márgenes de rentabilidad y, si todo sale bien, que lo compensen, aunque sea en parte, con las mayores unidades vendidas de una economía con un consumo reactivándose. Pero está claro que se llega a esa negociación con dudas. Por eso en los últimos días, fue el propio Gobierno el que puso sobre la mesa distintas herramientas “de convencimiento forzoso”. Por ejemplo, los controles en supermercados, el programa de venta de carne a precios más bajos, el resurgimiento del programa de Precios Máximos y hasta la mención de las retenciones. También, como compendia el periodista Horacio Verbitsky en su Cohete a la Luna, las leyes de etiquetado frontal (que ya tiene media sanción del Senado), Defensa de la Competencia, y Envases.
Yo señor, sí señor
Como se dijo, el BCRA no piensa, por ahora, acomodar las tasas de interés hacia arriba. La idea de fondo es que en diciembre y los primeros días de enero ha existido cierta anomalía que no necesariamente pueden arrojar la velocidad crucero a la que se supone que viaja la inflación, en detrimento de las tasas. Basan este análisis en el reacomodamiento de precios relativos, sobre todo en cuestiones tan sensibles como los combustibles, la carne y los granos. La hipótesis marca que, si bien esas materias primas han subido en su cotización internacional, tampoco lo harán con la misma fuerza de ahora en adelante.
Pero atención. El dato a mensurar es la velocidad a la que viaja el dólar oficial o, en rigor, a la que se va depreciando el peso argentino. En diciembre, ese recorrido, el salto del precio del dólar en pesos, se hizo a un 47% anual. Remite, claro está, a otra definición que acunan en el despacho de Miguel Pesce, hombre fuerte de la economía argentina. Esto es la convicción de que pase lo que pase, no habrá el descuido de atrasar el dólar, mucho menos cuando aún el cepo camina en sentido contrario, es decir, cuando no se ha movido una coma para ir desarmándolo.
Nadie piensa en el Gobierno que el cepo vaya a ser levantado, más bien, que se trata de algo que ha llegado para quedarse, con todas las mejoras que puedan hacerse incluidas. Para ponerlo en criollo, 2021 será año de cepo cambiario reforzado. La mecánica aparece bastante simple: sólo se liberan los dólares que se correspondan con el ingreso efectivo de la mercancía en rubros que sean considerados relevantes para no frenar la actividad.
Paren las rotativas
Sin embargo, sorpresa. Casi como si se tratara de una respuesta a la infinidad de planteos que emergieron en las últimas horas (incluso al interior del Frente de Todos), el titular del BCRA Miguel Pesce sacó a relucir ayer una estrategia que apunta a contribuir a la cruzada del ministro Martín Guzmán contra la inflación. Según cuentan los operadores consultados, desde temprano, la mesa de dinero del BCRA puso en el sistema de oferta y demanda de dólares, una posición de venta mayorista apenas 17 centavos por encima del cierre del viernes pasado, lo que implica una tasa de devaluación del peso de las más bajas desde octubre pasado para un lunes. Así, el descenso en la velocidad de la “actualización” del tipo de cambio oficial que se vio la última semana ha reconfirmado la estrategia del BCRA.
Si se toma como referencia lo antes expuesto, entonces se tiene que lo sucedido en los últimos días arroja una corrección. El Gobierno viene bajando la tasa de ajuste del peso argentino, del 45% anual al 37%. Se va frenando. De a poco. Pero también puede leerse de otra forma. Por ejemplo, una manera distinta de abordarlo, es que la cotización oficial del peso acumula una suba del 1% en lo que va de febrero, lo que necesariamente puede extrapolarse en algo más: que durante todo febrero la tasa de actualización podrá ser del 3% en total, es decir, 1 punto porcentual por debajo de la marca de enero. El dólar “solidario” cotizó a $87,32 comprador y $93,57 vendedor (con impuestos fue $154,38). Ayudó el ingreso de divisas que liquidan sectores exportadores (BCRA compró u$s 100 millones).
La paradoja, es que si bien el economista ahijado de Joseph Stiglitz ha señalado que el tipo de cambio debe mantenerse “actualizado”, e incluso que el propio Guzmán ha sugerido que tanto la energía (combustible) como también las tarifas de los servicios públicos deben preservarse de la erosión inflacionaria, los colegas de su entorno político vienen apuntando precisamente a, si el BCRA mantiene una devaluación en línea con la inflación proyectada, entonces de esa forma no se logrará el objetivo. Ayer, Pesce desaceleró inesperadamente el ritmo de sus microdevaluaciones diarias lo que generó no poca sorpresa en el mercado financiero. Y abre un panorama sensiblemente diferente hacia adelante.
El momento parece singular. El Gobierno apuesta ahora a saldar un acuerdo de precios y salarios, al menos a ponerlo en marcha durante las próximas semanas y para ello deberá poner sobre la mesa de discusión el compromiso de los distintos sectores empresarios, pero también sindicales. Una parte importante la conforman los precios regulados, donde entiende la política económica de Guzmán, pero también la oferta de bienes y servicios que no están regulados, donde los empresarios tienen voz y voto. Por supuesto, la gestión del BCRA redunda en una influencia notable. ¿Una reminiscencia del ancla inflacionaria con dólar dormido? A estudiar las experiencias previas. Ahí hay algunas respuestas.